Del editor al lector
Desastres: que Dios nos ampare...
A veces viendo la TV o leyendo los periódicos, da la sensación de que los panameños fueran unos pocos, y de que el resto, los ciudadanos de
A veces viendo la TV o leyendo los periódicos, da la sensación de que los panameños fueran unos pocos, y de que el resto, los ciudadanos de a pie, poco importaran. Y no es casualidad que el tema haya comenzado a surgir asociado a víctimas fatales, porque los vivos saben que con ello se les doblega.
La naturaleza no se ensaña contra un país. La “Pachamama” (madre tierra), como la llaman los indígenas, es sabia y sigue su curso natural. Pero cuando la desgarran desde sus cimientos verdes, azules o chocolates, cuando la transan al mejor postor, la contaminan, ella, arroja consecuencias y el hombre clama y maldice.
Para el 2060 tendremos un mundo diferente. En un nuevo informe del Banco Mundial –cuyo estudio corrió por Postdam Institute for Climate Impact Research (PIK)– se asegura que al final de siglo la temperatura aumentará y esto traerá eventos cuasi apocalípticos. Concluye que de continuarse al “ritmo actual”, el planeta se recalentará en 4 grados, lo que generará inseguridad alimentaria, más enfermedades y escasez de recursos para la vida.
Para Panamá, el asunto podría ser grave. La subida del mar será de casi un metro para algunas zonas. Y habrá veranos calurosos y una estación húmeda con diluvios e inundaciones. Que la Comisión de Economía y Finanzas de la Asamblea Nacional haya aprobado un proyecto de ley que reforma el uso del Fondo de Ahorro para hacerle frente a desastres naturales como lo recién acaecido en Colón y Panamá oeste, es una buena señal pero no del todo suficiente. Digamos, un 0.5% del PIB al menos sirve como paliativo...
El Gobierno dispondrá de $173 millones una vez el visto bueno al proyecto de ley 542. Porque la labor del Sinaproc, la Cruz Roja y otros entes es encomiable pero quizás no con los recursos con que debieran tener.
Tampoco se trata de ver los acontecimientos de manera maniquea, hablando de buenos o malos, pero sí de ajustar la brújula y volver –si lo hubo– a poner al centro eso que el sentido común dice que debiera ser una de las principales preocupaciones de las políticas públicas.
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