Contemplar tu rostro
- Monseñor Rómulo Emiliani CMF
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Así le pedimos al Señor, contemplar su rostro en el cielo: contemplar extasiado, alabar, glorificar su Presencia eternamente. Quedar embelesado, siempre asombrados, viendo el siempre nuevo, radiante y bello rostro de Dios. Ver nosotros con un cuerpo glorificado la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Sin cansarnos nunca. Sin aburrirnos, siempre contentos, felices, radiantes de gozo, sin dolor ni lágrimas, cantando alabanzas celestiales al Señor. Y viendo como estaremos todos felices en el cielo.
Pero ya en la tierra podemos tener atisbos de eso, pistas, destellos fugaces de la presencia siempre bella y hermosa de Dios. Verlo sí, con los ojos del alma y de tantas maneras. En la meditación diaria contemplarlo a él, algunas veces más, otras menos, unos días mejor, otros días en total oscuridad. En el silencio de la oración personal tenemos la gran oportunidad de verlo muchas veces. Claro, dentro de ti. Al profundizar en ti, en silencio y soledad, respirando hondo y pausado, recitando un breve texto de la Palabra, repitiéndolo durante un rato, podrás sentir su Presencia, quedarte abrazado por Él, ensimismado, transportado brevemente a un nivel más profundo de ti. Y ahí estás contemplando su rostro. Ahí estás en contemplación. Es una experiencia hermosa. No todos los días sucederá eso. Pero cuando pasa quedas impactado y te sirve para varios o muchos días. Lógicamente hay días oscuros, muy oscuros, pero es parte del camino. Lo mismo pasa en la oración comunitaria, cantando, rezando con intensidad, haciéndolo todo con fe, puedes tener esas experiencias. Y sentir muchos de la comunidad la presencia del Dios soberano, del rey de reyes, del Señor del universo, del Cristo universal, del Salvador y Mesías y quedar transportados a una dimensión más trascendentes.
Esa experiencia también se puede tener sirviendo a los pobres, llegando al ámbito más profundo de su sufrimiento, donde palpamos las llagas de Cristo sufriente en el hambre de la gente, en la falta de techo, en el estar casi siempre sin empleo, sin futuro. Lo podemos contemplar en los "sin rostro". En los que son simples números de estadistas, que no tienen nombre sino solo apodos, que solo sirven para cargar bultos, cortar la hierba, limpiar los carros. Para muchos esos son seres despreciables, casi no humanos, que no valen nada. Para nosotros, en ellos vemos el rostro de Dios, de Cristo, y los vemos bañados con la sangre del Redentor, y son templo del Espíritu Santo. Son personas, son originales, irrepetibles, únicos. Y Dios siempre está pensando en ellos, amándolos. Nosotros vemos en ellos el rostro de Dios. Como también vemos al Señor en nuestra familia, en nuestros amigos.
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