Oliendo fui feliz
- Ernesto Endara
"Pecuni non olet" (el dinero no huele) Vespasiano
Y a una vez dije que Londres era la ciudad de la que no guardo ningún olor. Entornos maravillosos, estatuas, edificios monumentales, museos que parecen palacios y palacios que parecen fortalezas, puentes llenos de edificios, aceras cómodas, esquinas calientes con vendedores de fish & chips, pero sin olores. Londres la inodora. Pasamos cerca de una cloaca y nada. Tal vez por los galones de té que ingieren los ingleses.
Por donde viajé acumulé recuerdos de fragancias, aromas, fetideces, olores, olores, olores personales, citadinos, interbarriales, de arriba y de abajo. Olores, olores…
Costa Rica tiene dos olores: palmitos y cangrejo en las bajuras, es decir en Guanacaste, sobre todo en la península de Nicoya; y a cigarrillo Chesterfield y cuero fino en la ciudad de San José.
En la ciudad de México, por Río la Plata olía a panameño, claro, por allá abundaban los Biebarach, Chombo Reyna, Bachiche Loaiza y otros; en Bucarrelli olía a chinos, a jamón pasado, a confeti o mejor dicho a aserrín; en Artículo 123 el aroma que dominaba era el de cemento mojado y gaveta de anticuario; en San Juan de Letrán era delicioso el olor a libros. Allí, las librerías, con sus puertas abiertas, dejaban escapar la esencia inconfundible del papel y las condensaciones de la imaginación que impregnaban sus paredes. Si sacabas la lengua hasta podías saborearla. En el pequeño cementerio de San Fernando olía a guayaba aunque no había un solo palo de guayabo; en la Plaza Monumental se mezclaba el olor a periódico, a tortillas y a humo de paja.
En Caracas, lo que más recuerdo es el aroma de ropa recién planchada que siempre sentí al entrar al Panteón Nacional. El silencio tiene que ver con el olor, le da un toque. La plaza Bolívar huele (u olía) a café y leña de tamarindo.
Las Palmas de Gran Canaria tiene mi olor favorito: bay rum. Hasta en el museo de Néstor sentí ese perfume de bar y océano.
En los muelles de New Orleans sentí un fuerte olor a alcanfor y a zapatilla de jugador de basket.
La Roma de Vespasiano olía a orines. Por eso inventó un nuevo impuesto. De ahí su frase desodorante.
¿A qué huele Panamá? Hombre nuestros aromas y emanaciones merecen todo un artículo.
Aprovecho para acotar que dije fui feliz oliendo, porque, no sé si para bien o para mal, perdí el olfato.
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