Panamá
Ensayo sobre la tristeza
Estas mentiras, por desgracia, no hacen más que amargar aún más la sutil bilis que brota con su aparición. La tristeza, así como expuse anteriormente, a pesar de todo remarca, a veces, las alegrías pasadas y subraya lo vivido.
- Alonso Correa
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- - Publicado: 02/3/2022 - 12:00 am
A la melancolía la describen de curiosas maneras. Le colocan caretas, máscaras, disfraces; la endulzan con maromas y panderetas. Se piensan que haciéndola girar sobre sí misma, mareándola con estupideces, podrían vencer, o por lo menos descargar, el apabullante pesar que carga cual parásito. Estas mentiras, por desgracia, no hacen más que amargar aún más la sutil bilis que brota con su aparición. La tristeza, así como expuse anteriormente, a pesar de todo remarca, a veces, las alegrías pasadas y subraya lo vivido. Como un faro en las tinieblas marcando el camino seguro, la pena es, como un oxímoron, una oscura luz que acrecienta la vivacidad de los colores de la felicidad.
Porque esta vil y elegante entidad, así como la marea cuando se traga al marinero distraído, viene entre las olas. Se esconde entre las sombras de los buenos momentos para explotar al mínimo segundo de soledad. Sabe lo que hace, utiliza tus propios engranajes para debilitar cualquier intento de huir de ella. Conoce su responsabilidad, descomponer tus santuarios y pilares internos, socavar tu corazón y dejarlo a la intemperie para convertirlo en platillo para los buitres y carroñeros. Se sirve de la incertidumbre, de las preguntas y de las manías para recuperar su control férreo sobre todo lo que antes era el reino de la alegría. Es el boceto de la tiranía, imponiendo la autocracia en lo más profundo del ser, convirtiendo el alma en un campo de batalla destruido, en llamas dentro de una biblioteca; el tesoro olvidado por los vencedores.
La fortaleza de esta emoción reside en la extraña unión que logra crear. En ella, todo un ejército de sentimientos converge para encadenarse en el lienzo. Ira, miedo, desesperación y desolación son integrantes de la horda invasors. Ladrillos del muro del que se cuelga esta garrapata. Batiburrillo confuso que cercena el ímpetu vital. La felicidad viene sola, su brillo hace arder la maleza y su soberbia le impide pedir ayuda. Este error estratégico es lo que la vuelve tan volátil y a la vez tan preciada. La alegría solo se ve representada en sí misma, reflejada en los cabellos del ayer. Egocéntrica, megalómana y narcisista, se ahoga en el río de lágrimas que crea al ver su bello reflejo.
Pero es aquella misma característica la que convierte a la melancolía en su propia enemiga. Su incapacidad de retirar sus tentáculos, su persistencia a lo largo de los segundos y su fuerte perfume de apatía hace brillar hasta el más insignificante de los brotes que aparecen a lo largo de los días. Una flor se convierte en un jardín. Una gota de rocío se transforma en una tormenta. La luz de una vela se transfigura en un amanecer. Para el prisionero un palmo de tierra fuera de su celda es toda la libertad que anhela.
Y es que el ciclo continúa, el tormento se mantiene. Los grises brillan bajo el sol de medianoche. Llorar de poco sirve; vaciar la presa del corazón no funciona si no hay nadie para consolarte. Y entristece más el no poder estar triste. Tener esa espina clavada en el pecho, verla sangrar el vino carmesí de tus interiores y no poder hacer nada. Saber, por los suspiros que murmuran la respuesta, qué hacer y quedarse paralizado en el acto. Es un prisionero en el paredón, preparado para enfrentar el plomo, que no puede dejar escapar sus últimas bocanadas de vida. La tristeza son cuatro paredes vacías, los restos de un espejo. Son momentos reflexivos. Y son estos mismos la oportunidad para apreciar los escasos vástagos verdes que desentierra el monzón de la tristeza.
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