La ortografía entra por los ojos
- Ariel Barría Alvarado
El pasado domingo hablábamos de la intención, iniciada y suspendida, de recopilar ejemplos de errores extraídos de la publicidad y de los letreros en las calles para intentar la proeza de retar a las dos fuentes más pródigas de errores garrafales: los cintillos de texto en la televisión y las defensas de los diablos rojos. El problema de estos errores, advertía, es que contaminan al receptor, porque la ortografía entra por los ojos.
Hay normas para aprender ortografía; con estudio y constancia uno llegará a saber que los verbos terminados en -cer y -cir se escriben con c (excepto toser, coser y asir), y que las palabras terminadas en -voro y -vora se escriben con v (excepto víbora). El problema es aprenderse tantas reglas y tantas excepciones para luego, sobre el papel, contextualizarlas.
Hay formas más simples, por suerte: igual como aprendemos a silbar una canción “de oído”, o de la manera en que recordamos una cara entre miles, la ortografía, para bien o para mal, entra por los ojos. Quien lea en un diario: “Gobierno ofrece ‘paleativos’ a damnificados”, estará tentado a creer que esa es la forma correcta de escribir tal palabra (en lugar de “paliativos”). Pero el efecto se produce también en sentido contrario: una palabra bien escrita expuesta en un medio público, influye en el uso personal; por eso el buen lector tiende a escribir bien.
Me duele cada vez que nuestros comunicadores, en particular los que hablan por radio o por televisión, emprenden el inagotable fluir de sus “pues”, “lo que es”, “mas sin embargo”, porque sé que frente a ellos hay un público que deja que sus propias formas de expresión se moldeen al calor de tan pobres modelos, y los imitarán, consciente o inconscientemente, creyendo que siguen un patrón confiable.
No es distinto el caso de los letreros, anuncios o escritos públicos, por lo que debe exigirse responsabilidad sobre el producto a quienes los realizan. No es exagerado pedirlo: se entiende que un piloto maneja naves, que un odontólogo extrae muelas, y que un fantasma es capaz de atravesar paredes; entonces, ¿por qué nadie exige a los que trabajan con textos publicitarios, que se ganan la vida así, que lo hagan bien?
La ortografía es un reflejo, entre otros, de la educación de un individuo, de su grado de cultura, de su contextura profesional; si aspiramos a incrementar tales factores, todo lo que ayude a la causa es importante, y hay que exigir idoneidad a los que se dedican a escribir textos publicitarios de cualquier tipo, y exigirlo legalmente. Tampoco pedimos cárcel para ellos, bastaría que pagaran su condena a la manera de Bart Simpson en la introducción del programa de su familia: haciendo planas que subsanen su error, subiendo el número para los reincidentes; o al menos que lean; ¿es mucho pedir?
Viéndolo bien, creo que voy a reanudar mi aplazada colección de errores en la publicidad. Y, mientras tanto, ojearé las reglas ortográficas. Siempre es poco lo que se sabe y siempre salta el gazapo de la mata menos sospechosa.
Que la palabra te acompañe.
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