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El Congreso Anfictiónico de Panamá
- Jorge E. Moreno V. (Economista)
Con la regularidad del calendario, vemos por estos días las apologías al Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Simón Bolívar y celebrado en Panamá en 1826.
Con la regularidad del calendario, vemos por estos días las apologías al Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Simón Bolívar y celebrado en Panamá en 1826.
La idea original no fue de Bolívar; en 1791 la contempló Francisco de Miranda, primer Libertador de América, posteriormente traicionado por Bolívar, y el pueblo de Chile en su Declaración de los Derechos del Pueblo Chileno, de 1810. Pero Bolívar tuvo la original idea de que se celebrara en Panamá, de quien decía que aquí algún día podría fijarse la capital de la tierra (expresión que copió de Napoleón para referirse a Estambul) y otras felices frases con las cuales los panameños nos identificamos y repetimos con entusiasmo.
El Congreso apuntó alto, como la declaración de irrevocabilidad de la independencia de las repúblicas hispanoamericanas, que falló; se rechazó la esclavitud en América Latina, pero su abolición vino décadas después; y se enunciaron y aprobaron vistosos proyectos, como el principio de arbitraje para resolver conflictos entre los países latinoamericanos. Para resolver diplomáticamente el embrollo de haber dicho tanto con intención de hacer nada, hubo una resolución de seguimiento, que se firmó en la sesión de clausura: continuar las reuniones, en Tacubaya, México, al año siguiente. Y muy importante, se acordó la formación de un ejército común de las repúblicas firmantes, porque el papel aguanta todo.
Sin embargo, de estos proyectos, el único valioso fue ser el primer esfuerzo que planteó la base del sistema interamericano, que muchos años después devino en la OEA; pero el Congreso también fue la madre de todas las cumbres regionales, cuyo nombre depende del idioma de los participantes.
Ninguno de los puntos pactados pasó de su enunciado, incluyendo al Congreso en Tacubaya, pero marcó la pauta, cumplida en su totalidad, de las futuras reuniones a celebrar entre los mandatarios: reunirse, hacer grandes y ampulosas declaraciones, no comprometerse a nada, despedirse y planificar la próxima reunión. Y no se cumplen los propósitos enunciados porque sencillamente estas cumbres están diseñadas para quedar en nada. Hay acuerdo para decir, pero no para hacer; se dice que se va a ejecutar el acuerdo, pero no se dice cómo, ni se toman los pasos necesarios para ponerlo en ejecución porque ningún país está dispuesto a cambiar su soberanía política.
La Federación Centroamericana fue muy débil, de corta duración, y no funcionó. La Gran Colombia, de ingrata recordación para Panamá, se desmembró por las diferencias políticas entre los centralistas y los federalistas. Al independizarse Argentina, los realistas paraguayos se separaron y regresaron temporalmente bajo la monarquía Española; en Uruguay las cosas se complicaron y finalmente se separaron de Argentina. Perú destituyó a Bolívar catorce meses después de la batalla de Ayacucho, y Perú, Ecuador y Bolivia se hicieron la guerra tratando de ocuparse militarmente. Y hay más que contar.
Se espera que adoptemos medidas y políticas que logren obtener los objetivos trazados en las cumbres, pero no fijamos las reglas que nos lleven a mejorar ni a defender la democracia ni a liberar las restricciones económicas. Nunca se ha propuesto en firme la creación de un tribunal que arbitre las diferencias entre los países; y en la OEA, falta de gracia y viveza e insípida, además de no tener libertad de actuar por su cuenta como organismo supranacional, sus resoluciones no son de obligatorio cumplimiento y últimamente está francamente como a la espera de órdenes. De ninguna cumbre ha salido una hoja de ruta que nos obligue a mejorar la economía, el comercio, la democracia, la educación, la salud, ni a tener políticas fiscales, aduaneras, laborales y migratorias comunes para alcanzar los fines expuestos.
Mientras tanto, las cumbres servirán para conocer y darse a conocer entre los colegas, establecer contactos, despedirse, presentar al reemplazo, afirmar vínculos, ampliar relaciones, sostener entrevistas privadas para tratar asuntos de interés particular, para ir de compras y aprovechando las tecnologías modernas, llegar justo a tiempo para la cumbre, tomarse la foto y el video del grupo vistiendo un atuendo típico del país anfitrión y salir apenas termine la actividad, o antes.
El monumento a Simón Bolívar en la Plaza Bolívar, inaugurado con motivo del primer centenario del Congreso, muestra un Bolívar de pie y vestido de civil, ya que para los panameños, Bolívar no fue el militar que cabalgó para liberarnos porque no nos liberó, sino el mandatario civil a quien sugerimos en una ocasión mudara la capital de la Gran Colombia a Panamá y gobernara desde acá y de lo cual él, aunque lo pensara, nunca lo dijo… gracias a Dios.
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