Oswaldo Goeldi, expresionista en los trópicos, en una exposición londinense
- Katherine Palacio P./
Con Oswaldo Goeldi (1895-1961), artista brasileño de origen suizo, la angustia que refleja el movimiento expresionista centroeuropeo de entreguerras parece haberse trasladado de pronto a Brasil, al que el gran novelista Stefan Zweig llamó "país del futuro".
Ahora, la galería 32, anexa a la embajada del Brasil en el Reino Unido, expone una selección de su obra gráfica, procedente de la colección de otro artista suizo, Hermann Kümmerly (1897-1964), que fue amigo de Goeldi y a quien éste ofreció 157 dibujos y grabados por él creados entre 1910 y 1940.
La colección fue adquirida hace unos años por el coleccionista brasileño Raul Schmidt Felippe Jr., quien, presente en Londres para la inauguración de la muestra, expresó a EFE su admiración por Goeldi y otros expresionistas contemporáneos, como el austríaco Alfred Kubin, que fue también amigo de Goeldi e influyó en él profundamente.
Hijo de Emilio Goeldi, conocido naturalista suizo que llevó a cabo una importante labor científica en Belém (norte de Brasil) y creó el Museo de Historia Natural y Etnografía que lleva su nombre, Oswaldo Goeldi nació en Rio de Janeiro en 1985, pero con sólo seis años fue a vivir con su familia a Berna.
Al estallar la Primera Guerra Mundial estaba estudiando en la Academia Técnica Helvética de Zúrich, y, enrolado en el Ejército, sirvió en la frontera con Austria. Tras la muerte de su padre en 1971, se apuntó a la Escuela de Artes y Oficios de Ginebra, en la que estudió seis meses, y expuso por primera vez en una galería de Berna.
Allí conoció la obra de Alfred Kubin durante una presentación del grupo expresionista "El Jinete Azul". Goeldi regresó al Brasil en 1919 y allí comenzó una correspondencia con Kubin que duraría muchos años. En 1930 visitó a Kubin en Austria y expuso en varias galerías de Berna, entre ellas la Werthein, junto a Matisse y Utrillo.
Oswaldo Goeldi recibió el primer premio nacional de grabado de la primera bienal de Sao Paulo en 1951 y dos años más tarde fue nombrado profesor de grabado de la Escuela de Bellas Artes de Rio de Janeiro, ciudad en la que moriría en febrero de 1961.
En la galería de la Embajada brasileña en la capital británica se expone una pequeña muestra de sus grabados - 22 de un total de 260 obras que integran la colección propiedad de Raul Schmidt Felippe- especialmente seleccionados por Paul Venancio Filho, comisario de exposiciones y profesor de historia del arte de la Universidad Federal de Rio de Janeiro.
Esta exposición, la primera individual en ochenta años fuera de Brasil, se propone, según explicaron a EFE tanto el coleccionista como el comisario, difundir la obra de un artista que por la originalidad y calidad de su trabajo debería ser mucho mejor conocida en el extranjero.
El Brasil que presenta Goeldi en sus dibujos y grabados está muy alejado del tópico del país solar, alegre y tropical. El suyo es un mundo de personajes solitarios en calles silenciosas, un mundo que nos resulta inquietante por poco familiar y extraño.
Abundan las escenas nocturnas en los arrabales de la ciudad, pobremente iluminados por farolas, y por cuyas calles transitan figuras aisladas, a veces acompañadas de algún perro.
Un mundo en blanco y negro, con alguna aislada mancha roja, en el que las casas parecen observar desde sus ventanas iluminadas a quienes deambulan por calles casi desiertas, un mundo que, si no fuera por los buitres o los barcos y los muelles de algunas escenas, podría ser la Praga de Franz Kafka.
Preguntado si Goeldi influyó en otros artistas brasileños desde su magisterio en la Escuela de Bellas Artes de Rio, el comisario de la exposición cita a Lygia Pape (1927-2004), una artista adscrita, sin embargo, al concretismo y al movimiento neoconcreto brasileño ericano y a la que el Museo Reina Sofía, de Madrid, dedica precisamente en mayo su primera retrospectiva en Europa.
Tras esta primera exposición monográfica de Goeldi en Londres, el comisario Venancio Filho y el coleccionista Schmidt Felippe aspiran a llevar la obra a otras capitales como Berna, Berlín y ¿por qué no? también, si es posible, a España. Difundir la obra de Goeldi es una tarea que merece la pena.
Joaquín Rábago
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