Rana de Mo Yan
Actualizado 2014/02/09 01:49:08
- Emiliano Pardo-Tristán (Compositor y guitarrista)
En mi reciente visita a Panamá empecé a leer varios libros. Como siempre, termino primero el que me engancha. En realidad solo eran cuatro. Uno de Bolaño y otro de Borges, literatura que no tiene desperdicio. Sin exagerar, me privaría de todo menos de leer a Borges. Bueno, tampoco de escuchar a Stravinsky, ni de algún pecadillo que, desnudo de sotanas, no es pecado sino gusto, pero esto no viene al caso. Abril rojo, del peruano Santiago Roncagliolo, lo llevaba bastante avanzado. Las peripecias del fiscal Chacaltana, investigando el caso de un quemado que a nadie parece interesar. El otro, de un autor desconocido para mí, sobre historias de un país y de una cultura remotos: Rana, del Premio Nobel chino, Mo Yan.
Cómo se puede detener la lectura "...en mi pueblo, teníamos la antigua tradición de bautizar a los niños recién nacidos con los nombres de los órganos o de las partes del cuerpo importantes. Por ejemplo, Chen Bi, el Narizón; Zhao Yan, el Ojitos; Wudachang, la Tripa; Sun Jian, los Hombros... Sin embargo, aunque no he estudiado el origen de esta tradición, supongo que debe provenir del convencimiento de que los nombres humildes dan longevidad, o posiblemente se hiciera porque las madres consideraban que los hijos eran carne que se separaba de sus cuerpos". Desconozco la humildad de los nombres en Rana, pero les noto una filiación supersticiosa y hasta poética. Quizás sean humildes para la cultura china. No lo sé. En Panamá, una madre que llame al vástago Píloro González, Duodeno Rodríguez o Apéndice Pérez, le asegura el escarnio eterno.
La ocurrencia de Mo Yan —su realismo alucinatorio— embauca, es real y toca quimeras. Rana describe lugares, situaciones y costumbres, que el lector occidental no percibirá extraños por la precisión y el orden de las palabras. Suena y huele. Se lee intuyendo que el oído y el olfato son los sentidos más alertas: "..., al ruido le prosiguió un aroma intenso, ...".
Rana hace alarde de poliestructura. Engrana historias cortas y recurre a la técnica epistolar —del narrador a su editor—; termina con una obra de teatro en nueve actos. El argumento es la desgarradora planificación familiar de la Revolución Cultural, la política de hijo único vista desde la perspectiva bucólica y de asombro del campesino. El personaje de la tía ginecóloga está desarrollado con maestría de cuentacuentos: se quiere con intensidad y se odia de igual manera. Mo Yan advierte: "la mayoría de mis libros tienen un final trágico. Sin embargo, hablan de esperanza, dignidad y fuerza". Celebramos la excelencia de la paradoja y la lucidez del narrador.
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