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Cuidado, parónimos en la vía
Ariel Barría Alvarado (Profesor de lengua y litera - Publicado:
Los domingos 2, 9 y 16 de octubre hablamos sobre plurisignificación (o polisemia), y en ese camino nos referimos a las frases hechas.Se trata de mecanismos de los que se vale la lengua para potenciar su facultad de comunicar, y cuyas significaciones en no pocas oportunidades se guardan “para la casa” (como en aquellas panaderías de antaño, que reservaban ciertos pasteles para el consumo familiar, por la laboriosidad que requerían).Es decir, esas frases, en su mayoría, son intraducibles literalmente; hay que buscarles aproximaciones que, por lo general, se apartan por completo de la fuente.Así mismo, no faltan los defensores oficiosos de la lengua, quienes, quizás con buena intención pero con no tan buena disposición, critican a los usuarios de estas expresiones, descalificando el empleo de términos que son tan naturales a la lengua como el acento.Hoy vamos a referirnos a otro tipo de palabras que suelen promover dudas entre los hablantes.Me refiero a los parónimos.El diccionario los define como “cada uno de dos o más vocablos que tienen entre sí relación o semejanza, por su etimología o solamente por su forma o sonido”.Es el caso, por ejemplo, de palabras como adoptar y adaptar, prever y proveer, actitud y aptitud…Todos los usuarios de la lengua, y en particular quienes hablan en público o laboran en los medios de comunicación social, por su papel modelador ante la comunidad, deben conocer muy bien la diferencia entre elementos parónimos, para usarlos con propiedad y corrección.Es lamentable cuando escuchamos a alguien decir que estamos “ante el peligro eminente de una epidemia de dengue”; o “El delfín espiró frente a los bañistas, muchos de los cuales trataron inútilmente de devolverlo al mar”, o bien “El abogado defensor confía en que con su alegato logrará absorber a su cliente”.En los casos anteriores, las palabras que corresponderían al contexto serían inminente, y no eminente; expirar, y no espirar; absolver, y no absorber.Estos usos están bien consignados en el diccionario y no admiten intercambio entre ellos, cada uno tiene su propio significado y deben ser usados adecuadamente.Dentro de este mismo marco, aunque se trata de un problema distinto, es criticable la mala pronunciación de ciertos sonidos, lo que parece constituir una plaga entre varios comunicadores; por ejemplo, la palabra es capturar, no “cacturar”; adoptar y no “adoctar”; adopción y no “adocción”, error que facilita el enredo con parónimos como “aptitud-actitud”, entre otros.Tampoco deben verse con buenos ojos aquellos modos de pronunciar las palabras, alargando absurda e innecesariamente las vocales de ciertas sílabas, como cuando escuchamos decir, en lugar de “el ministro de Obras Públicas”, algo así como “eeeeel ministro deeeee Obras Públicas”.La buena pronunciación de los términos implica algo más que una cuestión estética, pues nos lleva a encontramos también con la posibilidad de confundir términos, de tergiversar un mensaje, de afectar la eficiencia de nuestra comunicación.Recordemos la anécdota atribuida a Napoleón, cuando se le consultaba qué hacer con unos prisioneros, y este desoyó la pregunta para quejarse de una necia tos que lo asaltaba en ese instante, diciendo: “Ma sacre toux!” (“¡Maldita tos!”), lo que fue interpretado por los soldados como “Massacre tous!” (“¡Mátenlos a todos!”).Los entuertos que causan algunos parónimos no serán tan letales como los de la conseja napoleónica, pero es mejor que los evitemos, para no perjudicar nuestro mensaje.