¿Pluma o bolígrafo?
- Ariel Barría Alvarado (Profesor de lengua y litera
En no pocas ocasiones me ha tocado ser testigo de una discusión algo bizantina. Se origina porque alguien le dice a otro algo así como: “Bróder, ¿me presta su pluma?”, mientras que el emisor (como solemos hacer muchos panameños, que aclaramos con palabras lo que hemos dicho ya con las manos) se toca reiteradamente el bolsillo de la camisa. Y obtiene una respuesta como la siguiente: “¿Pluma?... Mire, amigo, lo que le puedo prestar es el bolígrafo, porque la pluma no.”
En otras oportunidades el diálogo se produce entre personas conocidas, lo que motiva que a quien le toca dar la respuesta antes citada se vuelva hacia uno, buscando reafirmar lo que ya ha expuesto: “¿Sí o qué, Prof.?”
Antes de continuar, permítanme remitirme a unas líneas de “El buscón”, del madrileño Francisco de Quevedo (1580-1645): “Por estas y otras niñerías estuvo preso; aunque según a mí me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra que le acompañaron doscientos cardenales; salvo que a ninguno llamaban eminencia”.
No muy lejos de esas fechas, el toledano Melchor de Santa Cruz (1505-1585) señala, en un fragmento de su obra: “Mandó un señor a su criado que saliese a ver el cielo, si estaba estrellado, porque quería salir fuera. Como estuviese muy nublado, respondió: ‘Señor, no está estrellado, sino pasado por agua’.”
La polisemia es una característica necesaria de la lengua; consiste en dar distintos significados a una misma palabra (“cardenal” puede ser un prelado de la Iglesia, o la huella de un azote; “estrellado” puede aludir a la profusión de estrellas, o a la forma de presentar un huevo).
Digo que es propiedad necesaria porque imagínense cómo sería si a cada concepto de este mundo hubiese que asignarle una palabra distintiva y única. Si “planta”, por ejemplo, solo significase el organismo vegetal; habría que encontrar otra palabra para la planta de los pies, para la planta arquitectónica de la casa en que uno reside, a la planta eléctrica que surte de energía a esa residencia, a las formas verbales del verbo “plantar”, y así…
Mediante la polisemia ahorramos bastante, siempre y cuando tengamos en cuenta el contexto en el que nos comunicamos para entonces darle valor a determinado vocablo.
Cité a Francisco y a Melchor para desmentir de un plumazo a los que sostienen que “los panameños todo lo tomamos con doble sentido”; es que, en esencia, la lengua se vale de la plurisignificación, de la polisemia (y hablo de las lenguas en general; en inglés, “fire” puede tener por lo menos veinte significados distintos). Claro, tampoco niego que la picardía entra en juego en este proceso, si la “picaresca”, como género literario español, tomó mucha agua de este caudal.
Pero volvamos al punto de la pluma y el bolígrafo. El origen de la palabra “pluma” se remonta a las épocas en las que, en efecto, esta parte de la vestidura de un ave servía para ser remojada con tinta y escribir; el artículo evolucionó, pero mantuvo el nombre, entre otros muchos que se le darían posteriormente (lo mismo pasó con la palabra “banco”, como entidad financiera, que alude al mueble en que se sentaban los primeros prestamistas).
Hoy día, cuando llamamos pluma al bolígrafo, estamos aludiendo al “instrumento con que se escribe, en forma de pluma”, uno de los diversos significados que el diccionario le reconoce a la palabra. Así que usted no se arredre ante esos censores espontáneos del habla.
La próxima semana comentaremos otro uso que se critica sin causa justificada.
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