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Esa rutina que lo acaba todo

Cuidado con la rutina en cualquier ámbito de la vida, porque arruina todo. El automatismo nos impide ser más humanos, gozar de todo lo bueno de la vida, y nos insensibiliza.

Rómulo Emiliani - Publicado:

Vivir la misa, donde me encuentro, es un privilegio, un regalo a todas luces inmerecido de la misericordia divina. Foto: EFE.

Una de las cosas que más daño hace a la religión es acostumbrarse al misterio del Cristo Redentor, y rezar y vivir la eucaristía de manera rutinaria como quien pone a calentar en el microondas una comida sin saber lo que pasa y pensando en otra cosa.

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La falta de conciencia de la realidad del misterio divino y de su trascendencia, de la magnitud infinita de la persona de Cristo, de la belleza absoluta y la grandeza insondable de la presencia de la Santísima Trinidad, arruina la comunicación y relación con lo Trascendental.

El no hacer un alto y reflexionar sobre el misterio que de manera inmerecida se me presenta y tomarlo como un acto y acontecimiento más de un día normal, sin tomar en cuenta la implicación eterna que tiene, es caer en el abismo de una cruel ignorancia.

Vivir la misa, donde me encuentro y participo en un banquete celestial la presencia santa de Cristo, su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, y por eso me sumerjo más en el misterio de la Santísima Trinidad, es un privilegio, un regalo a todas luces inmerecido de la misericordia divina.

Me espanta la manera en que tratamos lo divino, el cómo vivimos lo trascendental, sin darle la debida importancia, tiempo y atención que debe tener. Siempre las prisas nos agobian y nos impiden gozar de esos momentos únicos y espirituales.

La rutina, la monotonía, el acostumbrarnos a lo divino, el perder la noción de la presencia santa, de eternidad, de gozo sublime del misterio de Dios, nos hace perder momentos únicos en nuestra vida espiritual.

Por eso es bueno detenerse, reflexionar, meditar, preguntarme qué es lo que vivo, con quién estoy tratando, para entonces asimilar lo que de gracia estoy recibiendo.

Porque repito, no es por mis méritos, sino por la sangre de Cristo Jesús derramada en la cruz, por haber pagado el precio del rescate, por ofrendar la vida e inmolarse por mi salvación, que recibo el regalo de la Eucaristía. Experimento la presencia divina y la asimilo dependiendo de cómo medito y tomo conciencia del misterio divino.

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Cuidado con la rutina en cualquier ámbito de la vida, porque arruina todo. El automatismo nos impide ser más humanos, gozar de todo lo bueno de la vida, y nos insensibiliza.

Nos convierte en piezas aburridas de una máquina que mueven otros, en seres que vegetan siendo pasto de la inercia y la apatía. Hay que despertar y tomar conciencia del misterio divino que nos envuelve. Pidámosle al Señor esa gracia.

Monseñor.

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