Del editor al lector
Cuando el río suena...
Han transcurrido pocos días de 2013, y ya empiezan algunos grupos a agitar el ambiente para crear inestabilidad y caos en toda la nación.
Han transcurrido pocos días de 2013, y ya empiezan algunos grupos a agitar el ambiente para crear inestabilidad y caos en toda la nación.
El artículo 38 de la Constitución Nacional establece que los habitantes del país tienen derecho a reunirse pacíficamente para fines lícitos.
Pero también dice que la fuerza pública debe garantizar el libre tránsito, evitar la perturbación del orden público o violación de derechos a terceros (cierre de calles, avenidas o la Interamericana).
Aprovechando la poderosa pantalla de televisión, los agitadores ya hablan de unión de grupos de Colón, indígenas y obreros para sembrar la anarquía bajo argumentos desafiantes, que recuerdan la República de Marquetalia.
Encienden la mecha de la inestabilidad y la confrontación, pero cuando los muertos llegan, exilian su responsabilidad y se la pasan a las autoridades.
Mejor sería la conciliación que la confrontación, aunque estos grupos no quieren la paz, sino su antónimo.
Con jugosas “donaciones” y activo circulante de procedencia desconocida, mueven personas con una logística increíble e impresionante. Su estructura es débil, sus comunicaciones son públicas, no obstante, su norte es el mismo: anarquía total en un año preelectoral.
Cuando el río suena es porque piedras trae, quizás las mismas piedras que arrojen contra el policía quien puede ser su vecino o pariente.
Una cosa es protestar cuando sus derechos se ven afectados y otra muy distinta es paralizar el país, afectar el libre tránsito y la economía nacional.
Estas acciones están establecidas en la legislación nacional como delito Contra la Seguridad Colectiva.
Hasta en los Estados Unidos, que tanto ponen de ejemplo, cuando se cierra una calle, la policía los dispersa porque el derecho de determinado afectado termina cuando alcanza a un tercero.
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