Los gitanos y la pena de galera
Cantus Interruptus La pena de galera iba precedida por una pena complementaria: los azotes públicos para ejemplo de los incautos.
Los gitanos llegaron a España a principios del siglo XV. Entraron por los Pirineos, al parecer procedentes de la India o de Egipto, y aunque al principio eran bien vistos por los lugareños de los poblados en los que se quedaron, no tardó la hegemonía eclesiástica en crearles un estigma negativo por sus diferencias raciales y sus costumbres dicharacheras: "los descendientes directos de Caín". Las leyes españolas de la época describían como delitos gitanos: “su vagancia y otros excesos”. El vacuo argumento del clero, ayudó a condenar a los gitanos a penas reservadas a los peores ofensores: servir como galeotes o remeros en las enormes galeras. Compartían faena con moros, blasfemos, ladrones, desertores, bígamos, adulteros, alcahuetes y, por supuesto, homosexuales.
La pena de galera normalmente iba precedida por una pena complementaria: los azotes públicos para escarmiento del condenado y ejemplo de los incautos. Los galeotes eran encadenados a su sitio de trabajo forzado, donde comían, dormían y defecaban, y cuando ya no servían para la ardua faena porque la fatiga de los músculos no les permitía dar un remo más, los tiraban fuera de borda pero no sin antes cortarles el garguero como un último gesto misericordioso: para que no sufran los pobres al ahogarse, zaz, salpicaba la sangre junto al último grito exánime que ya no salía por la boca sino por la grieta fresca que dejaba la navaja. Al agua esa piltrafa.
Las gitanas, sospechosas por su desparpajo y la excentricidad de sus abalorios, eran quemadas en la hoguera acusadas de brujería, herejía o estafa. Después se supo que las brujas jamás habían existido, pero ya era demasiado tarde. Los gitanos de ambos sexos eran marcados con el corte de oreja o una raya en la mejilla y a los galeotes los tatuaban con las letras GAL en un brazo. Una marca para toda la vida que en realidad no importaba, porque muy pocos se salvaban de aquella condena tan atrozmente anticristiana. Luego Mark Twain escribiría: "Si Cristo estuviera aquí ahora, hay una cosa que no sería, cristiano".
Si las galeras no hubiesen sido sustituídas por las carabelas, los gitanos hubiesen llegado a América junto a Cristóbal Colón y otra habría sido la historia y la suerte de aquellos infortunados. La última vez que se usaron las galeras en una empresa de envergadura, fue en la famosa Batalla de Lepanto en 1571, que enfrentó a turcos otomanos contra la Liga Santa. En aquella batalla un joven de veinticuatro años perdió la movilidad de la mano izquierda, y desde entonces se le conoció como "El Manco de Lepanto".
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