¡Apártate de mi Satanás!
- Rómulo Emiliani, cmf.
Esta frase de Jesús dirigida a su fiel e impetuoso discípulo Pedro, que quería impedir que el Maestro fuera a inmolarse a Jerusalén, causa mucho impacto por su trascendencia. Le habla así a su “hombre de más confianza”, al que había destinado para ser su “vicario en la tierra”. Esto nos hace pensar que los “engaños diabólicos” pueden presentarse inclusive en las personas y cosas más “inocentes y buenas”.
No es para ver al diablo siempre, ya que más bien hay que ver a Dios en todo, pero sabiendo que aún en las personas, cosas y momentos más “puros”, pueden presentarse situaciones que nos aparten del camino. Ejemplo, el de una madre que por “amor” le arranca a la hija su deseo de consagrarse al Señor, porque es un “camino donde se sufre mucho”.
Recordemos el siniestro consejo de Herodías a su hija Salomé, ordenándole que pidiera a Herodes la cabeza de Juan el Bautista. Su propia madre lleva a la hija a cometer tan espantoso crimen. Vemos pues que aún de una madre pueden venir “tentaciones de las tinieblas”. “Quien ame a su padre o a su madre más que a mi, no es digno de mi”, dice el Señor. Quien obedezca más a su padre, esposo, jefe o amigo, más que al Señor, se convierte en enemigo del plan de salvación de Dios.
Por una parte los cristianos debemos ser los más respetuosos de toda autoridad y orden, pero por otro lado, los más rebeldes si se nos manda algo que va contra Dios, contra la moral, contra la vida.
El joven que induce a la novia a abortar, el jefe que intenta seducir a la empleada, el padre que lleva al hijo al licor, el amigo que quiere llevar a uno a realizar un acto delictivo o a consumir droga, deben al momento ser “detenidos” con un “¡apártate de mi Satanás!”. Y en esto hay que ser radical. Más aún, cuando una madre u otro tipo de autoridad, inclusive religiosa, apaga en un joven o en cualquier persona, su deseo de superación, de perfección, de santidad, supuestamente por el bien de la persona, por prudencia, por salvar a uno de meterse “en problemas”, deben ser detenidos con un claro “¡apártate de mi Satanás!”.
Pero un pueblo, una comunidad, una nación debe estar continuamente diciendo: “¡apártate de mi Satanás!” a las tentaciones de injusticias, vicios, corrupción que se ciernen continuamente en su vida, sumando fuerza espiritual, moral, judicial, policial y otras, para luchar contra el mal. Y por supuesto, cuando veo que hay algo que me quiere apartar del camino de superación emprendido, gritar con todo mi ser “¡apártate de mi Satanás!”, e implorar la fuerza del Señor con quien en verdad somos invencibles. Amén.
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