Ineficiencia económica
Publicado 2000/08/29 23:00:00
- Roberto Blum
Ciudad de México (AIPE)- México requiere de unas 670.000 toneladas de petróleo crudo para producir 1.000 millones de dólares, mientras que España, por ejemplo, consume 430.000 toneladas, Italia 320.000 y Japón 240.000 toneladas para producir los mismos 1.000 millones de dólares. Esta sencilla comparación muestra que seguimos siendo ineficientes. Y esta ineficiencia puede traernos graves problemas. Naciones enteras han colapsado por esta causa.
En sólo tres años, de 1989 a 1991, se derrumbó el poderío y la ideología creada a partir de la Revolución de Octubre de 1917 en el antiguo imperio ruso. El enorme esfuerzo de tres generaciones de trabajadores por el socialismo se vino abajo catastróficamente. La gran ineficiencia productiva que el sistema soviético de planificación centralizada promovió fue la causa más profunda de ese colapso. El 25 de diciembre de 1991 se arrió la bandera roja con la hoz y el martillo de su asta en el kremlin de Moscú. Toda una época había terminado.
Sólo ahora es posible conocer las verdaderas cifras económicas y calcular los costos reales que ese modelo de crecimiento impuso a la sociedad soviética y al medio ambiente del corazón euroasíatico. Ahora percibimos el enorme dispendio y el excesivo desperdicio de recursos que el sistema soviético centralizado impuso a la "economía del futuro" que debía de enterrar al capitalismo occidental. Por ejemplo, la utilización de acero por unidad producida del PNB era 15 veces superior en la URSS a la que se utilizaba en los Estados Unidos, en caucho la proporción era nueve veces superior y los soviéticos usaban seis veces la cantidad de energía que los estadounidenses para producir el mismo valor.
De hecho, la industria soviética destruía en el proceso de transformación casi la mitad del valor del producto bruto del sector primario; es decir, si hubieran exportado todas las materias primas que producía Rusia a precios internacionales, en 1992 su PNB hubiera llegado a 27 millones de millones de rublos, en lugar de los 15 millones de millones de rublos. Estos datos, que a primera vista parecen increíbles, reflejan la realidad de la gran ineficiencia que determinó el colapso del sistema soviético.
Sin embargo, no sólo fue el grado de ineficiencia productiva lo que determinó la caída de las naciones del bloque socialista del Centro y Este de Europa sino que también se puede culpar al enorme tamaño y la relativa inflexibilidad de las empresas manufactureras soviéticas que en promedio ocupaban a 800 trabajadores, el doble que en Polonia y casi 10 veces el promedio de sus contrapartes occidentales, así como la baja proporción de servicios e información que componían las actividades económicas de esas naciones que apostaron todo su futuro a una industrialización del llamado tipo paleotécnico, centralizadora e intensiva en capital.
El índice de intensidad energético de México es 31,58 frente al 5,35 de Suiza, al 8,78 de Francia y 13,78 de Estados Unidos. Incluso Brasil con un índice de 23,28 nos supera ampliamente en eficiencia productiva. ¿Qué significa esto? En cristiano estas cifras nos dicen que hay todavía mucho por donde cortar. Todavía desperdiciamos demasiado. Muchas de nuestras empresas todavía no son lo eficientes que pudieran ser. Unas por falta de capital, otras por falta de buena administración y todas porque tienen que pagar enormes costos de transacción que les imponen nuestras deficientes instituciones públicas. Si comparamos las cifras de la economía formal con las de la economía informal podemos observar con gran claridad estos enormes costos de transacción que a todos nos afectan.
Por ejemplo, 9,3 millones de mexicanos en el sector informal producen 12,7% del PIB, unos 47.900 pesos por persona por año. Casi 4.000 pesos mensuales. Su rentabilidad es alta, 70%. Sin duda estos mexicanos son eficientes -hacen mucho con poco ya que evitan en lo posible pagar los costos de transacción que significa la formalidad-, pero al mismo tiempo la situación de informalidad les impide acceder a los recursos que les permitiría ser más productivos. De estos 9,3 millones de trabajadores informales, sólo unos 650.000 hacen uso del crédito por lo que la mayoría se encuentra atrapada en una verdadera trampa de pobreza. Sin más recursos, no pueden producir más. Pero para obtener esos recursos que sin duda los harían más ricos, tienen que pagar costos de transacción crecientes que los hace más ineficientes. Una paradójica, pero verdadera trampa social de pobreza.
El reto del nuevo gobierno es deshacer esta trampa de pobreza nacional y abrir las puertas a la productividad y a la
creatividad de los millones de individuos que quieren trabajar. El problema no es dónde obtener recursos sino eliminar
obstáculos y así detonar una explosión de creación de riqueza mediante aumentos a la productividad y la eficiencia. (c)
www.aipenet.com
Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo AC.
En sólo tres años, de 1989 a 1991, se derrumbó el poderío y la ideología creada a partir de la Revolución de Octubre de 1917 en el antiguo imperio ruso. El enorme esfuerzo de tres generaciones de trabajadores por el socialismo se vino abajo catastróficamente. La gran ineficiencia productiva que el sistema soviético de planificación centralizada promovió fue la causa más profunda de ese colapso. El 25 de diciembre de 1991 se arrió la bandera roja con la hoz y el martillo de su asta en el kremlin de Moscú. Toda una época había terminado.
Sólo ahora es posible conocer las verdaderas cifras económicas y calcular los costos reales que ese modelo de crecimiento impuso a la sociedad soviética y al medio ambiente del corazón euroasíatico. Ahora percibimos el enorme dispendio y el excesivo desperdicio de recursos que el sistema soviético centralizado impuso a la "economía del futuro" que debía de enterrar al capitalismo occidental. Por ejemplo, la utilización de acero por unidad producida del PNB era 15 veces superior en la URSS a la que se utilizaba en los Estados Unidos, en caucho la proporción era nueve veces superior y los soviéticos usaban seis veces la cantidad de energía que los estadounidenses para producir el mismo valor.
De hecho, la industria soviética destruía en el proceso de transformación casi la mitad del valor del producto bruto del sector primario; es decir, si hubieran exportado todas las materias primas que producía Rusia a precios internacionales, en 1992 su PNB hubiera llegado a 27 millones de millones de rublos, en lugar de los 15 millones de millones de rublos. Estos datos, que a primera vista parecen increíbles, reflejan la realidad de la gran ineficiencia que determinó el colapso del sistema soviético.
Sin embargo, no sólo fue el grado de ineficiencia productiva lo que determinó la caída de las naciones del bloque socialista del Centro y Este de Europa sino que también se puede culpar al enorme tamaño y la relativa inflexibilidad de las empresas manufactureras soviéticas que en promedio ocupaban a 800 trabajadores, el doble que en Polonia y casi 10 veces el promedio de sus contrapartes occidentales, así como la baja proporción de servicios e información que componían las actividades económicas de esas naciones que apostaron todo su futuro a una industrialización del llamado tipo paleotécnico, centralizadora e intensiva en capital.
El índice de intensidad energético de México es 31,58 frente al 5,35 de Suiza, al 8,78 de Francia y 13,78 de Estados Unidos. Incluso Brasil con un índice de 23,28 nos supera ampliamente en eficiencia productiva. ¿Qué significa esto? En cristiano estas cifras nos dicen que hay todavía mucho por donde cortar. Todavía desperdiciamos demasiado. Muchas de nuestras empresas todavía no son lo eficientes que pudieran ser. Unas por falta de capital, otras por falta de buena administración y todas porque tienen que pagar enormes costos de transacción que les imponen nuestras deficientes instituciones públicas. Si comparamos las cifras de la economía formal con las de la economía informal podemos observar con gran claridad estos enormes costos de transacción que a todos nos afectan.
Por ejemplo, 9,3 millones de mexicanos en el sector informal producen 12,7% del PIB, unos 47.900 pesos por persona por año. Casi 4.000 pesos mensuales. Su rentabilidad es alta, 70%. Sin duda estos mexicanos son eficientes -hacen mucho con poco ya que evitan en lo posible pagar los costos de transacción que significa la formalidad-, pero al mismo tiempo la situación de informalidad les impide acceder a los recursos que les permitiría ser más productivos. De estos 9,3 millones de trabajadores informales, sólo unos 650.000 hacen uso del crédito por lo que la mayoría se encuentra atrapada en una verdadera trampa de pobreza. Sin más recursos, no pueden producir más. Pero para obtener esos recursos que sin duda los harían más ricos, tienen que pagar costos de transacción crecientes que los hace más ineficientes. Una paradójica, pero verdadera trampa social de pobreza.
El reto del nuevo gobierno es deshacer esta trampa de pobreza nacional y abrir las puertas a la productividad y a la
creatividad de los millones de individuos que quieren trabajar. El problema no es dónde obtener recursos sino eliminar
obstáculos y así detonar una explosión de creación de riqueza mediante aumentos a la productividad y la eficiencia. (c)
www.aipenet.com
Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo AC.
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