La diva panameña que conquistó el cine y la televisión de México
- Yessika Valdés
"Las plumas y las lentejuelas y el “show business” te hacen respirar. Hacer teatro, ese es también un mundo especial que me ha llenado de grandes satisfacciones. Trabajé aquí, pero el miedo anda en burro y volvemos a lo mismo, la envidia y el bloquear, para que no pases. Como yo tenía una carrera en México no insistí mucho.
Su primera película fue "Dos meseros majaderos", donde trabajó con Capulina. También ha tenido muchos otros papeles estelares. Actuó junto a César Costa en "Al fin solos" y en "El mundo loco de los jóvenes" tuvo un crédito especial, compartió escenario con Julisa y con Chespirito. Allí bailó, cantó y actuó.
Eso no fue todo, esta vedette, cantante, actriz de cine, radio y televisión, fue coprotagonista con Libertad Lamarque, "la loca de los milagros".
Hablamos de Ana María Lo Polito, conocida en la farándula como Ana María de Panamá, quien desde hace 43 años triunfa en un exigente mercado: México. Un mercado de más de cien millones de habitantes. Un mercado muy nacionalista.
Ana María es panameña, sí, pero también corre por sus venas sangre italiana. Ella siente que también es profeta en su tierra, porque con Baby Shower, su querido público de su terruño la aplaudió a más no poder.
Ella, la hija de Ulises Lo Polito Ponticelli y Teresa Torchía Vda. de Lo Polito, la nieta de dos grandes hípicos, Francisco Lo Polito, conocido como "Nene" Lo Polito y de Antonio Torchía, la primera vedette panameña que colocó el nombre de Panamá en las marquesinas del Teatro Blanquita y Teatro Lírico, en México, que actuó también en la telenovela Salomé, se describe como "una mujer sencilla, ante todo, que se ha dado cuenta de que hay que tomar muy en serio esto de la fama, porque es muy pasajera, igual que el dinero, y que todo pasa. Por lo tanto la gente que se crece y se olvida de dónde está parada. Después se da unos estrellones muy fuertes. No quiero verme retratada en ese caso".
Cuando le preguntamos desde cuándo supo que lo suyo era el escenario, se ríe y responde: "Yo lo supe desde niña, pero lo llevaba muy escondidito adentro porque me daba pena. Me habían metido en un colegio de monjas muy popis donde el ser artista era mal visto".
Pero, como cuando se tiene vocación y se amamanta un sueño con la pasión con que ella lo hizo, el resultado es que se abraza la fama.
Pero ¿cómo comenzó todo?
Rememora: "Yo vivía al lado del teatro Vista Hermosa, codo con codo y todos los días me iba para el cine a ver las películas mexicanas. Las rumberas y vedettes de las películas mexicanas... Ese tipo de onda, que luego yo lo hice mucho, lo hice toda mi vida. Es que yo quería ser artista, lo llevo en la sangre, desde que nací y hasta que me muera".
Tiene una vida interesante. No fácil. Una vida en la que el factor suerte ha sido decisivo, pero no más que la disciplina, la tesón y hasta cierto punto el trazarse una meta y caminar en esa dirección venciendo obstáculos.
Dejémosla que nos la cuente.
"...Me fui a Estados Unidos. Estuve 5 años allá, en la Universidad de Miami. Retorné a Panamá y trabajé uno o dos meses en Panamá. Iba al show de Blanquita Amaro y al Show de la Una. Un día cantaba un poquito y otros, animaba. Hasta que dije: Hay un montón de cosas aquí que no van con lo que yo quiero".
Había cosas que no le cuadraban "en la forma de tratarme y de darme oportunidades. Siempre había preferencias y vetos y... fue entonces cuando pensé y qué pasaría si yo me voy a otro lado. Entonces sucedió".
Un día, de pronto, estaba ella camino a México, dispuesta a probar fortuna.
Iba con un pasaje que le regalaron en el Canal 4. El Gerente le dio quince días de hospedaje y una nota para poder entrar a las instalaciones de Televisa (Televicentro en ese entonces). Era una especie de compensación por las cosas que ella había hecho en Panamá: modelar en Sarah Fashion, participar en los Carnavales, donde siempre salía en carros alegóricos, ser animadora de televisión (primero en Canal 2 y luego en Canal 4).
"Fui y quedé sencillamente boquiabierta porque concordaba con lo que yo había visto en las películas. Era real y a todo color. A los quince días, que se fueron rapidísimo, se me acabó la cuerda".
Pero, a Dios gracias que ella se había encontrado en México con Yiya, una chica chitreana, porque, resulta que se había ido a México sin informarles a sus padres, a quienes para nada les gustaba la idea de que ella estuviese en escenarios, en “shows” nocturnos.
"Bueno, recordemos que eran de esas familias italianas de mente cerrada, conservadores, del sur de Italia que no veían bien a las artistas y a las vedettes, vaya ofensa".
Bendita perra.
Yiya y ella habían conocido a varios galanes y entre ellos este mexicano esplendidísimo le dijo "¿qué quieres de regalo, para llevarte a Panamá?"
"Quiero un perro French Puddle", le dijo Ana María.
"Él me llevó el perrito. Yo compré una bolsita de esas de paja que tienen la parte de arriba alta. Metí a la perrita allí. Se durmió. Pesaron las maletas y yo me senté en el aeropuerto con los tickets, para hacer tiempo para ir al avión. La perra se despierta y sale corriendo. Yo detrás de ella gritándole como una loca a todo pulmón ¡perro, ven, perro ven aquí".
Mientras, se escuchaba "¡Pasajeros al avión!" y su amiga Yiya le gritaba a Ana María "Apúrate, que ya se va el avión!".
"Y yo, ¡perro, ven!",dice sonriendo Ana María, con la mirada de quien tiene dibujada en la mente la escena: "En la corredera con el perro se me perdió la cartera con todo y pasaje".
Y se fue el avión y la dejó.
Lo único que atinó a gritarle Ana María a Yiya fue: "Acuérdate de ir donde mi papá y dile que me mande dinero".
Y Yita le gritó la dirección de una casa de huéspedes en calle Mercaderes.
"Mercaderes", repetía para sí Ana María.
"Me senté allí unas cuantas, montones, de horas, pensando qué era lo que iba a hacer y de repente miré para abajo y vi una luz en el piso, que era una ventana que se reflejaba. Pensé esto quiere decir que aquí es donde me tengo que quedar. Me fui a pedir limosna prácticamente..."
Necesitaba 40 centavos mexicanos, para coger el camión, el que lleva a Mercaderes. "Me subí en un camión lleno de gente, iba por todo Insurgente, atravesando una de las avenidas más grandes del mundo. Por fin le dijo el conductor: Aquí es, bájate. Y yo me bajé y me fui caminando. Yo vivía en el Hotel María Isabel. Total, que yo le toqué la puerta a la señora. y le dije soy amiga de Yiya. Me dijo que me podía quedar, pero sin la perrita. Le dije que ella se iba a quedar un día. Esa perrita se me metió en el corazón. Me quedé con ella escondida en la casa de huéspedes".
El doctor Porci Paredes estudiaba en México y Ana María le dejaba su perrita Antonia para que se la cuidara mientras ella venía a ver a su papá a Panamá.
Antonia era una perra especial, recuerda Ana María. "Antonia tomaba cerveza y comía hot dog. Chupaba como loca".
¿Por qué Antonia?
"Le puse Antonia porque uno de los lugares que visitábamos fue gitanerías, que era un lugar precioso de flamenco. Allí había un cantaor que se llamaba Antonio, Antonio de Córdoba. Alguien de la embajada nos llevaba, íbamos al Teatro Blanquita y el cantaor ahí estaba siempre, así que me flechó el corazón. Hacían palmas o pegaban en la mesa, luego una copa de vino y un poco de queso; estaba el guitarrista y la bailaora y yo decía ¡qué aburridos estos tipos, no hablan. Pero iba, me quedaba un rato y me perfumaba y me quedaba otras dos horas y todo el mundo le gritaba: ¡Ole, tu madre! Comían pedacitos de queso y bebían vino... Cuando fui novia de Antonio me dijo: El flamenco, el día que se te meta en las venas, no se te va a olvidar nunca más”.
La suerte le sonrió.
Para que vean que es cierto el refrán que reza "no hay mal que por bien no venga", Ana María había trabajado en Panamá con el Chino Herrera, que era muy grande en el mundo de la farándula por esos años. Ella y su madre lo ayudaron a presentar a los artistas. Se hizo amiga de él y le preguntó: "¿Si yo alguna vez llego a México, usted me ayudaría a ser artista?", a lo cual él respondió afirmativamente.
Estando en México, Ana María todos los días iba a Televicentro (hoy Televisa) a ver a los artistas.
"En una de esas me voy encontrando al Chino Herrera y le digo: “Yo tengo que ser artista".
Él pregunta: "¿sabes bailar, recitar, cantar..." y después dijo: "Yo estoy trabajando en el Teatro Blanquita en la noche. Tú vete bien emperifollada".
Alegría y tristeza se entremezclaron. "Yo nada más tenía un vestido que era el que llevaba puesto. Me peiné, me pintorreteé y me fui en camión... siento que tuve que tomar como 20 camiones para llegar al teatro Blanquita y allí estaba el Chino Herrera, quien le dice al señor Hernández: ¡Oh, miren quién llegó allí. Oh, tremendo bombón, mira no' más compadre", a lo que el otro comenta "Pues está muy guapa".
Entonces, dice el Chino: “Ella se llama Ana María, Ana María, Ana María..."
Mientras, " yo, allí, callada...así, petrificada".
“Ana María de Panamá, ¿no has oído hablar de Ana María de Panamá?", enfatiza el Chino y he allí que el señor Hernández exclama: “¡Ana María de Panamá, qué lindo nombre!"
Después, ella cantó y de la pena y la emoción se le olvidó la canción.
Se ríe y comenta que "el dueño del teatro me agarró cariño. De allí me contrataron de otro lugar para dobletear. Canté y por fin pagué mis deudas, que vaya si las tenía, porque cuando el avión me dejó aunque Yiya le dio el mensaje mío a mi papá de que me mandara dinero, pero como a él no le hacía ninguna gracia la idea, dijo ¡Ah, sí, se quiere quedar de artista... no le mandó nada".
Añade: "Pasé hambre".
¿Valió la pena? le preguntamos, en la madurez de su vida, a una artista que conoció la fama, el estrellato.
"¡Completamente!, volvería a hacer lo mismo", responde y nos dice que "en ese entonces ganaba 8 dólares menos las cotizaciones que eran 25% para los extranjeros". Ocho dólares que le alcanzaban para casi nada. Bueno, para pagar un camión. Valía O.40 centavos de peso mexicano. Estaba a 12.50 el peso. Después se devaluó el 50%.
"Trabajé mucho, viajé mucho y corrí mundo".
Sobre show business, lentejuelas y más.
El cine no le llegó enseguida. "Me llegó tocando puertas como loca. Haciendo mucho “lobby” por horas y horas con productores, que las más de las veces no tienen ganas de ver ni atender a nadie", nos dice y cuando le preguntamos qué es lo que más le gusta de la actuación nos respondió: "¡Todo! Ser artista es lo máximo. La libertad de expresarse y también lo que sientes, no sólo lo que proyectas. Es como una terapia. No me explico cómo es posible que me paguen por una cosa que es tan placentera. Que es lo que debe sentir una persona por su trabajo y disfrutarlo".
Visión.
"Pienso que a los jóvenes hay que respetarlos, hay que valorizarlos y respetarlos por su intento y talento, a los viejos hay que respetarlos por sus créditos. Las dos cosas son invaluables.
Ana María dice estar de acuerdo en el relevo generacional, pero siente que hay espacio para todos.
Ficha.
Ana María de Panamá: nació el 10 de mayo como Ana María Lo Polito. Es tauro. Se estrenó como productora (también actuó) en el Teatro Tropical con “Adiós, cuñado”, en el Barrio de Vista Hermosa, obra que le abrió el camino a "Al fin a solas", "Te juro que tengo ganas", "La monjita despistada" y "Baby Shower".
Tiene un hijo de 31 años, Rafael R. Lo Polito. Habla español, inglés, francés y algo de italiano.
Declama flamenco. Recientemente, durante dos meses, Ana María estuvo de visita en Panamá, donde quiere poner otra obra de teatro en escena.
"A mí han querido cerrar las puertas, pero mi público no me olvida. Es mi gran satisfacción. Lo veo cuando vengo a Panamá y la gente me pregunta cuándo voy a poner otra obra de teatro. Lo veo cada día en la gente que me saluda. Yo no tengo nada que demostrar.
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