Panamá
El impulso natural de la protesta
Hoy, ante medidas de gobierno repudiadas por la población, las protestas en Francia han escalado masiva y espontáneamente.
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 28/3/2023 - 12:00 am

Arnulfo Arias O.
Hoy, ante medidas de gobierno repudiadas por la población, las protestas en Francia han escalado masiva y espontáneamente; no tienen edad, ni liderazgo o nombre. Están huérfanas de protagonismo individual. Las canas de la edad y el colágeno de la juventud se han congregado en las calles de París por un tema que, al final de cuentas, les podría afectar a todos. Esa solidaridad, enmarcada solamente de propósitos comunes, legitima las protestas, dándole una causa válida.
Ese pueblo es galo en sus orígenes, y la congregación de razas no ha podido mitigar aún su rebeldía natural, como si las latitudes y las longitudes de esa tierra estuvieran imantadas ya por un impulso natural a la desobediencia civil. Desde tiempos inmemoriales, sostuvieron luchas intestinas entre sus pequeños clanes, se elevaron en efervescencia contra la invasión romana, se rebelaron contra los vecinos que la ocuparon a la fuerza, sostuvieron una guerra de 100 años contra el imperio de Inglaterra y sus resistencias fueron legendarias durante los últimos conflictos bélicos mundiales. El frío candente del terror debe invadir, sin duda, a cada uno de los gobernantes de esa tierra cada vez que les evocan el histórico episodio de la guillotina y La Bastilla.
Sin embargo, la protesta no es un tema de exclusividad geográfica o de pueblos o de ciudadanos; más que un derecho, es un impulso natural del hombre. Es una conducta de la propia especie. Si un lactante, a pocos días de nacer, rechaza amargamente su alimento, tal vez porque la madre estuvo atiborrándose de alguna vianda intoxicante, se volcará hacia fuera en el impulso natural de la protesta, y lo hará en la forma más primaria y primitiva; si un niño siente que el castigo impuesto por sus padres excede los niveles de su travesura, se erizará dentro de él esa marea natural de la protesta contra lo que se ha considerado una injusticia. Si sube el precio de medicamentos consumidos ampliamente por los de la tercera edad, desenfundan sus bastones y vociferan palabras de protesta masticadas muchas veces con la chapa. Así, desde el alumbramiento hasta la tumba, hay un impulso natural a protestar. Ya viene en nuestro empaque.
Lo que debería evitarse es reprimirlo en vez de comprenderlo, o represarlo en diques de legislación inútil que lo consideran una mera rebeldía social. Parte de la sobriedad y salud de un pueblo se da a través de ese reconocimiento claro del llamado natural a la protesta, que no se puede conceder a nadie porque ya lo trae consigo mismo al mundo.
No se trata, entonces, de reprimir esos impulsos naturales por medio de la fuerza autoritaria, sino más bien de conocerlos y de administrarlos sabiamente, recordando siempre que allí donde no sabe el hombre gobernarse, se le viene siempre a gobernar. El impulso de protesta es tan natural como la libertad de expresión, para la cual no cabría ninguna previa restricción sin un abuso autoritario. Deben las sociedades, entonces, reconocer que es mejor descomprimir, lenta y suavemente, la fuerza incontenible de protesta que se aloja en cada uno de los asociados y que, colectivamente, puede hacerse una marea descontrolada en contra de cualquier autoridad visible. De esa forma, permitiendo y exhortando la protesta sana por medio de cualquier tipo de canal social de desahogo, no se tornará nunca violenta, sino que será un buen contrapeso en la balanza contractual en la que se miden y se dosifican los poderes.
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