Orígenes de los museos en el mundo
Publicado 2001/01/09 00:00:00
- REDACCION
Antes de la Revolución Francesa, el coleccionismo o la rapiña están en el origen de la acumulación de objetos valiosos por su belleza o su rareza; pero estos conjuntos no se exhiben de manera regular en edificios construidos al efecto. Es por eso que el museo es una institución contemporánea. La palabra museo designa el lugar de las musas, y el primero del que tenemos noticia el "Museion de Alejandría" que albergaba objetos artísticos con el propósito de que sus pensionados recibieran la visita de las musas en forma de inspiración. En la antigüedad se realizan colecciones producto de la adquisición, tradición que continúa hasta la época medieval, con las reliquias de los santos, las curiosidades traídas por los viajeros y los botines de guerra. Durante el Renacimiento y el período Barroco, se conservan las antiguedades y los objetos naturales como cochas o fósiles, a los que se añaden posteriormente los hallazgos botánicos o etnográficos, encontrados en las expediciones científicas del siglo XVIII. Pero no es hasta el siglo XIX que comienza la historia de los museos.
Con la Ilustración, el culto mágico de las musas o los santos se transforma en veneración de la razón humana; y con el Romanticismo, la ostentación de riquezas artísticas o trofeos bélicos se muda en exhibición de la personalidad singular de la nación. La ciencia y el nacionalismo convierten las colecciones en museos, y las instituciones que conocemos con este nombre. Algunos de los primeros museos se alojan en construcciones existentes. La Convención francesa decide en 1791 transformar en museo el palacio de los reyes de Francia, iniciando un proceso que el Louvre no verá culminado hasta dos siglos después de la inauguración por Napoleón de la Gran Galería; y José Bonaparte, siguiendo el ejemplo de su hermano, decreta en 1809 ubicar las colecciones reales españolas en el Prado, un edificio pensado por el arquitecto Juan de Villanueva como Academia Científica y Gabinete de Historia Natural.
El primer proyecto de museo fue un modelo teórico, que propuso el francés J.-N.-L. Durand en 1802. Formado por galerías abovedadas en torno a patios, una rotonda central con cúpula y columnatas en fachada, el proyecto de Durand inspiraría a muchos de los arquitectos del siglo XIX, y a no pocos de la primera mitad del XX. La Gliptoteca de Múnich, obra de Leo von Klenze, usa en 1816 un cuadrante del esquema original para levantar un museo formado por galerías abovedadas en torno a un patio cuadrado; y el Altes Museum de Berlín, proyectado en 1823 por Karl Friedrich Schinkel, emplea una mitad del modelo de Durand. Junto al proyecto ideal de Durand, la muy real Gran Galería del Louvre -convertida en exposición de recreo artístico y pedagogía histórica- fue asimismo una influencia poderosa en la imaginación de los arquitectos de museos. De hecho, el primer edificio que se construye con destino específico de museo adopta el esquema de galería alargada con iluminación cenital: la Dulwich Gallery, levantada por John Soane entre 1811 y 1814 en las afueras de Londres. En contraste, Joseph Paxton levanta en 1850 en la misma ciudad de Londres una gran estructura de hierro y vidrio para la exhibición de objetos que representa el polo opuesto del debate museístico: el Crystal Palace es un espacio homogéneo, transparente y neutro que servirá de modelo para algunos de los museos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Tras Paxton, habrá que esperar un siglo para que se reanude el ímpetu innovador. De hecho, la eclosión de los museos durante la primera mitad del siglo XIX no conoce otro momento de fervor hasta la segunda mitad del XX. La singularidad caracteriza la sede neoyorquina de la Fundación Guggenheim, una gran rampa helicoidal frente al Central Park que el arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright terminó, considerado una de sus obras maestras, y convertido pronto en uno de los símbolos de la ciudad, el edificio fue también muy criticado por su escasa funcionalidad como museo. También alabado como arquitectura y censurado como museo fue la Galería Nacional de Berlín, una obra igualmente tardía de otro gran maestro moderno, el alemán Mies van der Rohe, que entre 1962 y 1968.
Frente a esos proyectos extraordinarios y polémicos, los museos del norteamericano de origen estonio Louis Kahn lograron reunir la excelencia arquitectónica con la eficacia en el uso museístico. De los varios que construyó, merecen una mención destacada los dos últimos: el Museo Kimbell en Fort Worth, Texas, realizado entre 1966 y 1972 y el Centro de Arte Británico de Yale en New Haven, Connecticut, proyectado en 1969 y terminado en 1974, el año de la muerte del arquitecto.
De los museos ingenieriles, el más influyente fue el Centro Pompidou de París, una enorme refinería de vidrio y metal, con la estructura visible y los grandes tubos de colores de las instalaciones o de las escaleras mecánicas adornando el exterior de las fachadas Construido entre 1972 y 1977 por el genovés Renzo Piano y el británico Richard Rogers, el edificio conoció -pese a las polémicas- un éxito instantáneo, y todavía hoy es uno de los lugares más visitados del planeta. Menos popular, pero igualmente radical en su esfuerzo por integrar el arte y la vida, fue el Sainsbury Centre en Norwich, Norfolk, realizado entre 1974 y 1978 por el británico Norman Foster. La reacción posmoderna -premoderna en su búsqueda de modelos tradicionales y antimoderna en su desdén por la tecnología- llegó también al terreno de los museos, y lo hizo de la mano de dos maestros. El británico James Stirling construyó entre 1977 y 1984 la Staatsgalerie en Stuttgart y el Museo de Arte Romano en Mérida, construido por el navarro Rafael Moneo entre 1980 y 1986.
Durante los años finales del siglo XX, los museos han experimentado un extraordinario crecimiento, asociados a la extensión de la cultura del ocio. Las instituciones existentes se han ampliado para dar acogida a las nuevas multitudes de visitantes, muchas ciudades han construido museos como símbolos de identidad urbana, y ha surgido una gran variedad de museos temáticos, dedicados a asuntos tan diversos como el holocausto judío, la ciencia recreativa, los niños, la moda, los cómics o el rock. París, con la ampliación del Louvre -que incluye la famosa pirámide de vidrio del arquitecto I.M. Pei- y la transformación en museo de la estación del Quai d"Orsay, es un ejemplo de las mutaciones urbanas inducidas por el turismo de masas; Frankfurt, con los ocho nuevos museos construidos en la década de los ochenta, representa bien el caso de las ciudades que han usado estas instituciones como emblemas de dinamismo y prosperidad; y el Museo Judío de Berlín, terminado en 1998 por el polaco Daniel Libeskind, puede servir para ilustrar el fenómeno planetario de los museos temáticos que, si en muchas ocasiones dan pie a la figuración trivial de los parques de atracciones, otras son, como aquí, ocasión para experimentar con nuevos lenguajes. Esta última etapa, que ha visto también construirse museos o galerías convencionales -como la Colección Menil de Renzo Piano en Houston, la Kunsthalle de Rem Koolhaas en Rotterdam y los numerosos museos del vienés Hans Hollein, del norteamericano Robert Venturi o de los japoneses Arata Isozaki y Tadao Ando- ha estado singularmente caracterizada por el colosalismo espectacular del que es buena muestra el Centro Getty, un conjunto de edificios en forma de acrópolis sobre una colina de Los ¡ngeles, terminado en 1997 por el norteamericano Richard Meier. Sin embargo, la construcción más representativa de este periodo finisecular ha venido a levantarse en España: se trata de la sede bilbaína de la Fundación Guggenheim, una colosal escultura de piedra y de titanio, obra del californiano Frank Gehry, que se ha convertido desde su inauguración en 1997 en el símbolo de la ciudad, en el emblema de los museos-espectáculo.
Con la Ilustración, el culto mágico de las musas o los santos se transforma en veneración de la razón humana; y con el Romanticismo, la ostentación de riquezas artísticas o trofeos bélicos se muda en exhibición de la personalidad singular de la nación. La ciencia y el nacionalismo convierten las colecciones en museos, y las instituciones que conocemos con este nombre. Algunos de los primeros museos se alojan en construcciones existentes. La Convención francesa decide en 1791 transformar en museo el palacio de los reyes de Francia, iniciando un proceso que el Louvre no verá culminado hasta dos siglos después de la inauguración por Napoleón de la Gran Galería; y José Bonaparte, siguiendo el ejemplo de su hermano, decreta en 1809 ubicar las colecciones reales españolas en el Prado, un edificio pensado por el arquitecto Juan de Villanueva como Academia Científica y Gabinete de Historia Natural.
El primer proyecto de museo fue un modelo teórico, que propuso el francés J.-N.-L. Durand en 1802. Formado por galerías abovedadas en torno a patios, una rotonda central con cúpula y columnatas en fachada, el proyecto de Durand inspiraría a muchos de los arquitectos del siglo XIX, y a no pocos de la primera mitad del XX. La Gliptoteca de Múnich, obra de Leo von Klenze, usa en 1816 un cuadrante del esquema original para levantar un museo formado por galerías abovedadas en torno a un patio cuadrado; y el Altes Museum de Berlín, proyectado en 1823 por Karl Friedrich Schinkel, emplea una mitad del modelo de Durand. Junto al proyecto ideal de Durand, la muy real Gran Galería del Louvre -convertida en exposición de recreo artístico y pedagogía histórica- fue asimismo una influencia poderosa en la imaginación de los arquitectos de museos. De hecho, el primer edificio que se construye con destino específico de museo adopta el esquema de galería alargada con iluminación cenital: la Dulwich Gallery, levantada por John Soane entre 1811 y 1814 en las afueras de Londres. En contraste, Joseph Paxton levanta en 1850 en la misma ciudad de Londres una gran estructura de hierro y vidrio para la exhibición de objetos que representa el polo opuesto del debate museístico: el Crystal Palace es un espacio homogéneo, transparente y neutro que servirá de modelo para algunos de los museos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Tras Paxton, habrá que esperar un siglo para que se reanude el ímpetu innovador. De hecho, la eclosión de los museos durante la primera mitad del siglo XIX no conoce otro momento de fervor hasta la segunda mitad del XX. La singularidad caracteriza la sede neoyorquina de la Fundación Guggenheim, una gran rampa helicoidal frente al Central Park que el arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright terminó, considerado una de sus obras maestras, y convertido pronto en uno de los símbolos de la ciudad, el edificio fue también muy criticado por su escasa funcionalidad como museo. También alabado como arquitectura y censurado como museo fue la Galería Nacional de Berlín, una obra igualmente tardía de otro gran maestro moderno, el alemán Mies van der Rohe, que entre 1962 y 1968.
Frente a esos proyectos extraordinarios y polémicos, los museos del norteamericano de origen estonio Louis Kahn lograron reunir la excelencia arquitectónica con la eficacia en el uso museístico. De los varios que construyó, merecen una mención destacada los dos últimos: el Museo Kimbell en Fort Worth, Texas, realizado entre 1966 y 1972 y el Centro de Arte Británico de Yale en New Haven, Connecticut, proyectado en 1969 y terminado en 1974, el año de la muerte del arquitecto.
De los museos ingenieriles, el más influyente fue el Centro Pompidou de París, una enorme refinería de vidrio y metal, con la estructura visible y los grandes tubos de colores de las instalaciones o de las escaleras mecánicas adornando el exterior de las fachadas Construido entre 1972 y 1977 por el genovés Renzo Piano y el británico Richard Rogers, el edificio conoció -pese a las polémicas- un éxito instantáneo, y todavía hoy es uno de los lugares más visitados del planeta. Menos popular, pero igualmente radical en su esfuerzo por integrar el arte y la vida, fue el Sainsbury Centre en Norwich, Norfolk, realizado entre 1974 y 1978 por el británico Norman Foster. La reacción posmoderna -premoderna en su búsqueda de modelos tradicionales y antimoderna en su desdén por la tecnología- llegó también al terreno de los museos, y lo hizo de la mano de dos maestros. El británico James Stirling construyó entre 1977 y 1984 la Staatsgalerie en Stuttgart y el Museo de Arte Romano en Mérida, construido por el navarro Rafael Moneo entre 1980 y 1986.
Durante los años finales del siglo XX, los museos han experimentado un extraordinario crecimiento, asociados a la extensión de la cultura del ocio. Las instituciones existentes se han ampliado para dar acogida a las nuevas multitudes de visitantes, muchas ciudades han construido museos como símbolos de identidad urbana, y ha surgido una gran variedad de museos temáticos, dedicados a asuntos tan diversos como el holocausto judío, la ciencia recreativa, los niños, la moda, los cómics o el rock. París, con la ampliación del Louvre -que incluye la famosa pirámide de vidrio del arquitecto I.M. Pei- y la transformación en museo de la estación del Quai d"Orsay, es un ejemplo de las mutaciones urbanas inducidas por el turismo de masas; Frankfurt, con los ocho nuevos museos construidos en la década de los ochenta, representa bien el caso de las ciudades que han usado estas instituciones como emblemas de dinamismo y prosperidad; y el Museo Judío de Berlín, terminado en 1998 por el polaco Daniel Libeskind, puede servir para ilustrar el fenómeno planetario de los museos temáticos que, si en muchas ocasiones dan pie a la figuración trivial de los parques de atracciones, otras son, como aquí, ocasión para experimentar con nuevos lenguajes. Esta última etapa, que ha visto también construirse museos o galerías convencionales -como la Colección Menil de Renzo Piano en Houston, la Kunsthalle de Rem Koolhaas en Rotterdam y los numerosos museos del vienés Hans Hollein, del norteamericano Robert Venturi o de los japoneses Arata Isozaki y Tadao Ando- ha estado singularmente caracterizada por el colosalismo espectacular del que es buena muestra el Centro Getty, un conjunto de edificios en forma de acrópolis sobre una colina de Los ¡ngeles, terminado en 1997 por el norteamericano Richard Meier. Sin embargo, la construcción más representativa de este periodo finisecular ha venido a levantarse en España: se trata de la sede bilbaína de la Fundación Guggenheim, una colosal escultura de piedra y de titanio, obra del californiano Frank Gehry, que se ha convertido desde su inauguración en 1997 en el símbolo de la ciudad, en el emblema de los museos-espectáculo.
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