Manuel F. Zárate, un panameño valioso
Publicado 1999/06/07 23:00:00
- Milcíades Pinzón Rodríguez
Al final de la centuria los panameños tendremos que asumir un conjunto de problemas que hemos venido postergando a lo largo del siglo XX. Algunas de ellas son muy conocidas (como en el caso de la reversión canalera), mientras que otras se han de perfeccionar y buscar su solución en la próxima década. Entre éstos últimos temas se encuentran el siempre postergado tema de la cultura nacional; e independientemente de que en el siglo las instituciones estatales apenas han brindado apoyo a la gestión cultural, el pueblo como ente hacedor de cultura logra preservar sus costumbres, no obstante la penetración cultural y la ovejuna indiferencia gubernamental.
Todo esto nos lleva a pensar en lo importante que resulta para todos, no sólo el valorar nuestra herencia cultural, sino el destacar a los panameños que en su momento supieron contribuir con sus aportes para que al final del Siglo XX aún podamos hablar de la panameñidad. Entre ellos encontramos muchos istmeños que tuvieron el mérito de ser fieles a su época; y que no solamente se quedaron petrificados en una lealtad de tipo cultural, sino que aportaron de forma significativa a la construcción del Estado Nación.
Entre esos panameños que realizaron una contribución imperecedera se cuenta un istmeño nacido en la santeña población de Guararé. Me refiero a Manuel Fernando de las Mercedes Zárate, el más notable de los folclorólogos del siglo XX en Panamá y a quien podemos considerar como el Padre de la folclorología istmeña. Pues bien, el próximo 22 de junio de 1999 se conmemora el Primer Centenario del Natalicio de Zárate. Por ello, en el presente escrito trataré de destacar su empeño de orejano raizal.
ZARATE, UN GUARAREÑO EN LA ENCRUCIJADA DE CAMINOS
Preocupado por la trascendencia del acontecimiento, acudí a la Parroquia de Guararé para revisar el Libro de Bautismos y encontrar el acta de nacimiento de Zárate. En efecto, allí, en el libro indicado, consignado en la Partida N° 185, que comprende del año 1894 a 1903, y en la página 100 se anota:
"En la parroquia de Guararé, á veinticuatro de julio de mil ochocientos noventa y nueve, yo el Pbro. José Antonio Agreda, Cura interino de ella, bauticé a Manuel Fernando de las Mercedes que nació el veintidós de junio dé este año, hijo natural de Zoila Zárate. Son sus abuelos maternos José del Carmen Zárate y María de la Cruz Espino. Fueron sus padrinos Manuel María Angulo y Teresa Angulo, á quienes advertí sus obligaciones y espiritual parentesco, y para que conste firmo. José Antonio Agreda, Pbro."
Al registrar sus notas, no se imaginó el presbítero Agreda el papel relevante que desempeñaría aquel niño que bautizó al finalizar el siglo; justo en el instante cuando la vigésima centuria apenas mostraba sus arreboles en el horizonte. Años después de ese acontecimiento, Zárate emprendió los estudios en su pueblo natal, continuó su secundaria en el Instituto Nacional (en donde recibió con honores el título de Maestro de Escuela Primaria), para pasar después a obtener su Doctorado en Química en la Francia de Comte, Durkheim y de la inmortal Revolución Francesa.
Una vez en nuestro país, debemos comprender el aporte de Zárate en el marco de una época convulsa y compleja. Al partir hacia la Ciudad Luz nuestro biografiado dejó a un Guararé somnoliento (en donde ejerció su profesión de maestro) y retornó a Panamá cuando los liberales progresistas se empeñaban en sembrar de escuelas primarias a los pueblos interioranos. Lo importante en este caso es comprender que el guarareño nace en una época de transición: un poco montado a caballo entre los viejos usos del decimonono ístmico y la introducción de una racionalidad que trastoca los valores y, en general impacta los bucólicos poblados de Panamá rural. Epoca de introducción de nuevas ideologías (anarquismo, liberalismo, socialismo, comunismo, etc.), ampliación de la red vial, impulso a los medios masivos de comunicación (telégrafo, periódicos y radio), olor a gasolina, alambiques, carreteras, así como barcos que transportan a hombres y mercancías.
El guarareño tuvo, en los sesenta y nueve años de existencia (murió el 28 de octubre de 1968), que hacer frente a un momento histórico que se caracteriza por ser una encrucijada de caminos. Zárate, como los de su generación, debió escoger entre su cultura orejana y el subyugante embrujo de la modernización de inicios de siglo. A nuestro parecer, él logra captar lo trascendente del momento y valora lo que representa para el país el preservar los rasgos característicos de la panameñidad. Además, debemos decirlo, le toca en suerte el encontrar a una panameña con lo cual mancomuna su rescate de la cultura; se casa con Dora Pérez, otro espíritu sensible y emprendedor. Ambos dan inicio a una cruzada cultural que tuvo un impacto profundo sobre la autoimagen del panameño.
Hermanados por similares propósitos, los esposos Zárate atraviesan ríos, escalan montañas, caminan largas horas, impulsan festivales y promueven el interés nacional por la junta de embarra, la saloma campesina, lo maravilloso del trabajo artesanal de mujeres que bordan polleras, el disfrute del autóctono arte culinario, la maravilla coreográfica y musical del bunde y bullerengue, el disfrute del repique de tambores, así como sientan las bases para reconocer lo más preciado de la cultura indígena. En suma, las manifestaciones folclóricas se convierten en objeto de estudio y dejan de ser (para sorpresa de quienes alientan la alienación ístmica) expresiones de manitos, de "patirrajaos" o de campesinos analfabetos que habitan en el "monte". Así, el legado trascendental de Zárate radica en anteponer a un transístmico asfixiante, la cultura del hombre del campo; tanto más importante si ello lo logra sin alentar regionalismo y promover falsas dicotomías culturales.
EL APORTE BIBLIOGRAFICO DE ZARATE
Revisando con ojos escrutadores la producción bibliográfica de Manuel Fernando Zárate, salta a la vista cómo su aporte responde a la de un hombre en plena madurez cronológica e intelectual. Sus escritos comienzan a aparecer en la década del cuarenta, como podemos apreciar en la bibliografía que se adjunta, y se extiende hasta finales de los años sesenta, fecha cuando la Parca interrumpe sus aportes al conocimiento de los cimientos culturales de la nación panameña. Es notorio el esfuerzo que realiza por legarnos el rostro de un Panamá que se nutre de guarapo, raspaduras, bollos y arroz con frijoles. Todo resulta mucho más admirable si pensamos que esa contribución proviene de un profesional que se recibe de químico y que aprovecha su tiempo libre recorriendo el país para grabar, fotografiar y tomar notas de campos. En propiedad estamos ante dos décadas (años cincuenta y sesenta) cuando madura su esfuerzo intelectual. Ya se ha publicado en la Revista Lotería, la recordada Revista Universidad (que dirige Méndez Pereira) o las amistosas páginas de Epocas. En ellas va desgranando Zárate sus inquietudes sobre la cultura ístmica. Así vemos cómo logra en los años cincuenta el máximo galardón del Concurso Ricardo Miró con La décima y la copla en Panamá. Justo diez años después lo hace con Tambor y socavón (1962), contando para ello con la colaboración de su esposa. Mucho antes, en 1958, ya vemos aparecer el andamiaje teórico de las lides folclóricas en el estudio que denominó Breviario de Folclore.
La cosecha bibliográfica de Zárate es variada. Encontramos un marcado interés por temas como las coplas, las salomas, las décimas, los tambores, las fiestas de toros, las diversas manifestaciones de bailes tradicionales, la huerta campesina, entre muchos otros temas. En este sentido podríamos decir que para él tales temas no resultaron extraños, dado que provenía de una extracción social y de un área geográfica en donde experimentó en carne propia esas manifestaciones folclóricas. Su mérito radica, no sólo en contribuir al conocimiento del "hombre folk" de Panamá rural, sino en haber logrado tomar distancia de los hechos folclóricos para analizarlos como lo que realmente eran, al margen de sus propias vivencias como hombre de campo. Es decir, Zárate supo ser fiel a los requerimientos de la metodología y las técnicas de investigación; sin olvidar, por supuesto, su complicidad de clase campesina. El último de los aspectos indicados es para nosotros vital. Al leer sus escritos notamos en ellos la entrega de un hombre que comprende lo relevante del rescate de unas manifestaciones que él intuye que en el Siglo XX serán claramente transformadas. Su prosa no es la de un escritor que plasma fríamente en las páginas el producto de sus pesquisas de investigador acucioso. En la mayoría de los casos nos enfrentamos a una redacción que se impregna de sentimiento; quiero indicar que Zárate se mueve por un marcado amor a las cosas del "hombre folk". Como profesional verdaderamente culto y liberado, asume su compromiso de ser fiel al aroma de tierra mojada y refrescos tropicales, y lo hace sin olvidar las teorías de los hechos folclóricos; porque hay que decir, igualmente, que sus aportes bibliográficos tienen como soporte un adecuado manejo conceptual, en el marco de teorías que se constituyen en el eje que acompaña sus investigaciones
Y DESPUES DE ZARATE QUE
Como hemos visto, podemos afirmar que Zárate fue fiel a su época. Pero no podemos negar que desde su muerte han transcurrido algo más de treinta años; tres décadas en las que se han trastocado los valores y la cultura ístmica, ya que ésta no es la misma que en vida pudo apreciar el ilustre guarareño. En suma, hoy, el cambio social y cultural nos presenta, a través de los profetas de la globalización, la imperiosa "necesidad" de modernizarnos.
Pese a todo, al final del siglo, se comprende aún más la angustiada existencia de Zárate, ese afán tan suyo de plasmar para la posteridad la sabiduría popular. En este sentido se puede ser tan Zárate en 1999, como al final de los años cuarenta. Porque lo valioso del guarareño no estriba en que él se haya constituido en el Padre del Folclor Nacional, ni tan siquiera el que emprendamos un debate sobre la pertinencia de la Escuela de Zárate y la contemporánea postura de los folclorólogos de las nuevas generaciones. Ello, en realidad, me parece hasta cierto punto ocioso, porque lo medular radica en comprender como folclor, pero lo cierto es que la cultura popular siempre estará allí y alguien deberá asumir el compromiso de recogerla y divulgarla. En especial, en un momento como el presente, cuando las manifestaciones folclóricas no sólo se han adulterado, sino que han terminado por venderse como mercancía. Siendo así, tanto más pertinente resulta para el panameño el retomar el camino que asumieron los esposos Zárate. A ello me refiero cuando aludo a la filosofía que subyace en la labor de Zárate; porque su pensamiento está indisolublemente casado con el problema de la identidad de los pueblos. Y no es casual que el mismo tópico que angustió a los panameños, que fueron colegas de Zárate en las cátedras de la Universidad de Panamá de los años cincuenta y sesenta, vuelva a renacer al final del Siglo XX e inicios del Siglo XXI. Ahora ya no existe un cuestionamiento desgarrador sobre la pertinencia de lo panameño, porque de una manera u otra vemos en la reversión canalera la culminación de un proyecto que se vino incubando desde el Siglo XVIII. El punto medular estriba en los mecanismos que debemos asumir para que los panameños no dejemos de ser tales. Durante el actual siglo la contribución de los esposos Zárate no sólo fue necesaria, sino oportuna. En la próxima centuria, la filosofía del Fundador del Festival Nacional de la Mejorana, deberá constituirse en política de Estado, ese no sólo es un gran reto, sino la garantía de que los panameños no terminemos por transformarnos en basura cósmica. Al arribar al Centenario del Natalicio de Manuel Fernando de las Mercedes Zárate, no sólo saludamos su ciclópea labor, sino que comprendemos la vigencia de su pensamiento nacionalista.
(El autor es sociólogo del CRU de Azuero)
Todo esto nos lleva a pensar en lo importante que resulta para todos, no sólo el valorar nuestra herencia cultural, sino el destacar a los panameños que en su momento supieron contribuir con sus aportes para que al final del Siglo XX aún podamos hablar de la panameñidad. Entre ellos encontramos muchos istmeños que tuvieron el mérito de ser fieles a su época; y que no solamente se quedaron petrificados en una lealtad de tipo cultural, sino que aportaron de forma significativa a la construcción del Estado Nación.
Entre esos panameños que realizaron una contribución imperecedera se cuenta un istmeño nacido en la santeña población de Guararé. Me refiero a Manuel Fernando de las Mercedes Zárate, el más notable de los folclorólogos del siglo XX en Panamá y a quien podemos considerar como el Padre de la folclorología istmeña. Pues bien, el próximo 22 de junio de 1999 se conmemora el Primer Centenario del Natalicio de Zárate. Por ello, en el presente escrito trataré de destacar su empeño de orejano raizal.
ZARATE, UN GUARAREÑO EN LA ENCRUCIJADA DE CAMINOS
Preocupado por la trascendencia del acontecimiento, acudí a la Parroquia de Guararé para revisar el Libro de Bautismos y encontrar el acta de nacimiento de Zárate. En efecto, allí, en el libro indicado, consignado en la Partida N° 185, que comprende del año 1894 a 1903, y en la página 100 se anota:
"En la parroquia de Guararé, á veinticuatro de julio de mil ochocientos noventa y nueve, yo el Pbro. José Antonio Agreda, Cura interino de ella, bauticé a Manuel Fernando de las Mercedes que nació el veintidós de junio dé este año, hijo natural de Zoila Zárate. Son sus abuelos maternos José del Carmen Zárate y María de la Cruz Espino. Fueron sus padrinos Manuel María Angulo y Teresa Angulo, á quienes advertí sus obligaciones y espiritual parentesco, y para que conste firmo. José Antonio Agreda, Pbro."
Al registrar sus notas, no se imaginó el presbítero Agreda el papel relevante que desempeñaría aquel niño que bautizó al finalizar el siglo; justo en el instante cuando la vigésima centuria apenas mostraba sus arreboles en el horizonte. Años después de ese acontecimiento, Zárate emprendió los estudios en su pueblo natal, continuó su secundaria en el Instituto Nacional (en donde recibió con honores el título de Maestro de Escuela Primaria), para pasar después a obtener su Doctorado en Química en la Francia de Comte, Durkheim y de la inmortal Revolución Francesa.
Una vez en nuestro país, debemos comprender el aporte de Zárate en el marco de una época convulsa y compleja. Al partir hacia la Ciudad Luz nuestro biografiado dejó a un Guararé somnoliento (en donde ejerció su profesión de maestro) y retornó a Panamá cuando los liberales progresistas se empeñaban en sembrar de escuelas primarias a los pueblos interioranos. Lo importante en este caso es comprender que el guarareño nace en una época de transición: un poco montado a caballo entre los viejos usos del decimonono ístmico y la introducción de una racionalidad que trastoca los valores y, en general impacta los bucólicos poblados de Panamá rural. Epoca de introducción de nuevas ideologías (anarquismo, liberalismo, socialismo, comunismo, etc.), ampliación de la red vial, impulso a los medios masivos de comunicación (telégrafo, periódicos y radio), olor a gasolina, alambiques, carreteras, así como barcos que transportan a hombres y mercancías.
El guarareño tuvo, en los sesenta y nueve años de existencia (murió el 28 de octubre de 1968), que hacer frente a un momento histórico que se caracteriza por ser una encrucijada de caminos. Zárate, como los de su generación, debió escoger entre su cultura orejana y el subyugante embrujo de la modernización de inicios de siglo. A nuestro parecer, él logra captar lo trascendente del momento y valora lo que representa para el país el preservar los rasgos característicos de la panameñidad. Además, debemos decirlo, le toca en suerte el encontrar a una panameña con lo cual mancomuna su rescate de la cultura; se casa con Dora Pérez, otro espíritu sensible y emprendedor. Ambos dan inicio a una cruzada cultural que tuvo un impacto profundo sobre la autoimagen del panameño.
Hermanados por similares propósitos, los esposos Zárate atraviesan ríos, escalan montañas, caminan largas horas, impulsan festivales y promueven el interés nacional por la junta de embarra, la saloma campesina, lo maravilloso del trabajo artesanal de mujeres que bordan polleras, el disfrute del autóctono arte culinario, la maravilla coreográfica y musical del bunde y bullerengue, el disfrute del repique de tambores, así como sientan las bases para reconocer lo más preciado de la cultura indígena. En suma, las manifestaciones folclóricas se convierten en objeto de estudio y dejan de ser (para sorpresa de quienes alientan la alienación ístmica) expresiones de manitos, de "patirrajaos" o de campesinos analfabetos que habitan en el "monte". Así, el legado trascendental de Zárate radica en anteponer a un transístmico asfixiante, la cultura del hombre del campo; tanto más importante si ello lo logra sin alentar regionalismo y promover falsas dicotomías culturales.
EL APORTE BIBLIOGRAFICO DE ZARATE
Revisando con ojos escrutadores la producción bibliográfica de Manuel Fernando Zárate, salta a la vista cómo su aporte responde a la de un hombre en plena madurez cronológica e intelectual. Sus escritos comienzan a aparecer en la década del cuarenta, como podemos apreciar en la bibliografía que se adjunta, y se extiende hasta finales de los años sesenta, fecha cuando la Parca interrumpe sus aportes al conocimiento de los cimientos culturales de la nación panameña. Es notorio el esfuerzo que realiza por legarnos el rostro de un Panamá que se nutre de guarapo, raspaduras, bollos y arroz con frijoles. Todo resulta mucho más admirable si pensamos que esa contribución proviene de un profesional que se recibe de químico y que aprovecha su tiempo libre recorriendo el país para grabar, fotografiar y tomar notas de campos. En propiedad estamos ante dos décadas (años cincuenta y sesenta) cuando madura su esfuerzo intelectual. Ya se ha publicado en la Revista Lotería, la recordada Revista Universidad (que dirige Méndez Pereira) o las amistosas páginas de Epocas. En ellas va desgranando Zárate sus inquietudes sobre la cultura ístmica. Así vemos cómo logra en los años cincuenta el máximo galardón del Concurso Ricardo Miró con La décima y la copla en Panamá. Justo diez años después lo hace con Tambor y socavón (1962), contando para ello con la colaboración de su esposa. Mucho antes, en 1958, ya vemos aparecer el andamiaje teórico de las lides folclóricas en el estudio que denominó Breviario de Folclore.
La cosecha bibliográfica de Zárate es variada. Encontramos un marcado interés por temas como las coplas, las salomas, las décimas, los tambores, las fiestas de toros, las diversas manifestaciones de bailes tradicionales, la huerta campesina, entre muchos otros temas. En este sentido podríamos decir que para él tales temas no resultaron extraños, dado que provenía de una extracción social y de un área geográfica en donde experimentó en carne propia esas manifestaciones folclóricas. Su mérito radica, no sólo en contribuir al conocimiento del "hombre folk" de Panamá rural, sino en haber logrado tomar distancia de los hechos folclóricos para analizarlos como lo que realmente eran, al margen de sus propias vivencias como hombre de campo. Es decir, Zárate supo ser fiel a los requerimientos de la metodología y las técnicas de investigación; sin olvidar, por supuesto, su complicidad de clase campesina. El último de los aspectos indicados es para nosotros vital. Al leer sus escritos notamos en ellos la entrega de un hombre que comprende lo relevante del rescate de unas manifestaciones que él intuye que en el Siglo XX serán claramente transformadas. Su prosa no es la de un escritor que plasma fríamente en las páginas el producto de sus pesquisas de investigador acucioso. En la mayoría de los casos nos enfrentamos a una redacción que se impregna de sentimiento; quiero indicar que Zárate se mueve por un marcado amor a las cosas del "hombre folk". Como profesional verdaderamente culto y liberado, asume su compromiso de ser fiel al aroma de tierra mojada y refrescos tropicales, y lo hace sin olvidar las teorías de los hechos folclóricos; porque hay que decir, igualmente, que sus aportes bibliográficos tienen como soporte un adecuado manejo conceptual, en el marco de teorías que se constituyen en el eje que acompaña sus investigaciones
Y DESPUES DE ZARATE QUE
Como hemos visto, podemos afirmar que Zárate fue fiel a su época. Pero no podemos negar que desde su muerte han transcurrido algo más de treinta años; tres décadas en las que se han trastocado los valores y la cultura ístmica, ya que ésta no es la misma que en vida pudo apreciar el ilustre guarareño. En suma, hoy, el cambio social y cultural nos presenta, a través de los profetas de la globalización, la imperiosa "necesidad" de modernizarnos.
Pese a todo, al final del siglo, se comprende aún más la angustiada existencia de Zárate, ese afán tan suyo de plasmar para la posteridad la sabiduría popular. En este sentido se puede ser tan Zárate en 1999, como al final de los años cuarenta. Porque lo valioso del guarareño no estriba en que él se haya constituido en el Padre del Folclor Nacional, ni tan siquiera el que emprendamos un debate sobre la pertinencia de la Escuela de Zárate y la contemporánea postura de los folclorólogos de las nuevas generaciones. Ello, en realidad, me parece hasta cierto punto ocioso, porque lo medular radica en comprender como folclor, pero lo cierto es que la cultura popular siempre estará allí y alguien deberá asumir el compromiso de recogerla y divulgarla. En especial, en un momento como el presente, cuando las manifestaciones folclóricas no sólo se han adulterado, sino que han terminado por venderse como mercancía. Siendo así, tanto más pertinente resulta para el panameño el retomar el camino que asumieron los esposos Zárate. A ello me refiero cuando aludo a la filosofía que subyace en la labor de Zárate; porque su pensamiento está indisolublemente casado con el problema de la identidad de los pueblos. Y no es casual que el mismo tópico que angustió a los panameños, que fueron colegas de Zárate en las cátedras de la Universidad de Panamá de los años cincuenta y sesenta, vuelva a renacer al final del Siglo XX e inicios del Siglo XXI. Ahora ya no existe un cuestionamiento desgarrador sobre la pertinencia de lo panameño, porque de una manera u otra vemos en la reversión canalera la culminación de un proyecto que se vino incubando desde el Siglo XVIII. El punto medular estriba en los mecanismos que debemos asumir para que los panameños no dejemos de ser tales. Durante el actual siglo la contribución de los esposos Zárate no sólo fue necesaria, sino oportuna. En la próxima centuria, la filosofía del Fundador del Festival Nacional de la Mejorana, deberá constituirse en política de Estado, ese no sólo es un gran reto, sino la garantía de que los panameños no terminemos por transformarnos en basura cósmica. Al arribar al Centenario del Natalicio de Manuel Fernando de las Mercedes Zárate, no sólo saludamos su ciclópea labor, sino que comprendemos la vigencia de su pensamiento nacionalista.
(El autor es sociólogo del CRU de Azuero)
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.