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El atrevimiento de la esperanza

Esa convicción y ese empoderamiento de esperanza pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte, entre la cura y la desgracia, entre el éxito y el fracaso.

Arnulfo Arias O./opinion@epasa.com - Actualizado:

El atrevimiento de la esperanza

¿Qué sería del hombre sin la esperanza? Nada ha garantizado más la supervivencia de nuestra especie que esa rara cualidad de esperar lo mejor en momentos en los que, razonablemente, se
debería hacer todo lo contrario. Una vez activado el mecanismo, se hace natural en nosotros, como la respiración, y nada puede sacudir del hombre ese terreno que ha ganado allí en su fuero
interno.

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Esa convicción y ese empoderamiento de esperanza pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte, entre la cura y la desgracia, entre el éxito y el fracaso. Está comprobado que hasta un
enfermo terminal que conserva la esperanza, cuando médicamente no debería hacerlo, logra hacer más llevadera hasta su suerte ya sellada. Al fin, solo se adelanta en tiempo a todos lo que
hemos nacido y -pensará- nadie es eterno.

Dentro de las raras cualidades de sabiduría que logró desarrollar el rey Salomón estaba aquella a la que recurría cuando los tiempos no le eran favorables; la cualidad de la resignación y la paciencia, tan valorada por él que la hizo grabar dentro del aro de su anillo, con las siguientes palabras: “Esto también pasará”. Así, dejaba en manos de las leyes materiales del destino, o del asar predispuesto de la Providencia, aquello en lo que no podía él intervenir. Cosa igual recomendaba Epicteto, legando a la posteridad esa vía iluminada para aterrizar nuestras angustias en medio de los vuelos turbulentos de la vida. “No hay más que un camino-dice el filósofo- que conduce a la felicidad, y consiste en dejar de preocuparse por las cosas que se encuentran más allá de nuestra voluntad.” Fácil decirlo; difícil hacerlo, dirán muchos. Sin embargo, ¡cuántos tensiómetros de medir la presión quedarían empacados en sus cajas si adoptáramos ese lema de manera consistente en nuestra vida diaria!

Desde que salimos de la casa, deberíamos saber que hay cosas que no podemos controlar: el tráfico y el clima, el humor y groserías de otros, los mercados y la bolsa, Elon Musk y sus extravagancias. En fin, la lista abarcaría el escrito entero que ahora leen. Lo que sí podemos mantener dentro del radio de lo nuestro es la forma en la que reaccionamos a esas cosas; y más que reaccionar, que es casi efecto químico que exige amplias energías de nuestra parte, debemos simplemente comprender que están allí esas cosas, como parte de la vida, como parte del paisaje, como parte de la gravedad que rige toda la materia.

El discurso hasta parece desgastado, y hoy en día está presente en cientos de millones de páginas del internet y, sin embargo, ¿por qué todos erramos en medio del camino de una terquedad insistente, rechazando ese conocimiento? Sencillamente porque, como especie, ya portamos la esperanza con nosotros, aunque no sea realizada ni confesa. Hay una esperanza
resguardada en nuestros genes, y es más bien biológica.

Sin ella, la humanidad se habría ya suicidado en masa y perecido; sin ella, no habría infante que sobreviviera más que algunas horas sin tener ese cuidado del calor materno, en la mayoría de los casos, o de las incubadoras tibias que provee la sociedad hoy en día, aunque estén ausentes del amor filial. Hasta la era moderna, dar a luz era un peligro significativo y real para todas las mujeres. Para los católicos, el cura estaba siempre alerta del llamado de los familiares de la parturienta, porque se sabía que había grandes posibilidades de que el producto, y la madre, no sobrevivieran esa prueba.

Igualmente, cada cumpleaños era una proeza real para los hombres, porque hasta un absceso o una fiebre podían abrir esas oscuras puertas de la tumba. Pero el hombre tenía el atrevimiento de la esperanza en él y tenía la valentía de amar aquello que podía perder en un momento. Si ya la esperanza viene codificada en uno, tal vez la clave sea desarrollarla, cultivarla y practicarla siempre.

Mientras la generación nuestra, de la televisión y del video, exigía compensaciones inmediatas; las actuales nadan en la rebeldía de las respuestas inmediatas, irrebatibles ante el escrutinio del gran Google.

Para ilustrarlas, e ilustrarnos a nosotros mismos, tomemos en consideración un ejemplo claro de ese atrevimiento de esperanza reflejado en eventos más recientes. Barak Obama se decía a sí
mismo a diario desde niño “quiero ser el presidente de Estados Unidos”; un afroamericano, de extractos humildes, con nombre y apellido de origen musulmán. Lo logró, a pesar de las
imposibilidades manifiestas, y hasta escribió una obra en torno al tema titulada “La Audacia de la Esperanza”.

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