Mundo de Negocios
El más grande y descabellado mensaje de la OPI
Tal vez la industria petrolera sufra un declive, pero no se irá tranquilamente.
- The Economist
- - Publicado: 17/11/2019 - 06:00 am
La perforación del primer pozo moderno en Pensilvania en 1859 puso al petróleo en un camino que llegó al corazón de la economía y la geopolítica. El crudo impulsó el auge de la cultura de consumo en Occidente; ayudó a definir a los ganadores de la Segunda Guerra Mundial y provocó una crisis económica mundial en la década de 1970. Durante los últimos veinte años, China se ha vuelto el segundo mayor consumidor de crudo, mientras que la revolución del uso de la fracturación hidráulica en Estados Unidos ha provocado que, por primera vez desde la década de 1950, el país esté cerca de ser un exportador neto de energía. Ahora, se está escribiendo un nuevo capítulo en la historia del petróleo. Como en el pasado, esta era promete desencadenar cambios deslumbrantes en la economía y la geopolítica.
Basta considerar la inminente salida a bolsa de Saudi Arabian Oil Co., empresa que produce diez millones de barriles al día lo que equivale al once por ciento de la producción total en el mundo. Así como extrae el crudo Arabian superlight, Saudi Aramco también bombea superlativos y controversias. Con un valor superior a un billón de dólares, una vez que cotice, la empresa podría ser la firma pública más valiosa del mundo, con lo cual aplastaría a Apple. La oferta pública inicial (OPI) se ha postergado varias veces; una enorme planta de procesamiento de Saudi Aramco fue atacada con misiles en septiembre y a final de cuentas el control de la empresa está en poder del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, un autócrata de la familia real que tiene sangre en las manos. Sin embargo, tomemos un momento para ver un poco más allá. La estrategia subyacente de Saudi Aramco es convertirse en el último petrolero que permanezca de pie si la industria se contrae, frente a la turbulencia que se aproxima.
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En 1956, M. King Hubbert, un geólogo preocupado por la posibilidad de un declive en la demanda, acuñó el término “cénit petrolero”. En la actualidad, la frase ha vuelto a usarse, pero por la razón opuesta: la posibilidad de una demanda menguante. Esto podría parecer extraño, si consideramos que desde 2008 se ha registrado un crecimiento de un 1,4 por ciento al año. Sin embargo, la gente que dirige las empresas energéticas maneja escenarios a largo plazo y, en esa misma escala de tiempo, la contaminación urbana y el cambio climático han oscurecido el panorama del petróleo. El hidrocarburo es responsable de una tercera parte del uso energético en el mundo y de una fracción similar de las emisiones de carbono.
Muchas firmas petroleras siguen asegurando que la producción aumentará de manera gradual durante la próxima década, a un nivel ligeramente superior al de los 95 millones de barriles diarios de la actualidad, y luego se estabilizará. No obstante, para 2050, la producción tendrá que caer a un rango de entre 45 y 70 millones de barriles al día si el mundo logra detener el aumento de las temperaturas más de 1,5 o 2 grados Celsius sobre el nivel preindustrial. También serviría que hubiera un giro hacia yacimientos petroleros más limpios, cuyo crudo emita una quinta parte de lo que producen los más sucios. Aunque los jefes del petróleo insisten, al menos en público, que el crudo sigue siendo el combustible indispensable en el planeta, pueden sentir cómo aumenta el estigma. En Occidente, la opinión pública está cambiando, y exige reglas más estrictas sobre las emisiones. Además, en una señal de sobresalto, algunas empresas de Occidente han favorecido los proyectos a corto plazo en vez de arriesgar su capital en apuestas de décadas para el futuro del petróleo.
Si la demanda cae de verdad, algunos productos y productores son más vulnerables que otros. Más de una tercera parte de todo el petróleo se utiliza en autos y camiones que con el tiempo podrían ajustarse a los motores eléctricos. Es más difícil encontrar un sustituto para el crudo en los petroquímicos y plásticos. El sentido común sugiere que la tendencia será que las petroleras más sucias y con costos más altos quiebren primero. Si ese fuera el caso, una industria que se ha vuelto pantagruélica durante 160 años se contraerá a un núcleo de productores que satisfagan la demanda residual del mundo con el costo ambiental y financiero más bajo.
Muchos ambientalistas temen que nunca ocurra esta transición energética. Sin embargo, de hecho, coincide con la estrategia de Saudi Aramco y su posicionamiento frente a los inversionistas. La firma gasta solo tres dólares para sacar un barril de las profundidades del desierto, un costo menor que el resto. Las emisiones que producen la extracción del petróleo saudita también son las más bajas. Saudi Aramco se está expandiendo hacia los petroquímicos y está firmando contratos con clientes en Asia: en agosto compró una participación de 15.000 millones de dólares en la división de químicos de Reliance, un gigante de India. Arabia Saudita ha prometido a los inversionistas que obtendrán dividendos constantes sin importar lo que suceda. En la estrategia del reino queda implícito que, si la demanda de petróleo flaquea y cuando sea que eso suceda, Saudi Aramco será el productor de los últimos recursos.
Un planeta más limpio es beneficioso para todos. No obstante, una contracción de la industria petrolera podría significar más, y no menos, turbulencia para los mercados energéticos y la geopolítica. Primero, consideremos los mercados energéticos. El caso optimista es que la oferta y la demanda se reducirán al mismo tiempo, y que el precio del petróleo caerá junto con el costo de la producción del último barril necesario para satisfacer una demanda menguante. Sin embargo, reducir el tamaño de una industria con dieciséis billones de dólares en capital y al menos diez millones de empleados nunca será fácil. Debido a que los yacimientos se agotan de manera natural, una sequía en el gasto de capital podría provocar un ascenso en los precios. Cada firma y cada país, entre ellos Arabia Saudita, tendrá que decidir entre frenar la oferta para apuntalar las ganancias y la recaudación tributaria, y abrir los grifos con el fin de obtener una participación en el mercado y gastar las reservas, sin importar el precio, antes de que sea demasiado tarde. El cartel de la OPEP, el cual combina productores con costos altos y bajos, podría colapsar. Además, a medida que la producción se concentre en menos yacimientos, aumentará el riesgo de una alteración a causa del terrorismo o de accidentes.
Las consecuencias políticas son igual de importantes. Veintiséis países dependen del ingreso del petróleo para un cinco por ciento o más de su producto interno bruto, según el Banco Mundial (el promedio es del dieciocho por ciento). Si prevalece la lógica económica, los productores con el petróleo más caro y sucio —entre ellos Argelia, Brasil, Canadá, Nigeria y Venezuela— deberían disminuir la producción, pero eso sería perjudicial y, para algunos, devastador. Mientras tanto, Estados Unidos sigue casado con el petróleo, producto que satisface el 40 por ciento de sus necesidades energéticas. Su sed ha quedado saciada gracias al auge de la fracturación hidráulica, en especial en la cuenca de Permian en Texas. No obstante, la fracturación hidráulica es un método sucio y los nuevos proyectos necesitan un precio del petróleo que oscile entre los 40 y 50 dólares por barril para cubrir las pérdidas, al menos el doble del nivel que requiere Saudi Aramco. Por el bien del clima y la eficiencia, la industria de la fracturación hidráulica debe contraerse con el tiempo. Sin embargo, eso provocaría que Estados Unidos dependa más de los extranjeros, justo cuando su política ha dado un vuelco hacia el interior.
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Luego está Arabia Saudita. La promoción de Saudi Aramco a los inversionistas apuntalará su petróleo abundante, barato y relativamente limpio. Hasta ahí, todo es verdad. Sin embargo, no tendrá en cuenta la juventud desempleada del país o la opaca política judicial. Tal vez los ingresos de la OPI sirvan para modernizar la economía saudita, pero tal vez eso no suceda. Los inversionistas que apuestan a que Saudi Aramco sea la última petrolera importante que quede en pie en un periodo de 30 años tendrán que considerar el riesgo de una revolución o una invasión. La emisión de acciones de Saudi Aramco es una señal de que el final del petróleo podría estar a la vista. No obstante, también es un recordatorio de que la capacidad que tiene el oro negro de causar un caos económico y político no disminuirá en las décadas por venir.
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