Fetiches navideños
Publicado 2003/12/12 00:00:00
- Madrid
En general, el mundo cristiano celebra la Navidad con una serie más o menos prolongada de festines; y cada país, cada pueblo, tiene para esta ocasión su propio fetiche gastronómico, algún producto estrella que se cotiza a precios de los que lo menos que puede decirse es que son desmesurados.
En el caso de España, la humilde col lombarda de los madrileños ha cedido su protagonismo como primer plato de la cena de Nochebuena a un manjar que lo menos que inspira a los extranjeros es una cierta desconfianza. Hablamos de las angulas.
Las angulas no son más que una fase del largo desarrollo de las anguilas. Todas las anguilas del Atlántico nacen en el mismo sitio: el mar de los Sargazos. Desde allí, inician un viaje que las llevará a la desembocadura de los ríos de los que partieron, en viaje nupcial y postrero, sus progenitores.
A los tres años de viaje, más o menos, las anguilas, en estado de angula, llegan a los estuarios europeos. Su aspecto es todo menos apetitoso: son una especie de gusanitos blancos, que pesan alrededor de medio gramo y miden entre seis y siete centímetros de longitud.
Y, en España, se convierten en uno de los manjares más deseados. Por Navidad, su cotización roza lo sideral. Este año se calcula que andarán entre los 400 y los 500 euros (480 y 600 dólares) el kilo... aunque, a poco mal que se dé la temporada, superarán los 600 euros (720 dólares). La "dosis" normal, por persona, viene siendo de entre cien y 150 gramos.
Las angulas, como saber, no saben a casi nada. Su atractivo es su textura. Su preparación más extendida, para más delito, arrasa el poco sabor que tienen estos inconclusos proyectos de anguila a base de ponerles ajo y guindilla.
La receta es bien sencilla: se laminan los ajos, se corta en trocitos una guindilla roja y se dora todo ello en aceite de oliva, en unas cazuelitas de barro. Cuando los ajos están dorados, pero no marrones, se echan las angulas y se separa la cazuelita del fuego; se remueven un poco con un tenedor, se tapan y se sirven. Para comerlas, ignoro por qué, le dan a uno un tenedor de madera, lo que resulta desagradabilísimo para los mortales que no soportamos el tacto de la madera en los labios.
En el caso de España, la humilde col lombarda de los madrileños ha cedido su protagonismo como primer plato de la cena de Nochebuena a un manjar que lo menos que inspira a los extranjeros es una cierta desconfianza. Hablamos de las angulas.
Las angulas no son más que una fase del largo desarrollo de las anguilas. Todas las anguilas del Atlántico nacen en el mismo sitio: el mar de los Sargazos. Desde allí, inician un viaje que las llevará a la desembocadura de los ríos de los que partieron, en viaje nupcial y postrero, sus progenitores.
A los tres años de viaje, más o menos, las anguilas, en estado de angula, llegan a los estuarios europeos. Su aspecto es todo menos apetitoso: son una especie de gusanitos blancos, que pesan alrededor de medio gramo y miden entre seis y siete centímetros de longitud.
Y, en España, se convierten en uno de los manjares más deseados. Por Navidad, su cotización roza lo sideral. Este año se calcula que andarán entre los 400 y los 500 euros (480 y 600 dólares) el kilo... aunque, a poco mal que se dé la temporada, superarán los 600 euros (720 dólares). La "dosis" normal, por persona, viene siendo de entre cien y 150 gramos.
Las angulas, como saber, no saben a casi nada. Su atractivo es su textura. Su preparación más extendida, para más delito, arrasa el poco sabor que tienen estos inconclusos proyectos de anguila a base de ponerles ajo y guindilla.
La receta es bien sencilla: se laminan los ajos, se corta en trocitos una guindilla roja y se dora todo ello en aceite de oliva, en unas cazuelitas de barro. Cuando los ajos están dorados, pero no marrones, se echan las angulas y se separa la cazuelita del fuego; se remueven un poco con un tenedor, se tapan y se sirven. Para comerlas, ignoro por qué, le dan a uno un tenedor de madera, lo que resulta desagradabilísimo para los mortales que no soportamos el tacto de la madera en los labios.
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