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Narendra Modi enardece las divisiones en la mayor democracia del mundo
Los doscientos millones de musulmanes que viven en India temen que el primer ministro esté construyendo un Estado Hindú.
- The Economist
- - Publicado: 09/2/2020 - 06:00 am
El mes pasado India hizo cambios en su legislación para facilitarles a los fieles de todas las religiones del subcontinente, con excepción del islam, adquirir la nacionalidad. Además, el partido gobernante, el Partido Bharatiya Janata (PBJ), pretende recopilar un registro de los 1300 millones de ciudadanos del país y emplearlo para identificar a los inmigrantes que se encuentran dentro de su territorio ilegalmente. Si bien en un primer momento puede parecer que solo se trata de tecnicismos, lo cierto es que gran parte de los doscientos millones de musulmanes que viven en el país no cuentan con documentos para demostrar que son indios, por lo que corren el riesgo de quedar apátridas. A esto hay que sumarle la terrible señal de que el gobierno haya ordenado la construcción de centros de detención para albergar a quienes caigan en las redes de esta trampa.
Hay quienes podrían creer que el plan del PBJ es un error de cálculo. Después de todo, ya ha provocado manifestaciones generalizadas y prolongadas. Tanto estudiantes como laicistas, e incluso los medios, que en su mayoría son serviles, han comenzado a alzar la voz en contra del primer ministro Narendra Modi por su obvia determinación de transformar a India de una nación tolerante y multirreligiosa a un Estado hinduista patriotero.
De hecho, el plan podría ser la medida más ambiciosa hasta la fecha de un proyecto de incitación que ha abarcado décadas. El PBJ ganó reconocimiento nacional debido a la efervescencia que causó en respaldo a la demolición de una mezquita en la ciudad de Ayodhya, en cuyo lugar planeaba construir un templo para Ram, una deidad hindú. La destrucción de la mezquita en 1992, fechoría cometida por extremistas hinduistas, seguida de una serie de disturbios mortales, contribuyó al ascenso del partido. De igual manera, una matanza de musulmanes en el estado de Guyarat en 2002, época en que Modi era ministro jefe, lo convirtió en un héroe para los nacionalistas hinduistas de todo el país.
Por desgracia, lo que ha resultado un néctar electoral para el PBJ es un veneno político para India. Debido a que socavan los principios seculares de la constitución, las iniciativas más recientes de Modi amenazan con causarle daños a la democracia de India que podrían perdurar varias décadas. También es probable que ocasionen el derramamiento de sangre.
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La triste verdad es que es muy probable que crear divisiones basadas en la religión y la identidad nacional les resulte políticamente provechoso tanto a Modi como al PBJ. Después de todo, son temas que mantienen motivados a los activistas del partido y a sus aliados en los grupos nacionalistas hindúes, lo cual es una bendición, dada la ininterrumpida secuencia de elecciones estatales en India. También sirven para distraer la atención de la ciudadanía de otros temas incómodos como la economía, que ha batallado desde la abrumadora victoria del PBJ en las elecciones del año pasado. Una razón más importante todavía es que Modi parece creer que una minoría considerable de electores indios apoyan sus constantes insinuaciones de que los musulmanes son traidores peligrosos que siempre están fraguando planes para socavar a los hindúes y venderle el país a Pakistán. Eso basta para mantenerlo en el cargo. Debido al sistema electoral de mayoría relativa de India y las divisiones existentes en la oposición, el PBJ ganó su mayoría absoluta en el Parlamento con solo el 37 por ciento de los votos.
Justo ahora, quizá el PBJ esté a la caza de una nueva injusticia. La Corte Suprema emitió hace poco una resolución que lo privó de su causa favorita, pues permitió que se construya un templo hinduista en el sitio de la mezquita demolida en Ayodhya. El alboroto por la ciudadanía resulta atractivo para el partido por las mismas razones por las que ha causado una alarma generalizada. El plan de recopilar un registro de indios genuinos como parte de una cacería de intrusos extranjeros afecta a los 1300 millones de habitantes del país. Podría prolongarse durante varios años y seguir encendiendo pasiones una y otra vez, mientras se elabora el padrón y se hacen las objeciones y revisiones pertinentes. Todavía se desconoce la manera precisa en que se hará el registro y cuáles serán las consecuencias para quienes no queden incluidos en él. De hecho, Modi ya dijo que todo ha sido un malentendido. Entretanto, el lío refuerza la noción tan valiosa para el PBJ de que, a pesar de que los hinduistas constituyen el 80 por ciento de la población, penden sobre ellos amenazas de fuerzas ocultas que solo ese partido se atreve a confrontar.
Todo lo anterior pone en peligro la idea inspiradora de India como la mayor democracia del mundo. Las políticas de Modi discriminan descaradamente a los compatriotas musulmanes. ¿Por qué debería un gobierno secular proteger a los hindúes perseguidos de Afganistán, Bangladés y Pakistán, pero comprometerse explícitamente a no aceptar a un solo musulmán oprimido? Los problemas para obtener la ciudadanía son solo los más recientes de toda una serie de afrentas, desde las acciones del PBJ para aclamar como ídolos a los vigilantes que se cree han matado musulmanes, hasta el castigo colectivo de la población del valle de Cachemira, que ha sufrido arrestos arbitrarios, asfixiantes toques de queda y la suspensión de internet durante cinco meses.
Desde que logró su independencia, India ha rechazado las predicciones de que su democracia se desmoronará por intentar complacer a sus múltiples grupos divididos por idioma, etnia, casta y religión. Un gobierno seglar e imparcial, por más defectos que tenga, debe proteger a todos estos grupos. La persecución deliberada y sostenida de uno de ellos constituye una amenaza implícita contra todos, y pone en riesgo al propio sistema político. Los electores deberían recordar que el PBJ ha experimentado con políticas que ponen en desventaja a otras minorías, desde los hindúes de casta inferior que desafían la postura del partido sobre su religión, hasta los hablantes de idiomas distintos del hindi.
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Puesto que su provocación de la plebe tiene un costo humano, Modi también mancilla la memoria de Mahatma Gandhi, quien predicó la no violencia. Hasta este momento, muchos musulmanes han sido víctimas de linchamientos o golpizas mortales por supuestas faltas de respeto al hinduismo, como enamorarse de una mujer hindú o matar a una vaca. Con cierta frecuencia, se atiza la animosidad en contra de los musulmanes y ocurren masacres como la de Guyarat, en la que más de mil personas perdieron la vida. Con su estrategia perpetua de espolear a los hinduistas y exasperar a los musulmanes, el PBJ aumenta las probabilidades de que se derrame sangre.
Modi quizá imagine que puede mantener bajo control las tensiones comunitarias y exacerbarlas y apaciguarlas a placer, según le convenga para alcanzar sus ambiciones políticas. Sin embargo, aunque él solo sea un explotador inescrupuloso del fanatismo religioso, muchos defensores del nacionalismo hindú son verdaderos creyentes. No es fácil contenerlos, y la matanza en Guyarat es una prueba de ello. Con la retórica bélica que emplea con respecto a Pakistán, sus enérgicas medidas en Cachemira y su enfoque abiertamente sesgado hacia la ciudadanía, el primer ministro ha elevado las expectativas de los fanáticos. Es posible que no quiera llevar la situación al extremo (después de todo, debe gobernar al país), pero los devotos no tendrán ningún reparo en hacerlo.
ALGO QUE VALE LA PENA DEFENDER
Por fortuna, muchos indios no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados, como se hizo patente en las manifestaciones recientes. La Corte Suprema, que se negó a suspender la ley de ciudadanía, debería escuchar el clamor popular, mostrar una firmeza inesperada y declararla inconstitucional. Por su parte, Modi, en vez de atizar las hostilidades entre dos de las mayores religiones del mundo, debería buscar otras rutas para conquistar el corazón de los electores.
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