La dulce Venezuela de mis tiempos
- Ernesto Endara (Escritor)
“Será verdad que viví todo eso” de Viviendo de mis mentiras
Fue en 1954. Caracas todavía era “la sucursal del cielo” y la ciudad de Panamá alimentaba a los parranderos con los patí de Miss Quietí, los pescaos fritos de Chichombolo y los sanduiches del “Parao”. Como no pude embarcarme en Panamá, regresé a Venezuela respondiendo al llamado del mar. Así lo describí en una novela:
“Mis pies tocan tierra en Maiquetía. Me volteo, el avión DC-10 de la Pan American parece un dragón de museo. El hijo de Jilma Cecilia pisa una vez más la tierra que vio nacer al Libertador Simón Bolívar, a Luis Aparicio, a Virgilio Laguado y a Doña Bárbara y sus fantasmas. Esta es una escena repetida varias veces en las páginas de mi vida. Me crece en el pecho un monólogo musical: «Venezuela, ¡por Dios, qué buena eres! Te has convertido en la tierra de promisión. Aquí llegamos los “musiús” del mundo entero a beber del botellón de petróleo. ¡Ay, Venezuela!, nada más pisar tu tierra y enseguida presiento la gaita, la arepa, la nube blanca, la blanca risa. Venezuela dicharachera, la del paletó, la del cambur y las caraotas. Hasta Maiquetía bajan por un tobogán verde las brisas del Ávila. “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó...” –silbo mentalmente el himno–. Rómulo Gallegos y su Cantaclaro (“¡Ah malhaya quién pudiera, con una soga enlazar al viento...!”). La Barra de Maracaibo y los médanos con sus arenas de gofio candente. Venezuela, toda picachos, toda llanura y toda mar. Me viene a la mente “La Rusa”, la incandescente prostituta de “El Bohío”, que rezaba a la Virgen de Coromoto en su humilde cuarto de trabajo, agradeciendo cada cliente; ella también es Venezuela. Venezuela, la del terco y relumbrante Tambor del Catatumbo; Venezuela, la del galante Billo y su estimulante orquesta; la de los dos “¡Coñóooos!” (que así llaman a los dos edificios de cuarenta y cinco pisos recién construidos en la suntuosa Avenida Bolívar de Caracas). Venezuela, la bravía de Lope de Aguirre, la que busca, rezumando petróleo, La oficina No.1, de Miguel Otero Silva. La Venezuela melódica de Andrés Eloy Blanco donde baten alas angelitos multicolores dentro de una fabulosa piñata. Venezuela linda, la del furruco de diciembre, la de Maricela y aquella azotea íntima y generosa de “La Azuleja” en Macuto, donde una noche no tan lejana, tomé posesión del Caribe y de una palmera hecha mujer, ¿o sería una mujer hecha palmera?»
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