Panamá
Desilusión
- Alonso Correa
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Todos empezamos de la misma manera, durmiendo en el onírico valle de las ilusiones, sentados en la boca de un león hambriento, soñando salvarnos con un deseo.
Todos empezamos de la misma manera, durmiendo en el onírico valle de las ilusiones, sentados en la boca de un león hambriento, soñando salvarnos con un deseo. La ilusión es benevolente y nociva, nos envuelve en los sudarios del quizás para quemarnos en las llamas de lo que es.
La realidad, aburrida y extravagante, es contraria a nuestros deseos, por ser la mezcla de mil realidades alternas, pero nuestra cabeza es maestra en cubrir con oro todas las posibilidades que nos depara. Ahí es donde caemos, esa es la piedra con la que nos tropezamos, el vivir encerrados en la caverna de nuestra propia consciencia, esclavos de las sombras de nuestros deseos.
Las ilusiones, así como las desilusiones, son masas, cúmulos de radiantes anhelos. De ahí que, cada vez que queramos abrazar la cercanía de una de ellas, nos golpeemos contra la fría falta de consistencia. La claridad pura de la vida real, el conocimiento pleno de lo que representa cada espacio, cada vacío, cada molécula de esta realidad, es una pesada cadena, una carga inmensa para los que quieran comprender las reglas de este juego.
La ilusión, el anhelo de que las cosas se transformen en algo que no son, es un escape, una pausa, unintermezzo, un en tr'acte, del drama que es estar vivo. Por eso existe, por eso nos arropamos con ella cuando las noches se vuelven frías y oscuras, nuestra luz de luna, nuestro brillo especial, se esconde entre los juncos parduzcos de la consciencia. Pero los deseos son eso, masas amorfas, realidades alteradas, para satisfacer el delicado paladar del que sueña.
Y no estoy diciendo que lo mejor sea reventar el globo y vivir cubiertos de una desilusión nihilistica. La inmolación de la esperanza, el suicidio de los afanes, siempre termina marchitando el espíritu. Como un prisionero al que se le niega la atención, la vida encalla en adormecimiento y tristeza. La vida sin ilusión es como una fiesta sin vino, un bodrio intolerable en el que solo los engatusadores y mentirosos encuentran espacio suficiente para sacar raíces.
La vida de Icario se vio cortada por la tragedia, pero fueron esos momentos, esos segundos quizás, en los que soñó volar más allá, llegar al límite del horizonte y abalanzarse en vertiginosa caída hacia los rincones más lejanos del espacio. Fueron esos sueños los que lo llevaron a morir, pero fueron, también, esos sueños los que lo llenaron de vida. La desilusión está unida a nuestras vidas por el mismo cordón que aquel que nos une con Hipnos, pero de la misma cepa, de la misma vid, del mismo racimo, también nace ese pequeño diamante, ese engranaje perfecto llamado "pasión".
El bombeo constante de nuevas experiencias, el parloteo vacuo, la exhibición continua de la materialización de los demás nos hace sentirnos minúsculos, indefensos ante el accionar de la realidad, "los demás pueden y yo no, será porque me falta algo, carezco de alguna destreza, de alguna pieza, del carisma, de la inteligencia…". Nos hemos acostumbrado, condicionado, a sabotear nuestra propia alegría con noes, dimes y diretes que buscan no hacernos cargo de atravesar la muralla de nuestra propia desilusión.
Pero chocar con la verdadera forma de las cosas no solo nos hace conscientes del mundo en el que nos rodea, sino que nos permite soñar más allá de lo preestablecido. La desilusión no siempre será un tropiezo, una desilusión, por banal y fútil que parezca, siempre esconderá algo de valor, conocimiento, experiencia o estrategia, solo hace falta verla de otra manera. Lo importante es nunca refugiarse en el desencanto, porque la vida se disfruta más soñando.
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