Panamá
Cuando la política se convierte en una enfermedad
Como el enfermo de alcoholismo, no podrá jamás dejar de un lado el fuego de esa antorcha ardiente y vivirá por el resto de su vida entre la aceptación de lo que es y la represión mecánica e inútil de una vocación genuina.
- Arnulfo Arias
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- - Actualizado: 09/8/2022 - 12:00 am
La asociación de Alcohólicos Anónimos fue fundada en Akron, Ohio, en el año de 1935, basada en la idea fundamental de la disciplina de la aceptación de uno mismo, como el remedio más seguro hacia el tratamiento de una enfermedad.
Mucho tenemos que aprender de enseñanzas como esa, porque nos rebelan hechos ciertos como aquel que nos dice que hay enfermedades crónicas, especialmente las de tipo espiritual y anímico, que aunque no se curan, se pueden remediar definitivamente, conociéndolas, asimilándolas, conviviendo con ellas como parte de la fibra misma de vivir. Son como esas sombras psicológicas que nos menciona Jung, que no se deben reprimir en uno, sino más bien entrar a conocerlas, atenderlas y vivir con ellas; esa es la capacidad innata para errar y hacer el mal que resulta tan obvia y natural como la capacidad innata para hacer el bien y corregirse. No existe el uno sin el otro.
Cuánto bien haría a nuestra sociedad contar con una asociación denominada "Políticos Anónimos", donde concurran todos los hombres y mujeres que nacieron con la estrella y la visión de hacer cambios en el pequeño mundo de la sociedad en la que viven, pero que al alcanzar la suficiente edad para maniobrar por ellos mismos en la vida, se encuentran conque el idealismo que fue animando el fuego que ellos portan se convierte en amenaza para esa caverna oscura del sistema en el que vive, y que los considera enfermos.
Como el enfermo de alcoholismo, no podrá jamás dejar de un lado el fuego de esa antorcha ardiente y vivirá por el resto de su vida entre la aceptación de lo que es y la represión mecánica e inútil de una vocación genuina.
No es verdad que el idealismo es causa de vergüenza para el que lo porta, pero es causa de vergüenza para el que lo mira en otros sin tenerlo. Debería entonces existir una asociación de apoyo para tratar las adicciones a las convicciones propias que causan un rechazo manifiesto por parte de todo el resto de la sociedad madura, que no las entiende y que no las quiere.
En nuestros sistemas, cientos de miles de misioneros de ese mensaje de esperanza y de progreso se montan en corceles de su juventud, pero para el tiempo que alcanzan mayoría de edad temprana, prefieren ya la mecedora conformista del sistema. Por eso, decía un gran político latinoamericano que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes.
Resulta, pues, una verdadera fuente de tesoro encontrar en los adultos los vestigios de idealismo, conservados de manera intacta hasta las etapas tardes de sus vidas; pero resulta una verdadera anomalía, casi contraria a la naturaleza, encontrar a juventudes que no porten en su mano diestra y fuerte la bandera de la rebeldía. Pero pasa. Si el sistema educativo no comienza, a muy temprana edad, a nutrir esos cerebros de la juventud con las ideas edificantes del progreso, de la confianza propia, del civismo y del orgullo nacional, ese primer diploma debería portar, en adición, las palabras muy certeras que revistan nuestra realidad: "graduado de conformidad", "cursó estudios en inercia social", "aprendió las letras de un abecedario personal, que no se comunica nunca con la realidad social de su nación".
¿Son sostenibles en el tiempo, acaso, esos sistemas? Sistemas en los que la raíz ya está infectada, en los que los frutos no podrán jamás ser muy distintos a ese árbol deformado. Como la teoría del fruto del árbol envenenado, que se remonta en su contaminación hasta la semilla misma, en una cadena de vicio manifiesto. Vemos una juventud inquieta, motivada, que quiere hacer ruptura de convencionalismos, que busca readaptar figuras y modelos endiosados por el tiempo, que resultan anacrónicos, según modelos tecnológicos actuales que son, para ellos, sus mejores referencias.
Aún así, no sabemos guiarlos: por un lado se pretende intoxicar sus jóvenes y enérgicos impulsos con el alucinógeno del anarquismo y de la lucha violenta de clases; por el otro, se les quiere
imponer esa camisa de fuerza que se hace a la medida de lo que se llama el conformismo inerte.
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