Independencia periodística

La sociedad panameña sufre, dramáticamente para algunos, numerosos problemas colectivos que tienen repercusión importante en la vida cotidiana de nuestra comunidad general.

Uno de esos problemas es el que se genera en los ámbitos de las empresas de información pública (el cuarto poder, como afirman algunos), en sus diversos ángulos periodísticos, televisivos, radiales o de cualquier otra índole.

Y no se trata de un problema típico, sino que estimamos que en ese mundo que podemos denominar genéricamente de información social hay, también, una variedad de situaciones problemáticas.

Es mortificante e injusto, por ejemplo, que el sacerdocio de la información pública se ejerza en Panamá, bajo la amenaza todavía permanente de una demanda por calumnia o injuria, ya que se trata de dos delitos distintos, y no de un solo delito como se observa en la costumbre errónea, en nuestro país, referente a ellos como si fueran una sola infracción (demanda por calumnia e injuria).

Aunque se trata en los dos casos de delitos contra el honor de las personas.

Si se atribuye falsamente a una persona haber cometido un delito, se trata de una calumnia.

Si se ofende a una persona, en su honor, dignidad o decoro, es una injuria.

Perdón, ilustre lector, porque la diferencia es elemental, pero entre nosotros es común que no se haga la distinción correcta.

Desde luego que existe otras esferas de controversias en la actividad, referirnos siquiera a las más comunes, sino a lo que hemos leído en un diario nacional, por diferencias habidas en sus niveles de junta directiva.

Por coincidencia, si el miércoles 17 de diciembre leímos un sesudo artículo de los que acostumbra escribir el arquitecto Alvaro González Clare, generalmente sobre problemas de urbanismo, titulado "La Seguridad del Catigo", al día siguiente (18 de diciembre) lamentamos leer su renuncia como miembro de la Junta Directiva del diario aludido, por diferencias con la mayoría de los miembros de esa entidad.

Lo acontecido se encuentra ampliamente expuesto, en la "página del lector" de ese 18 de diciembre, con la inserción de la carta-renuncia del arquitecto González Clare, la opinión de uno de los fundadores del periódico; la de un ex director de un periódico tico y la de la defensora del lector del diario, siendo genéricas las tres opiniones últimas, pues no se refieren específicamente al caso concreto de la renuncia, sino a la independencia periodística interna, en cuanto a la labor de la Junta Directiva, la política editorial, la política informativa y la política administrativa interna del periódico.

Magnífica exposición relativa de manera general, al reparto interno de funciones.

Sin embargo, el renunciante González Clare argumenta sobre "la poca participación que tiene y ha tenido la junta directiva en la decisión editorial del diario.

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"en la gestión de la Redacción" y a "la mala interpretación que se dio a mi participación en la publicación de la hoja de La Ciudad, confundiendo mi motivación cívica con intereses personales y profesionales", a lo cual el dimitente agrega su punto de vista sobre "una participación efectiva (de la mencionada Junta) en el periodismo cívico que permita orientar las noticias con perspectiva y educar a la ciudadanía, sin necesariamente comprometer con estas iniciativas la independencia editorial y objetividad noticiosas", actitud suya que ha mantenido por años, siendo solitaria minoría.

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sin que mis propuestas encontraran recepción".

"Esta situación, puntualiza el escritor y arquitecto, no tiene sentido seguir manteniéndola en la junta directiva, además de que no acepto seguir siendo para todos los efectos reales "el último lector de La Prensa".

Nosotros confesamos nuestra "ignorancia crasa" (frase hecha) sobre este punto controvertido.

Nos llama la atención que se hubiera planteado dentro del aspecto de la "independencia periodística".

Y sobre este último punto de vista recordamos que también se habla de "libertad de prensa".

Por lo mismo, se nos ocurre pensar sobre quién recibe el beneficio de tal libertad: ¿Los propietarios o accionistas del medio o periódico?, ¿la opinión pública?, ¿los periodistas? Y las mismas preguntas se pueden formular en cuanto a la "independencia periodística".

No obstante, no osamos penetrar en ese mar de sargazos.

Sólo llegamos a consignar que las cosas cambian.

No sabemos hasta qué punto ha cambiado o no la realidad de "un periódico sin dueño y con muchos dueños", con que se inició La Prensa.

Y preguntamos: ¿Qué clase de independencia había en la época de la dictadura policíaca de Torrijos y de Noriega? Fue la época más negra de la historia nacional, en nuestro criterio.

¿Hasta qué punto influía la experiencia personal del Sr.

I.

Roberto Eisenmann y del amigo Tristán Solarte (Guillermo Sánchez B.

)? Fue ostensible que el diario tuvo una época signada por tales experiencias personales, durante la etapa de veinte años (1968-1980) de esa Dictadura.

Nosotros, sempiternos lectores de La Prensa y de El Panamá América, y que hemos colaborado de tiempo en tiempo con más o menos cinco o seis periódicos nacionales, sabemos muy bien que en cuanto a muchos aspectos importantes del periodismo, las cosas cambian.

El cambio ocurre en todo, y a veces sin aviso previo.

Es más adecuado pensar en el ángulo de relativismo y mudanza que las cosas tienen.

Lamentamos, sí, que el arquitecto González Clare, a quien no conocemos personalmente, pero de quien nos hemos formado la mejor idea, como ciudadano consciente, a través de sus artículos de señalamientos medulares, considerara necesario renunciar.

Y aprovechando este lance, como escritor siempre improvisado de artículos periodísticos, celebramos que El Panamá América nos hubiera dispensado siempre la más amplia libertad personal en nuestras colaboraciones hebdomadarias, que ya se han prolongado por algo más de un año.

Lo que externamos, porque tal extensión no la hemos experimentado antes.