Historias panameñas: seguir leyendo a los diablos rojos
- Carlos Wynter
Cada diablo rojo es un libro, una publicación con portada, contraportada e interiores. A veces, como lo dijimos en el artículo pasado, nos cuenta historias tiernas, y en otras ocasiones nos relata cuentos de terror.
En las defensas traseras de nuestros folclóricos buses, esas que quedan frente a nosotros cuando los semáforos ponen la señal de alto, hay por lo general frases ariscas, que hacen creer que quien las escribió mantiene una pugna con otra persona o con otras personas (Tu envidia es mi orgullo, podría ser una de esas frases). Y esto hace pensar en otro tipo de pugna, la que está implícita en nuestra persistente desigualdad económica, la que parece gritarnos desde el fondo de nuestra cultura: YO estoy por encima del otro, no podrás acaparar más riquezas que YO, tu envidia es de lo que YO siento orgullo.
Y la misma voz se esconde tras el tráfico desordenado, en quien te rebasa sin preocuparse de ti, de si vas a poder frenar o no, de si estás distraído o no, sin reparar siquiera en que tú también estás cansado y deseas llegar a casa pronto.
En los diablos rojos hay también obras culturales más ambiguas, que muestran que aún somos una nación joven, que está lejos de solidificarse: las caricaturas de la televisión, uno que otro comentario sabio e inexperto a la vez, la imagen de una Shakira que no se parece a Shakira…
Esos somos nosotros, lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo…Pero la mayoría de las veces, nos comportamos como la bruja del cuento, esa que no quiere verse tal como es, ni tomar conciencia, ni adquirir aprendizaje, y lo que hacemos es que le echamos la culpa al espejo, porque nos dijo que no éramos los más bonitos, y creemos que cambiándolo por uno de marco de bronce nuestra imagen cambiará.
Por eso hoy propongo, desde esta tribuna de palabras, no que detengamos la jubilación de los diablos rojos, qué va, esa debe concretarse, sino que se cree un museo de los diablos rojos, en el que nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos sigamos mirándolos hasta comprender lo mucho de cierto que tenían sus pinturas.
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