En Yugoslavia vemos el futuro de Europa
Publicado 1999/04/15 23:00:00
- Elena Valdes
Las naciones improvisadas se desmembran con mayor violencia que la sufrida durante su creación. La Unión Europea, la más reciente improvisación de este tipo, debe verse en el espejo yugoslavo.
Yugoslavia era una colección de grupos étnicos diferentes obligados a unificarse porque nadie sabía qué otra cosa hacer con ellos. La Unión Europea tampoco tiene una buena excusa para su existencia. Esa unificación de rivales tradicionales europeos, cada uno con una cultura diferente, es el resultado de la descabellada construcción de los intelectuales de su mundo de ensueño.
Europa estaba supuesta a obtener su unidad económica como una zona de libre mercado de todos los miembros del Mercado Común. Pero intelectuales ambiciosos e intrigantes se apoderaron de ese buen plan, descomponiéndolo y substituyéndolo por una unión política altamente centralizada y dirigida por 20 comisionados en Bruselas, quienes no son responsables ante nadie.
El escritor inglés, David Pryce-Jones, mantiene que "la Unión Europea es la sucesora de la Unión Soviética". Lo que quiere decir es que la UE tiene un pasaporte común y una moneda común, pero carece de identidad nacional.
Es una colección de gentes diferentes que resentirán vivir bajo el control de un Politburó en Bruselas.
Estados Unidos carga con buena parte de la responsabilidad de esta mal concebida criatura. Una Europa unificada era parte de nuestra estrategia durante la Guerra Fría. Para impedir la expansión del imperio soviético, impulsamos la creación de su homólogo multinacional en Europa. Mientras que los políticos europeos lo veían como la mejor manera de resistir la influencia y presión de Estados Unidos.
El problema es obvio: ¿quién va a gobernar una entidad política compuesta de franceses, alemanes, españoles, holandeses, italianos, griegos, escandinavos y, quizás, ingleses? Se trata de un problema demasiado complicado para una democracia. La solución es echar por la borda toda soberanía nacional, rendición de cuentas, responsabilidad política y legitimidad histórica.
La nueva Europa es gobernada por una burocracia mandona integrada por 20 comisionados, no elegidos por el pueblo, pero apoyados por su estado mayor permanente y por la Corte Europea que está por encima de las leyes de los países miembros. Ya fluyen olas de regulaciones entrometidas, provenientes de este modelo irracional de gobierno que está sembrando las semillas de futuras guerras europeas.
Para Gran Bretaña formar parte de este Frankenstein significa el fin de su historia política. No ha sido un sacrificio muy grande para Alemania, cuyas instituciones políticas datan de 1959; ni para Francia, cuya composición política proviene del año 1958; ni para España, cuyas instituciones políticas actuales surgieron en 1975.
Pero la tradición política inglesa proviene de los tiempos de Alfredo el Grande, en 871. A lo contrario de sus vecinos europeos, Gran Bretaña ha gozado de estabilidad. Doce siglos de tradición política contradicen la entrega de su soberanía en manos de 20 comisionados designados.
Significaría retroceder a los tiempos del rey Juan, antes de la Carta Magna. Sólo intelectuales absortos en sus propias abstracciones piensan que algo tan absurdo puede funcionar.
Yugoslavia tiene mejores razones para permanecer unida que Europa. Hasta la Gran Bretaña, con su larga tradición de políticas de consenso tiene dificultades con separatistas de Escocia y Gales. Ahora que los europeos nos acompañan en los bombardeos sobre Serbia, valdría la pena que comenzaran a pensar dónde van a caer las bombas cuando la creación étnica artificial llamada Unión Europea se comience a desmembrar.
Yugoslavia era una colección de grupos étnicos diferentes obligados a unificarse porque nadie sabía qué otra cosa hacer con ellos. La Unión Europea tampoco tiene una buena excusa para su existencia. Esa unificación de rivales tradicionales europeos, cada uno con una cultura diferente, es el resultado de la descabellada construcción de los intelectuales de su mundo de ensueño.
Europa estaba supuesta a obtener su unidad económica como una zona de libre mercado de todos los miembros del Mercado Común. Pero intelectuales ambiciosos e intrigantes se apoderaron de ese buen plan, descomponiéndolo y substituyéndolo por una unión política altamente centralizada y dirigida por 20 comisionados en Bruselas, quienes no son responsables ante nadie.
El escritor inglés, David Pryce-Jones, mantiene que "la Unión Europea es la sucesora de la Unión Soviética". Lo que quiere decir es que la UE tiene un pasaporte común y una moneda común, pero carece de identidad nacional.
Es una colección de gentes diferentes que resentirán vivir bajo el control de un Politburó en Bruselas.
Estados Unidos carga con buena parte de la responsabilidad de esta mal concebida criatura. Una Europa unificada era parte de nuestra estrategia durante la Guerra Fría. Para impedir la expansión del imperio soviético, impulsamos la creación de su homólogo multinacional en Europa. Mientras que los políticos europeos lo veían como la mejor manera de resistir la influencia y presión de Estados Unidos.
El problema es obvio: ¿quién va a gobernar una entidad política compuesta de franceses, alemanes, españoles, holandeses, italianos, griegos, escandinavos y, quizás, ingleses? Se trata de un problema demasiado complicado para una democracia. La solución es echar por la borda toda soberanía nacional, rendición de cuentas, responsabilidad política y legitimidad histórica.
La nueva Europa es gobernada por una burocracia mandona integrada por 20 comisionados, no elegidos por el pueblo, pero apoyados por su estado mayor permanente y por la Corte Europea que está por encima de las leyes de los países miembros. Ya fluyen olas de regulaciones entrometidas, provenientes de este modelo irracional de gobierno que está sembrando las semillas de futuras guerras europeas.
Para Gran Bretaña formar parte de este Frankenstein significa el fin de su historia política. No ha sido un sacrificio muy grande para Alemania, cuyas instituciones políticas datan de 1959; ni para Francia, cuya composición política proviene del año 1958; ni para España, cuyas instituciones políticas actuales surgieron en 1975.
Pero la tradición política inglesa proviene de los tiempos de Alfredo el Grande, en 871. A lo contrario de sus vecinos europeos, Gran Bretaña ha gozado de estabilidad. Doce siglos de tradición política contradicen la entrega de su soberanía en manos de 20 comisionados designados.
Significaría retroceder a los tiempos del rey Juan, antes de la Carta Magna. Sólo intelectuales absortos en sus propias abstracciones piensan que algo tan absurdo puede funcionar.
Yugoslavia tiene mejores razones para permanecer unida que Europa. Hasta la Gran Bretaña, con su larga tradición de políticas de consenso tiene dificultades con separatistas de Escocia y Gales. Ahora que los europeos nos acompañan en los bombardeos sobre Serbia, valdría la pena que comenzaran a pensar dónde van a caer las bombas cuando la creación étnica artificial llamada Unión Europea se comience a desmembrar.
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