Sobre realidad y ficción literaria
Es la fuerza inexpugnable de la intuición lo que, sumado a los conocimientos adquiridos y a la experiencia escritural, alimenta la imaginación cuando se va creando palabra a palabra un texto.
Crear un texto de ficción es una forma de adentrarse en el mundo por entre los resquicios de la realidad; de tratar de asirlo a través de grietas que la vida cotidiana le deja a la imaginación para que interprete versiones y añada variantes, ampliando así sus horizontes una vez todo ello haya sido debidamente asimilado -integrado o mezclado-, en diversas proporciones, por el artista que un verdadero escritor aspira ser.
La creatividad que este proceso requiere e incluso a menudo exige no tiene normas preestablecidas ni pautas específicas consignadas en ningún tratado de preceptiva literaria. Es la fuerza inexpugnable de la intuición lo que, sumado a los conocimientos adquiridos y a la experiencia escritural, alimenta la imaginación cuando se va creando palabra a palabra un texto. Un texto que sólo habrá de convertirse lenta o velozmente en tal cuando la primera frase se transforme a través de su sentido en un párrafo coherente integrado por una cadena de nuevas frases. Un párrafo que se multiplicará a su propio ritmo hasta formar una cierta secuencia de otros párrafos que, todos juntos, irán articulándose para formar la totalidad de un texto mayor. Este es el procedimiento general de la escritura, ya se trate de un cuento o de una novela, e independientemente del tema y del estilo.
Si escribir es plasmar vivencias reales o imaginarias mediante el lenguaje, o una combinación de ambas, sin que sea posible deslindarlas, ni tampoco importe, leer es entonces un poco el proceso inverso: ir descodificando el sentido de cada palabra, de cada frase, de cada párrafo, del conjunto de éstos, a medida que avanza la lectura, hasta tener una semblanza integral del significado del texto en su totalidad.
Aunque no coincidiera por completo, o incluso en parte, lo que el autor quiso significar, con lo que determinado lector en un momento dado interpreta, éste tendrá siempre la misma libertad y soberanía que la que, en su momento de esplendor creativo, tuvo a su modo el escritor. Y a menudo ocurrirá que no llegará a saberse si autor y lector tienen o no experiencias vitales o intelectuales similares frente a lo escrito, o si al menos entienden lo mismo de lo que el texto dice, pues pocas veces el segundo llega a conocer lo que originalmente quiso significar el primero. Esto es así debido a que rara vez se conocen en persona, y porque no todos los creadores gustan de explicar a posteriori, mediante entrevistas o en diarios, memorias o autobiografías, sus motivaciones o intenciones en torno a determinadas partes de su obra, o acerca de ésta en su conjunto.
Pero indudablemente sólo se llega a dominar el oficio de la escritura mediante una praxis constante, que a su vez suele provenir de un acervo de vivencias personales, un agudo poder de observación, e innumerables y variadas lecturas. Para ello, tanto el ejercicio de la memoria como el vuelo de la imaginación son indispensables, además de un manejo óptimo del lenguaje. Y sólo el tiempo habrá de forjar un estilo particular de escritura.
Con respecto al estilo, acaso sea éste el concepto más difícil de explicar o definir cuando de literatura creativa se trata, ya que son diversos ingredientes los que, a lo largo del tiempo, lo van moldeando: tanto la visión de mundo que en cierto momento se tiene, como el tipo de vocabulario, la articulación de una especial sintaxis y la forma de acomodar los párrafos, tienen que ver con el estilo; pero también el manejo de ciertas técnicas literarias y la peculiar integración de fondo y forma al crear, son determinantes. Solo el conjunto de todo lo anterior, su repetición reconocible aunque haya algunas variantes de un texto a otro que los salven de la monotonía y el estancamiento creativo, podrán con el tiempo convertirse en un particular estilo, atribuible a determinado autor.
Si bien el concepto de mímeses creado muchos siglos atrás por Aristóteles, primer gran filósofo que pensó a fondo las peculiaridades de la literatura como una forma particular de creación artística, implica una necesaria homologación o réplica de la realidad de la cual de alguna manera proviene o que la antecede, con respecto al texto literario, la verdad es que una obra de arte debe trascender esa realidad originaria, transformarla, auscultarla añadiendo reflexiones, criticarla, según sea el caso y la intención del autor, dando por resultado un ente diferente, nuevo. Así, una buena obra literaria, como cualquier auténtica obra de arte, añade algo novedoso al mundo, lo enriquece.
De ahí que al referirnos a la escritura de cuentos y novelas podamos hablar de una ficcionalización de la realidad; o si se prefiere, de una realidad ficcionalizada, la cual, si la obra está bien concebida y escrita de forma sobresaliente, podría perfectamente resultar ser más compleja y profunda que la percepción que uno tiene a simple vista de lo que sucede en la vida, lo que nos sucede, ya que el autor, más sensible, perceptivo y culto que el común de las gentes, suele incorporar al texto aristas que antes permanecían escondidas. Con lo cual un lector igualmente sensible sin duda sale ganando, porque más allá del goce estético oblicuamente es beneficiario de un provechoso aprendizaje.