CONSTITUYE PODEROSO IMPULSO.
La curiosidad, ¿origen de la ciencia?
Son numerosos los estudios e investigaciones realizados por etólogos y psicólogos relativos al fenómeno humano de la curiosidad como un rasgo totalmente determinante del hombre. Es
Son numerosos los estudios e investigaciones realizados por etólogos y psicólogos relativos al fenómeno humano de la curiosidad como un rasgo totalmente determinante del hombre. Es más, se ha llegado a comprobar que el comportamiento exploratorio y curioso lleva al hombre al conocimiento. En otras palabras, se pudiera decir que es el origen de la ciencia porque hoy día sigue siendo su inagotable fuente. Se ha comprobado, además, que el impulso originario para esta tendencia lo constituye un principio de conservación de la especie. La explicación de que aquí se trata únicamente del impulso de la curiosidad, sería por supuesto demasiado unilateral; pero con toda seguridad podemos afirmar que la curiosidad constituye un poderoso impulso.
Ilustremos mejor el tema con algunos ejemplos: en las zonas comerciales de nuestras ciudades la gente se queda parada frente a un puesto comercial nuevo, un pregonero o un músico; donde hay algo que ver u oír enseguida se forman coros de gente; se escuchan y divulgan chismes entre vecinos y colegas; la prensa sensacionalista vive de esa manía de la gente; los “laboratorios de rumores”, en tanto políticos, destilan diariamente sus brebajes que luego toman todos; los intelectuales solo los adoban con un poco de ironía, pero, por lo general, los rumores solo son criticados y rechazados cuando quedan fuera del interés propio.
La curiosidad reina en empresas y universidades, en administraciones y medios de comunicación; el impulso que arrastra al hombre y a la mujer a investigar y que les hace dar vueltas a cada piedra para enterarse de lo que hay debajo, mantiene también vivo el interés por lo que hace el vecino o el colega, por cómo tiene arreglada la casa la estrella del deporte nacional o por la noticia de actualidad política.
Sin embargo, la convivencia entre los hombres alcanza la más alta calidad humana cuando la persona aprende a hacer el uso correcto de la
curiosidad, con mesura: el periodismo sensacionalista, la desvergüenza que se manifiesta en ciertos medios de comunicación, el afán de causar sensación y dar el espectáculo, no nos causarían tanto dolores de cabeza si el público hubiera aprendido a hacer uso mesurado de su curiosidad.
Todos conocemos o al menos sentimos el ímpetu de la curiosidad y su influjo sobre nuestro comportamiento falto de control racional: un accidente en la vía o en la autopista, y observaremos cómo los vehículos de la otra vía se detienen o conducen despacio dando lugar a embotellamientos; curiosos impiden las operaciones de salvamento y socorro; algo parecido ocurre en el caso de incendios o catástrofes naturales; no hay incendio que no atraiga espectadores que luego obstaculizan el paso a los hombres. No hay duda de que es este fuerte impulso el que, por un lado, atrae al hombre hacia lo espantoso y, por otro, le hace estremecerse; existe una relación entre los curiosos que se paran a ver un accidente y la repetida oferta de imágenes de horror en medios de comunicación.
Como lo demuestran los ejemplos citados, el comportamiento curioso se da en todos los seres humanos (hombres y mujeres), pero su intensidad varía individualmente así como también su modalidad, de acuerdo con los ámbitos vitales. Hay personas que con seguridad no son curiosas ni pretenden llegar a nuevos conocimientos científicos, que no devoran cada libro que cae en sus manos y que tal vez se interesan solo por lo que hace el vecino, por lo que gana, cómo gasta su dinero, y así, con desfachatez rayana en la indecencia, observan cada una de sus acciones.
Con todo, hacer asertos de índole general en este campo del comportamiento humano no respondería a la situación de la problemática. Por ejemplo, la Pedagogía, como ciencia del hombre, solo puede analizar el proceso en la situación concreta y promover el encuentro dentro de él. Significa, en otras palabras, que el cambio de comportamiento, una vida humana, no lo aprende el hombre solo a base de instrumentos de enseñanza, ni menos con un nuevo currículo, sino prestando atención a lo que ocurre en él mismo.
Pedagogo, escritor, diplomático.
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