¿El relajo se acabó?
- MEREDITH SERRACIN
Según lo define el Diccionario de la Lengua Española, relajo significa desorden, falta de seriedad, barullo, holganza, laxitud en el cumplimiento de las normas, degradación de las costumbres. Pareciera que, para el Presidente Martinelli, uno de los problemas gravísimos, de urgencia imponderable, que ocupa el primer plano de la existencia nacional es precisamente el relajo. Así lo ha expresado y reiterado en varias ocasiones. Se pudiera decir entonces, que el eslogan de su Gobierno es: ¡El relajo se acabó! Tan es así, que, algunos ministros y altos funcionarios al denunciar irregularidades de administraciones anteriores, repiten a su vez: “El relajo se acabó”.
Naturalmente, es imposible corregir malos hábitos sin ejercer fuerte presión desde el Gobierno sobre aquellos acostumbrados a actuar con el relajo, sin tirar duramente de la rienda al galope tendido que corren los afectados, y, sobre todo, sin poner resueltamente la proa a un cambio serio, cuya primera exigencia sería una radical medida de rectificación en todos los aspectos de la Administración Pública. Pero al querer poner reparo, el Gobierno cae en la cuenta de que algunas leyes vigentes le impiden hacer frente al problema.
Por desgracia, la capacidad de reacción en la conciencia pública es todavía mínima. Desánimo, desesperanza, inseguridad, asco y corrupción anegan el presente del alma panameña. En estos últimos años, la desautorización del Poder público, el anquilosamiento e ineficacia de las instituciones que son los órganos de la vida colectiva ordenada, la desagregación de los grupos sociales, el narcotráfico, el robo y el crimen organizado, la anarquía espiritual, han llegado a todos los extremos imaginables. No puede estar más deshecha una estructura social de lo que ha venido a estar la panameña. Sin embargo, durante ese tiempo no se ha llegado, afortunadamente, a las manifestaciones extremas, a las convulsiones definitivas que semejante estado parecía haber de traer consigo.
¿Por qué? Solo hallamos una explicación que a la vez orienta sobre el porvenir. La vida pública panameña no ha caído en el extremo frenesí porque con todas esas desdichas y enfermedades sufridas ha coincidido una gran aventura: el aumento transitorio, pero enorme, de la riqueza. No se olvide esto porque es capital para comprender la situación actual de Panamá. El crecimiento económico experimentado (cuyo beneficio no se refleja en los estratos sociales menos favorecido de la población), este bienestar crematístico tan insólito ha bastado para detener a la sociedad patria justamente en el borde del abismo. ¡Que se acabe “el relajo” en la Administración Pública, pero integralmente! Ejemplo, no queremos ver más a estudiantes disfrazados de terroristas (encapuchados), porque el terrorismo es, además de un crimen, una estupidez, y urge que se deslinden los campos entre los que se enmascaran de terroristas y quienes los instruyen para realizarlo.
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