Panamá
Fanatismo desbocado
- Alonso Correa
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El problema aquí, el problema real, es todo un grupo humano perdido en un oscuro océano de penumbra y desolación.
A nadie le gusta perder, a todos nos gusta ganar, pero la manera tan rastrera y vil en la que muchos han intentado sobrellevar la derrota es algo peculiarmente peligroso para aquellos que aún hoy siguen pataleando. Los gritos de desesperación, la repetición de mentiras, la ceguera voluntaria, el desgarro de vestiduras y la ansiedad son normales, comprensibles luego de inflar las fantasías de los que soñaban con poder colgarse medallas y distinciones.
Lo normal es la frustración, lo normal es la tristeza, lo normal es el enojo, pero las actitudes altaneras y los insultos para los que no han hecho más que usar su derecho han demostrado que aún estamos imbuidos por miles de Teilzeit-Denker.
He de aceptar que tampoco me gustan las reglas del juego, yo también creo que todo esto necesita una reestructuración, pero muchos se han dejado llevar por las mieles del anarquismo, de la revolución, de la sangre y del caos. Clamando por una caricia de Ares para que ahuyente a la concordia, usando como herramientas a los que hoy siguen llorando por una derrota. Parece que se ha olvidado que esta vida es una yuxtaposición de ganadores sobre perdedores, todos hemos estado en ambos bandos. Estar abajo, duele, estar arriba, no. Es la ley de la vida.
Y quiero evitar entrar en el tópico diario y no porque tema a por una repercusión, sino que no es el asunto que deseo tocar en este texto. No quiero quitar leña con señalamientos, ideas y maniqueísmos, ni perder el tiempo discutiendo conteos y personalidades. Lo que me interesa es señalar el nivel de fanatismo entre la juventud emancipada que es, a todas luces, algo realmente aterrador.
Porque un fanático no piensa en las consecuencias y tampoco le importan las repercusiones de sus actos, un fanático solo busca mantener el fuego vivo. La intransigencia demostrada en los últimos días por parte de un amplio espectro de individuos que están conectados por las promesas de una utopía es, de nuevo, macabra y real. Hemos alimentado y engordado una quimera que podría atacar en cualquier momento. No somos conscientes del peligro que es tener a una muchedumbre, lobotomizada y con ganas de destruir, rondando por la calle.
Y eso lo han aprovechado los de siempre para revivir viejas rencillas, vendettas y amarguras. Los que solo saben destruir, los que, a viva voz, hablan de oxidar la cohesión, demoler la sociedad y traer la barbarie a las calles agujereadas por el tiempo. Esos que con blasones pigmentados y limerick pegajoso, ladran discursos de aversión y antipatía.
Pero son los mismos de siempre y siempre son los mismos, el problema es que siempre hay alguien nuevo escuchándolos. Pobres densos que, con las rimas y los destellos de esperanza, se lanzan prestos al combate por la imagen desfigurada de un nuevo renacer, el nacimiento de una nueva congregación de marginales mentales.
El problema aquí, el problema real, no es que sigan los perros de Lenin ni las zorras de Marx gritando y gimiendo falacias, porque siempre lo han hecho y han llegado a descubrir cómo vivir de eso. El problema aquí son los miles de hombres y mujeres que caen las garras de la ira contenida.
Una bomba a punto de explotar, una catástrofe a punto de ocurrir. Centenares de corazones que se emponzoñan de cólera por culpa de cuatro paletos que repiten máximas vencidas y desfasadas. El problema aquí, el problema real, es todo un grupo humano perdido en un oscuro océano de penumbra y desolación. Porque ya no queda por lo que luchar, porque ya no hay nada bueno por lo que morir, o eso es lo que creen.
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