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La barbería en la que Sinán se hacía el corte estilo Elvis
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José Alberto Chacón (jose.chacon@epasa.com) / PANAMA AMERICA Cajón del tiempo Añoranza Los Ibáñez recuerdan las carreras de perros que se realizaban por las noches en el desaparecido hipódromo Juan Franco, donde mataron al presidente José Antonio Remón Cantera en 1955, donde ahora está Galería Obarrio.Dos por uno Mientras su papá atendía a gente importante, estos hermanos iban al antiguo Teatro Central, en la Peatonal.Allí vieron “Dick Tracy” en la década de 1950.“En esos tiempos se pagaban 0.50 por dos películas”.El submarino Una de las anécdotas jocosas es la de las supuestas carreras de submarinos en la playa de la Ave.Balboa.“Se invitaba a las chicas a las carreras de submarino para llevarlas a romancear”.Precios 3.00 dólares cobran los hermanos Ibáñez por un corte de cabello combinado: máquina y tijeras.$4.00 cuesta un facial.3.50 se paga en una barbería popular en la que hacen todo tipo de cortes: rapados, chaval, mango chupado y macho alfa.50 centavos de dólar cobraban en Barbería Víctor por corte hasta la década de 1970.Congelado en el tiempo.Así se percibe el ambiente dentro de Barbería Víctor, un local escondido en Calle 16 Este y Ave.Central, que ha sobrevivido por décadas al modernismo que arrasa con la memoria colectiva y arquitectónica del país.Víctor Alejandro y Víctor Julio Ibáñez Jr., hermanos de 68 y 67 años, respectivamente, son los encargados de que los años no transcurran allí dentro.Eso no solo se nota en el espíritu joven de estos hombres de bozos densos, sino además en el sueño eterno de dos relojes que parecen incrustrados en las paredes vintage del comercio creado por su padre, Víctor Julio Ibáñez Rosso, que en 1928 empezó a hilvanar su propia historia.Aquel joven emprendedor, oriundo de Bogotá, llegó al país en 1924 “motivado por al auge económico que experimentaba el Istmo gracias a la presencia de las bases norteamericanas”, relata Víctor Alejandro, el mayor de los hermanos.Sentado en una silla tono añil y sin respaldar, el menor del dueto, Víctor Julio Jr., hace que la banda sonora de “Lo bueno, lo malo y lo feo” (1966) se esparza por el salón atestado de espejos, televisores de perilla, ancianas radios, retratos y acetatos de Elvis Presley.El constante silbido del famoso spaghetti western, en que actuó Clint Eastwood, sale de un antiguo tocadiscos que fue adquirido por los hermanos en 1974, en Discoteca Tropelco, cerca de donde hoy está el McDonald’s de la Central.Ahora que la casi invisible aguja del tocadiscos surca cada canal de aquel círculo de plástico negro, Víctor Alejandro le pone playa su lengua y, al mismo tiempo, recorre la cabeza de un cliente con una máquina marca Wahl.“Mi papá ya era barbero en Cali, pero apenas supo de los gringos, vino y consiguió trabajo en la barbería del hotel Tívoli a inicios de 1920.Después de algunos años, junto con su socio, un tal señor Moya, abrió el primer local detrás de lo que hoy es Orange y anteriormente Dorian’s.Allí tenía un salón de espera y el cuarto donde muchos de sus amigos políticos y no políticos esperaban su turno”, cuenta.La época más flamante del establecimiento de madera y cemento fue entre 1930 y 1980 aseguran los herederos de este negocio con 85 años.Mandatarios, diplomáticos, poetas, militares, abogados y médicos se acomodaron en las sillas que fueron importadas desde Chicago por su papá.Tal es el valor de los rudimentarios muebles giratorios que incluso Mayín Correa, en su condición de alcaldesa del distrito capital, intentó sin éxito comprarle la más antigua, que data de 1928, para instalarla en el centro turístico Mi Pueblito.“Nos negamos a regalarle el patrimonio que nos dejó nuestro progenitor”, recitan ambos.La anécdota más destacada es la que experimentó el primer dueño de la barbería, don Víctor.“Él conocía al doctor Arnulfo Arias Madrid desde antes que fuera político”, asegura uno de sus hijos.“Mi padre nos contó que el día que Arnulfo retornó de un viaje por Argentina, su auto fue ametrallado por la 4 de Julio.Acto seguido, Arias le indicó a su chofer conducir por Calle J y dirigirse a la esquina de avenida Central y Calle 16 Este.Al llegar, el político se bajó, corrió y tocó a la puerta de la barbería.Le explicó que lo querían matar, que lo escondiera.Días después lo derrocaron por segunda ocasión”, señala Víctor Alejandro.Mucho antes de que aquel líder de masas requiriera de los servicios de don Víctor, otro hombre con el ADN político ya había transitado por aquellas calles cubiertas de ladrillos, bohemia e historia.“El doctor Belisario Porras era asiduo cliente de mi papá.Él venía, se sentaba en la primera silla y solicitaba que le arreglaran el bigote”, sostiene el más longevo de los Ibáñez, Víctor Alejandro.Porras acudía en calidad de ciudadano común porque “cuando se inauguró la barbería, ya se había despojado de la banda presidencial”.El día apenas gatea, así que la conversación se estira.Ahora, el tocadiscos monta a los presentes en el tren musical del “Rey del rock & roll”, Elvis Presley.Y es que para la época dorada del local, “los cortes de moda eran los looksde las estrellas de cine y la música: James Dean y Elvis Presley.Luego llegó el de Tony Curtis”, narra el menor de los hermanos.De ese tiempo, a finales de los 50 y principio de los 60, cuando ambos eran adolescentes, recuerdan que empezó a llegar a la barbería Rogelio Sinán, considerado hoy por muchos el padre de la literatura panameña.“Para esos días, cuando Sinán comenzó a atenderse con mi padre, esos cortes eran la sensación.Yo creo que se hacía el corte estilo Elvis”, dice Víctor Julio Jr.Por allí también pasaron el general Esteban Huertas y su hijo, además de Rubén Miró, hermano del bardo Ricardo Miró; Marco Robles, Jorge Illueca, Manuel Solís Palma, Guillermo Endara Paniza (padre de Guillermo Endara Galimani), entre muchos más.Casi un siglo después de su apertura, solo atienden de 10 a 15 clientes al día.“Son pocos”, dicen, pero son muchas las historias que atesoran y que ambos esperan vuelvan a entrar por la misma puerta.