Panamá
Horizontes de desarrollo
- Arnulfo Arias Olivares
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- Columnista
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La palabra "Panamá", supuestamente, significa abundancia de peces. Bien hubiera podido ser abundancia de agua. Recuentos de visitantes americanos durante la construcción del Canal, relatan la sorpresa de ver caer esos diluvios cerrados a los que nosotros nos hemos acostumbrado ya, con gotas tan espesas que resuenan en la ropa y golpean la piel cuando caen.
El agua abunda en nuestra tierra. Dos mares la rodean y la temporada lluviosa dura de 8 a 9 meses en promedio. Sin embargo, a pesar de su omnipresencia, la falta de suministro es una grave necesidad para las grandes mayorías. Hay agua, sí; pero a la vez nos falta, porque no se ha podido llenar el cometido de canalizarla acertadamente hacia cada hogar de este país.
Cientos de miles de personas deben desvelarse para recoger algo de suministro a las 2 o 3 de la mañana, ya que durante el día no hay una gota. ¿Cómo se puede vivir así, con esa carencia? El hombre se adapta a todo y busca el camino de supervivencia, remembrando los duros tiempos de nuestros ancestros más remotos; se adapta y sobrevive. Pero esa no es la vida plena y satisfactoria que queremos para nuestra población. Algo sucede en la cadena de servicios públicos que simplemente no satisface la gran demanda que espera y sufre.
Ya quisieran las naciones del Medio Oriente tener una pequeña fracción del agua que nosotros tenemos y que a diario se desperdicia. ¿Por qué no hemos comenzado, seriamente, una política de recolección de agua de lluvia que administre en beneficio nuestro esa gran precipitación que, la mayor parte del año, nos sigue como sombra? ¿Por qué se otorgan permisos a los desarrolladores de viviendas de tipo social sin que tengan previamente establecida una planificación para el suministro garantizado de agua en esas enormes barriadas populares que construyen? ¿Por qué no existen programas educativos que enseñen a nuestra población, desde la más tierna edad, a conservar el agua? En fin, son muchas preguntas que gravitan todas, inevitablemente, sobre el mismo tipo de respuesta: falta de voluntad y falta de iniciativa.
Se puede vivir sin suministro eléctrico, y hasta con carencia de comida por un tiempo, pero el umbral de la supervivencia sin agua potable se acorta a pocos días, sin hacer mención de la amenaza a la salud pública que se cierne sobre cada uno de esos hogares que no pueden asegurarse una higiene apropiada por falta de ese suministro. En el escenario internacional queremos brillar como ese centro del universo que proclamara Bolivar, pero nos falta muchísimo. El Canal de Panamá no es modelo de nuestras realidades. Su eficiencia, su mecanización e ingeniería, no resultan paralelos con la involución real de nuestro desarrollo. A la par de los edificios más modernos, coronados por crestas que asemejan a un tornillo de vidrio, tenemos calles de penetración rural que no son dignas de la suela de un zapato; a la sombra de los grandes puertos, con cargueros que llevan la riqueza del mundo hacia el mundo, flotan por aquí y por allá, en el mar de la informalidad, embarcaciones artesanales que sirven de sustento muy precario a las familias pescadoras. En el sótano social de ese monumental aeropuerto, por donde transitan anualmente más de 10 millones de pasajeros, está una población dispersa, fraccionada, sin acceso tan siquiera a los servicios básicos de la salud y de agua. No sé si estoy aislado y solo en esta franca repugnancia hacia esos desbalances que comprimen nuestros horizontes de desarrollo y de integración nacional.
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