El Inspector, una propuesta escénica renovadora, divertida y aleccionante
Publicado 1999/07/18 23:00:00
El tema universal del teatro es el hombre: en lo esencial, todo texto dramático escudriña una condición, un aspecto de la conducta humana dentro de un contexto específico. En El Inspector, pieza clásica del repertorio universal, Nicolás Gogol recrea con vigoroso trazo la corrupción institucional, la venalidad y el soborno. Estrenada en 1836, esta sátira a la burocracia, por su crudeza y brillantez, de inmediato arranca vítores y odios enconados; el gran novelista y dramaturgo, con quien se inicia el apogeo de la prosa rusa, marcha a Italia (donde concluye su obra maestra, Las almas muertas).
El abuso del poder y la rapiña sistemática-hermanos siameses de la coima progresiva y apenas disimulada que pervierte nuestro aquí ahora-se metonimizan en una remota aldea rusa del siglo XIX.
Edwin Cedeño, quien regresa con una maestría en arte dramático obtenida en Albany, Nueva York, beca Fulbright 95/97, asume la dirección y producción de la célebre pieza. La calidad de su trabajo (ampliamente demostrada como intérprete) se certifica cuando el panameño obtiene el reconocimiento de los jurados al dirigir "La excepción y la regla", de recht, durante el American College Theatre Festival, auspiciado por el Kennedy Center.
Con su fina intuición, sentido del oficio y dominio de técnicas, el director rubrica una puesta en escena-hábil mezcla de imaginación, juventud, experiencia, experimentación, denuncia acre y humor cáustico.
Para Grotowsky, el maestro polaco, toda representación es una forma de sicoterapia social; propósito que Nuevo Teatro corporiza sobre las tablas. Fiel al mandamiento de la farsa (el hombre a imagen y semejanza del mono), la dirección propone un espectáculo de gran plasticidad, barroquismo en el vestuario, impecable dibujo escénico, excelente codificación gestual y corporal. Dentro del espacio de representación, la escenografía es atrevida, sin alardes de experimentación; el parco empleo de la
música acentúa el grotesco y la sátira (cuya apoteosis ocurre cuando alcalde y funcionario acuden a rendir respetos), al igual que los efectos sonoros de goznes y resortes que acompañan a los criados, vigilantes y gendarmes (algo excesivo el taconeo en las tablas).
Una breve reflexión en cuanto al vestuario, composición y código gestual, elementos sobresalientes del montaje. Los coturnos de uno de los funcionarios constituyen una metáfora del hombre como monigote encaramado en zapatos enormes, de estatura inestable, precaria, pronta al derrumbe: alegoría del poder. El ropaje del alcalde, mixtura carnavalesca de Enrique VIII, uniforme militar y galas de mandatario de opereta, es todo un guiño lanzado a una sociedad donde gobierna lo chillón y lo aparatoso, donde las vestiduras hacen al monje, donde autos y celulares son signos de estatus.
Igualmente acertado el vestuario siamés de Bobchinski y Dobchinski, tejido con papel moneda. El dibujo escénico es otro rasgo relevante, que denota agudeza, buen gusto y sentido de composición, efectivo a través de la utilización de áreas y planos como espacio dialéctico.
Definitivamente, uno de los grandes aciertos del montaje es el código gestual. Bergson decía que la conducta humana resulta cómica en la medida que el cuerpo recuerda un mecanismo: este el principio hábilmente explotado por la dirección mediante el gestus repetitivo y mecánico.
Asimismo, opera el recurso de la duplicación: los hacendados siameses, los gendarmes, las reverencias sincopadas de los mercaderes... Las risas espasmódicas, las vertiginosas evoluciones por el espacio, el criado que emite sonidos guturales (recurso ya utilizado por Moliere).
En la parte interpretativa, destaca el trabajo de Martín Porto como el alcalde corrupto y venal: excelente dicción, poderosa presencia escénica y extraordinaria expresión corporal. Este actor tiene la habilidad de transfigurarse en una enorme marioneta: el ideal de Meyerhold. Ya lo decía Stanislavski, el grotesco artístico es la forma más lograda de arte histriónico. Muy eficaz el contrapunto entre Ernesto Ponce como el pretendido inspector, y Alex Mariscal como el criado granuja pero prudente; aquejados de hambre crónica y bribonería genética, saben que por cada listo hay una docena de tontos.
Cierta disparidad interpretativa y problemas para mantener durante el segundo acto el ritmo logrado en el primero. Pero lo fundamental en todo genuino discurso estético-el comentario y la meditación-se cumple a cabalidad. Al pintar vicios de su época y espacio, Gogol logra-siglo y medio después, en las antípodas- inspirar el profundo desprecio que merece quien ejerza el poder desde el cieno de la venalidad, el soborno y la corrupción. Según Eric Bentley, en la farsa reside la quinta esencia del teatro.
Felicitaciones a Nuevo Teatro y a su director por esta renovadora, divertida y aleccionante propuesta escénica. El Inspector se presenta en el Teatro en Círculo del 3 al 31 de julio, a las 8 p.m. (domingos, 4 y 8 p.m.).
El abuso del poder y la rapiña sistemática-hermanos siameses de la coima progresiva y apenas disimulada que pervierte nuestro aquí ahora-se metonimizan en una remota aldea rusa del siglo XIX.
Edwin Cedeño, quien regresa con una maestría en arte dramático obtenida en Albany, Nueva York, beca Fulbright 95/97, asume la dirección y producción de la célebre pieza. La calidad de su trabajo (ampliamente demostrada como intérprete) se certifica cuando el panameño obtiene el reconocimiento de los jurados al dirigir "La excepción y la regla", de recht, durante el American College Theatre Festival, auspiciado por el Kennedy Center.
Con su fina intuición, sentido del oficio y dominio de técnicas, el director rubrica una puesta en escena-hábil mezcla de imaginación, juventud, experiencia, experimentación, denuncia acre y humor cáustico.
Para Grotowsky, el maestro polaco, toda representación es una forma de sicoterapia social; propósito que Nuevo Teatro corporiza sobre las tablas. Fiel al mandamiento de la farsa (el hombre a imagen y semejanza del mono), la dirección propone un espectáculo de gran plasticidad, barroquismo en el vestuario, impecable dibujo escénico, excelente codificación gestual y corporal. Dentro del espacio de representación, la escenografía es atrevida, sin alardes de experimentación; el parco empleo de la
música acentúa el grotesco y la sátira (cuya apoteosis ocurre cuando alcalde y funcionario acuden a rendir respetos), al igual que los efectos sonoros de goznes y resortes que acompañan a los criados, vigilantes y gendarmes (algo excesivo el taconeo en las tablas).
Una breve reflexión en cuanto al vestuario, composición y código gestual, elementos sobresalientes del montaje. Los coturnos de uno de los funcionarios constituyen una metáfora del hombre como monigote encaramado en zapatos enormes, de estatura inestable, precaria, pronta al derrumbe: alegoría del poder. El ropaje del alcalde, mixtura carnavalesca de Enrique VIII, uniforme militar y galas de mandatario de opereta, es todo un guiño lanzado a una sociedad donde gobierna lo chillón y lo aparatoso, donde las vestiduras hacen al monje, donde autos y celulares son signos de estatus.
Igualmente acertado el vestuario siamés de Bobchinski y Dobchinski, tejido con papel moneda. El dibujo escénico es otro rasgo relevante, que denota agudeza, buen gusto y sentido de composición, efectivo a través de la utilización de áreas y planos como espacio dialéctico.
Definitivamente, uno de los grandes aciertos del montaje es el código gestual. Bergson decía que la conducta humana resulta cómica en la medida que el cuerpo recuerda un mecanismo: este el principio hábilmente explotado por la dirección mediante el gestus repetitivo y mecánico.
Asimismo, opera el recurso de la duplicación: los hacendados siameses, los gendarmes, las reverencias sincopadas de los mercaderes... Las risas espasmódicas, las vertiginosas evoluciones por el espacio, el criado que emite sonidos guturales (recurso ya utilizado por Moliere).
En la parte interpretativa, destaca el trabajo de Martín Porto como el alcalde corrupto y venal: excelente dicción, poderosa presencia escénica y extraordinaria expresión corporal. Este actor tiene la habilidad de transfigurarse en una enorme marioneta: el ideal de Meyerhold. Ya lo decía Stanislavski, el grotesco artístico es la forma más lograda de arte histriónico. Muy eficaz el contrapunto entre Ernesto Ponce como el pretendido inspector, y Alex Mariscal como el criado granuja pero prudente; aquejados de hambre crónica y bribonería genética, saben que por cada listo hay una docena de tontos.
Cierta disparidad interpretativa y problemas para mantener durante el segundo acto el ritmo logrado en el primero. Pero lo fundamental en todo genuino discurso estético-el comentario y la meditación-se cumple a cabalidad. Al pintar vicios de su época y espacio, Gogol logra-siglo y medio después, en las antípodas- inspirar el profundo desprecio que merece quien ejerza el poder desde el cieno de la venalidad, el soborno y la corrupción. Según Eric Bentley, en la farsa reside la quinta esencia del teatro.
Felicitaciones a Nuevo Teatro y a su director por esta renovadora, divertida y aleccionante propuesta escénica. El Inspector se presenta en el Teatro en Círculo del 3 al 31 de julio, a las 8 p.m. (domingos, 4 y 8 p.m.).
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