opinion
El gran misterio de la resurrección de Jesús
- Publicado:
Rosendo Torres (opinion@epasa.com) / Sacerdote jesuita.Toda Semana Santa llega a su vértice con la consideración del gran misterio de la resurrección.Se trata de que aquel que murió totalmente destrozado en la cruz y de cuyo costado salió sangre y agua, y que fue descendido por sus allegados del madero de la cruz con aquel cuidado que solo el aprecio y el amor pueden inspirar, fue puesto en una tumba y junto a ese sepulcro se colocó una gran piedra y se apostaron unos soldados para evitar que el muerto resucitara.Pareciera que los amigos no esperaban la resurrección y los enemigos sí.Ridículo, podría decir alguien, que unos soldados se quedaran por fuerza velando un cadáver.Sin embargo, fueron puestos centinelas para que el muerto no echara a andar, el silencioso no hablara y el corazón traspasado no volviera a palpitar con una nueva vida.Decían que estaba muerto, sabían que estaba muerto, decían que no resucitaría y sin embargo vigilaban.Pero, ¿Seguiría engañando? Ya les había, según ellos, engañado dejándoles que creyeran que había ganado la batalla, ¿ganaría la guerra de la verdad y del amor?Recordaban que Jesús había dicho que su cuerpo era el templo y que, después de tres días de que ellos lo hubieran destruido, Él volvería a edificarlo; recordaban también que se había comparado con Jonás y había dicho, casi como Jonás, Él había estado en el vientre de la ballena por tres días, así Él estaría en el seno de la tierra por tres días y luego resucitaría.Al cabo de tres días recibió Abraham a su hijo Isaac, ofrecido antes en sacrificio; tres días estuvo Egipto sumido en tinieblas que no eran naturales, al tercer día se apareció Dios en el Sinaí.También ahora existía cierta preocupación por lo que ocurriría al tercer día.En Mateo 27 leemos: “Señor, recordamos que aquel impostor dijo mientras vivía aún: después de tres días resucitaré.Manda pues, asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos de noche, y le hurten y digan al pueblo que ha resucitado de entre los muertos, y el postrer error será peor que el primero.”Lo más asombroso en este espectáculo de la vigilancia en torno a un cadáver era que los enemigos de Cristo esperaban la resurrección.Mas no así sus amigos.En este caso, los fieles eran los escépticos, los infieles eran los que creían.Sus seguidores necesitaban y pidieron pruebas antes de darse por convencidos.La resurrección era algo que nunca esperaron.Sus ideas estaban alimentadas por ninguna clase de sustancia de la cual pudiera desarrollarse tal esperanza.Pero al aproximarse vieron que la piedra había sido retirada.Antes se había producido un gran terremoto y un ángel del Señor, descendido del cielo, apartó la piedra y se sentó sobre ella: su aspecto era como un relámpago (Mt.28) y su vestido blanco como la nieve, y por miedo a él, los guardas temblaron y quedaron como muertos.Las mujeres vieron y contemplaron el lugar en que el cuerpo del Señor había sido colocado como si la tumba vacía fuera prueba suficiente del hecho de la resurrección.Concluyeron: si debiera estar aquí y no está, luego resucitó y salieron a anunciar la resurrección.El nacimiento del Hijo de Dios fue anunciado a una mujer virgen.A una mujer caída le fue anunciada su resurrección.En esa mujer se nos vuelve a anunciar en estos días el fundamento de nuestra fe: que Jesús ha resucitado y así como Él, nosotros debemos resucitar de nuestro fatal modo de proceder y crear los fundamentos de una creíble esperanza para esta patria nuestra.En las sagradas escrituras existe un pasaje en que los discípulos le claman al Señor: “Sálvanos que perecemos”.Así a nosotros, al reconocer nuestra pequeñez, nos toca gritar al Todopoderoso: Sálvanos, Señor porque todo se va a perder por nuestra estolidez.La historia que es [B]magistra vitae[/B]nos enseña ese movimiento ondulatorio de los pueblos y razas, que primero van sobre la ola y luego debajo de ella.En el reino animal, la supervivencia de uno se da por la destrucción del otro; en el reino humano racional no debe ser así, que el progreso de uno conlleva el progreso del otro.Que nos libre el Señor de nosotros mismos.