La Iglesia Católica ante la guerra en Irak
Publicado 2003/03/16 00:00:00
Una de las voces más autorizadas y consistentes contra la amenaza de guerra que se cierne sobre Irak, ha sido la de la Iglesia Católica, que en cierta medida ha liderado la oposición generalizada de las comunidades religiosas a través del mundo. Pero aunque este hecho se ha destacado en los medios de comunicación, las razones de esta posición no han sido suficientemente explicadas.
S.S. Juan Pablo II no sólo ha realizado una intensa acción diplomática para evitar la guerra, recibiendo a Tariq Azis, Ministro de Relaciones Exteriores de Irak, y a Tony Blair, Primer Ministro de Gran Bretaña, entre otros, y enviando al Cardenal Pío Laghi, ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos (EU), con un mensaje personal al presidente Bush y al Cardenal Roger Etchegaray, ex Prefecto de la Congregación de Justicia y Paz, con una mensaje equivalente al presidente Sadam Hussein, sino que el 13 de enero de este año presentó su posición ante los representantes de 177 países que tienen relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Primero, señaló el sentimiento de temor que sienten en su corazón nuestros contemporáneos ante el terrorismo insidioso que golpea en cualquiera parte del mundo, particularmente en el Mediano Oriente y en las situaciones de violencia de América Latina y de Africa. Luego, subrayó que lo que está en juego en estas situaciones es el derecho a la vida, el más fundamental derecho humano.También está en juego, añade, en los casos de aborto, eutanasia y de clonar seres humanos, en los cuales se corre el riesgo de reducir la persona a un mero objeto, cuya vida y muerte están sujetas a una orden, gracias a una investigación científica desprovista de criterios morales y, por ello, conducente a la negación del ser y de la dignidad de la persona.
Enfocando la situación en Irak a la luz de la violencia en el mundo y en función del derecho humano a la vida, el Papa advirtió con gran fuerza moral: "La guerra en sí misma es un ataque contra la vida humana, puesto que trae como consecuencia sufrimiento y muerte. La batalla por la paz es siempre una batalla por la vida".
Además, Juan Pablo II hizo un llamado al respeto a la ley en la vida internacional y al deber de solidaridad en un mundo donde sobreabunda la información, pero donde se hace muy difícil la comunicación, y donde las condiciones de vida son tan escandalosamente dispares. De todo ello resulta para el Papa el imperativo de un triple rechazo: ¡No a la muerte! ¡No al egoísmo! ¡No a la guerra! La guerra, piensa el Santo Padre, no es siempre inevitable, pero es siempre una derrota para la humanidad. En su lugar, propuso el recurso al derecho internacional, el diálogo honesto, la solidaridad entre los Estados y el noble ejercicio de la diplomacia.
En un mundo donde la independencia no puede separase de la interdependencia, para evitar el caos hay dos requisitos. Primero, es de fundamental importancia volver a descubrir dentro de los Estados y entre los Estados el valor principal de la ley natural, que fue la fuente del derecho de las naciones y de las primeras formulaciones del derecho internacional. Aunque algunos cuestionen su validez, sus principios generales y universales todavía pueden ayudarnos a comprender la unidad de la humanidad y a desarrollar la consciencia tanto de los que gobiernan como de los que son gobernados.
Segundo, se requiere el trabajo perseverante de estadistas honrados y desprendidos. La indispensable competencia profesional de líderes políticos no será considerada legítima si no está vinculada a firmes convicciones morales, que sean la base de la consecución del bien común universal, del que habló tan elocuentemente el Papa Juan XXIII en su Encíclica Pacem in Terris.
La posición adoptada con verticalidad por S. S. Juan Pablo II y mantenida con insistencia y firmeza, ha suscitado la toma de posición semejante de numerosos episcopados: el canadiense, el alemán, el australiano, el inglés y el francés entre otros. Llama especialmente la atención la toma de posición de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos desde el 13 de noviembre de 2002, puesto que su gobierno ha sido el principal promotor de un ultimátum al Gobierno de Sadam Hussein, que conduciría a una guerra en su contra.
Las opciones de guerra o paz, afirmaron los obispos de EU, no son sólo militares y políticas, sino también son morales puesto que involucran asuntos de vida y muerte. Dos meses antes, el Presidente de la Conferencia de Obispos había escrito una carta al presidente Bush, en la cual formulaba preguntas muy serias acerca de la legitimidad moral del uso preventivo y unilateral de la fuerza militar para derrocar al gobierno de Irak.
Evidentemente, los obispos de EU, como cualquiera persona civilizada, no han tenido ninguna ilusión sobre el comportamiento o las intenciones de Sadam Hussein. Según ellos, el Gobierno que él encabeza "tendría que ponerle fin a la represión interna, parar las amenazas a sus vecinos, cesar su apoyo al terrorismo, abandonar sus esfuerzos por desarrollar armas de destrucción masiva y destruir todas las armas semejantes que tenga". Los obispos apoyaron el trabajo de EU por lograr nuevas medidas del Consejo de Seguridad para asegurarse que Irak cumpla con la obligación de desarmarse y se unieron a otros en insistir que Irak cumpla con la última resolución del Consejo (No. 1441 del 8 de noviembre de 2002), considerada no como un preludio a la guerra, sino como un medio de evitarla.
Sin llegar a una conclusión definitiva en este caso, los obispos de EU admitieron que gente de buena fe puede discrepar acerca de la manera de aplicar las normas de la guerra justa en casos particulares. Pero sobre la base de los hechos que ellos conocen, continuaron a encontrar difícil la justificación del recurso a la guerra contra Irak, en la ausencia de una clara y adecuada evidencia de un ataque inminente de naturaleza grave. Y enumeraron las condiciones de una guerra justa, según la enseñanza de la Iglesia, que a su juicio este recurso a la guerra no satisface:
1. Que la causa sea justa. Desde este punto de vista les ha preocupado el recurso preventivo a la fuerza militar, en vez de su recurso en respuesta a un daño duradero, grave y seguro por parte de un agresor.
2. Que la declare una autoridad legítima. Desde ese punto de vista se requiere el cumplimiento de las exigencias constitucionales de los EU, un amplio consenso dentro de la nación estadounidense y alguna forma de sanción internacional, razón por la cual es tan importante tanto la acción del Congreso de los EU como la acción del Consejo de Seguridad de la ONU. Y en esta perspectiva es necesario distinguir el esfuerzo por cambiar los comportamientos de un gobierno del esfuerzo por ponerle fin a la existencia de un gobierno.
3. Que tenga probabilidad de éxito y sea proporcional a su objetivo. La seria probabilidad de éxito incluye no producir más males que los que se pretenden eliminar. Si bien no tomar acción militar puede tener consecuencias negativas, les ha preocupado que una guerra contra Irak podría tener impredecibles consecuencias para la paz y la estabilidad. Puede provocar el tipo de ataque que pretende prevenir.
4. Que se apliquen las normas que deben regir la conducta de guerra. Desde este punto de vista son decisivas las normas de inmunidad de los civiles y de proporcionalidad de la acción. Aunque se ha mejorado la capacidad de evitar que los civiles sean blancos en la guerra, el uso de la fuerza militar puede infligir daños incalculables a una población civil que ya ha sufrido guerra, represión y un embargo debilitador. "Al evaluar si el daño colateral es proporcional, la vida de hombres, mujeres y niños de Irak debe ser evaluada igual que la vida de miembros de nuestra propia familia y de los ciudadanos de nuestro propio país."
La evaluación general que hicieron los obispos de EU, los ha conducido a urgir a su nación a que prosiga activamente las alternativas a la guerra y persista en legítimas maneras de contener y disuadir acciones agresivas por parte de Irak, para lo cual se puede recurrir a un embargo militar, a sanciones políticas y sanciones económicas mejor enfocadas de manera que no pongan en peligro la vida de habitantes inocentes de Irak. Por lo demás, la preocupación por las armas de destrucción masiva de Irak debe acompañarse de medidas más amplias y fuertes de no-proliferación de tales armas, incluyendo más apoyo para programas de protección de dichas armas en todas las naciones, controles más estrictos en la exportación de misiles y de tecnología de armamento y mejor aplicación de las convenciones sobre armas biológicas y químicas.
Terminaron los obispos afirmando que "rezan por el presidente Bush y por los otros líderes mundiales para que encuentren la voluntad y las maneras de retroceder un paso del borde de la guerra con Irak y para que trabajen por una paz que sea justa y duradera."
Aunque la conclusión de los obispos de los EU adopta un tono formalmente tentativo, el análisis de las condiciones que una guerra ha de cumplir para ser justa de acuerdo con la doctrina católica, no deja la menor duda que para ellos el recurso a la guerra preventiva contra Irak no las cumple.
Cabe destacar la madurez del pueblo norteamericano en el ejercicio de la libertad, ya que la política seguida por el Gobierno en materia que es de gravedad para el país puede ser abiertamente enjuiciada por diversos sectores, lo cual es imposible hacer en países que hacen gala de su oposición a todo lo que representa o simboliza a los EU. Vale, por ello, la pena tener presente las palabras del escritor Humberto Ecco: "Se puede amar a los Estados Unidos, como tradición, como pueblo, como cultura y con el respeto que se debe a quien ha ganado a pulso los galones del país más poderoso del mundo, se puede haber estado golpeado en lo más íntimo por la herida que sufrió hace más de un año, sin por ello eximirnos de advertirle que su Gobierno está tomando una decisión equivocada y debe sentir no nuestra traición, sino nuestro franco desacuerdo. De otro modo lo que se habría conculcado sería el derecho al desacuerdo."
Fiel a su misión religiosa, el Papá y varios episcopados, sobre todo el de los EU, han proyectado valores y principios morales sobre la realidad de una guerra preventiva preconizada por la única superpotencia mundial contra un gobierno cuyo líder es moralmente condenable por una conducta criminal contra su pueblo y contra los pueblos vecinos, y por una actividad armamentista sumamente peligrosa para su región e incluso para el mundo. Y con extraordinario coraje han concluido, en desacuerdo con el gobierno de EU, que una guerra semejante sería inmoral por gravemente dañina tanto física como espiritualmente.
En el proceso han demostrado cuán insustituible puede ser su magisterio, incluso cuando la primera potencia del mundo le hace frente a una figura nefasta, pero en el proceso pierde su equilibrio y compromete su humanismo. En tales circunstancias se comprende que el Concilio Vaticano Segundo, al redactar la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, para iniciar su texto haya querido asociar la Iglesia a la función de Cristo como "Lumen Gentium", Luz de los Pueblos.
([email protected])
S.S. Juan Pablo II no sólo ha realizado una intensa acción diplomática para evitar la guerra, recibiendo a Tariq Azis, Ministro de Relaciones Exteriores de Irak, y a Tony Blair, Primer Ministro de Gran Bretaña, entre otros, y enviando al Cardenal Pío Laghi, ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos (EU), con un mensaje personal al presidente Bush y al Cardenal Roger Etchegaray, ex Prefecto de la Congregación de Justicia y Paz, con una mensaje equivalente al presidente Sadam Hussein, sino que el 13 de enero de este año presentó su posición ante los representantes de 177 países que tienen relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Primero, señaló el sentimiento de temor que sienten en su corazón nuestros contemporáneos ante el terrorismo insidioso que golpea en cualquiera parte del mundo, particularmente en el Mediano Oriente y en las situaciones de violencia de América Latina y de Africa. Luego, subrayó que lo que está en juego en estas situaciones es el derecho a la vida, el más fundamental derecho humano.También está en juego, añade, en los casos de aborto, eutanasia y de clonar seres humanos, en los cuales se corre el riesgo de reducir la persona a un mero objeto, cuya vida y muerte están sujetas a una orden, gracias a una investigación científica desprovista de criterios morales y, por ello, conducente a la negación del ser y de la dignidad de la persona.
Enfocando la situación en Irak a la luz de la violencia en el mundo y en función del derecho humano a la vida, el Papa advirtió con gran fuerza moral: "La guerra en sí misma es un ataque contra la vida humana, puesto que trae como consecuencia sufrimiento y muerte. La batalla por la paz es siempre una batalla por la vida".
Además, Juan Pablo II hizo un llamado al respeto a la ley en la vida internacional y al deber de solidaridad en un mundo donde sobreabunda la información, pero donde se hace muy difícil la comunicación, y donde las condiciones de vida son tan escandalosamente dispares. De todo ello resulta para el Papa el imperativo de un triple rechazo: ¡No a la muerte! ¡No al egoísmo! ¡No a la guerra! La guerra, piensa el Santo Padre, no es siempre inevitable, pero es siempre una derrota para la humanidad. En su lugar, propuso el recurso al derecho internacional, el diálogo honesto, la solidaridad entre los Estados y el noble ejercicio de la diplomacia.
En un mundo donde la independencia no puede separase de la interdependencia, para evitar el caos hay dos requisitos. Primero, es de fundamental importancia volver a descubrir dentro de los Estados y entre los Estados el valor principal de la ley natural, que fue la fuente del derecho de las naciones y de las primeras formulaciones del derecho internacional. Aunque algunos cuestionen su validez, sus principios generales y universales todavía pueden ayudarnos a comprender la unidad de la humanidad y a desarrollar la consciencia tanto de los que gobiernan como de los que son gobernados.
Segundo, se requiere el trabajo perseverante de estadistas honrados y desprendidos. La indispensable competencia profesional de líderes políticos no será considerada legítima si no está vinculada a firmes convicciones morales, que sean la base de la consecución del bien común universal, del que habló tan elocuentemente el Papa Juan XXIII en su Encíclica Pacem in Terris.
La posición adoptada con verticalidad por S. S. Juan Pablo II y mantenida con insistencia y firmeza, ha suscitado la toma de posición semejante de numerosos episcopados: el canadiense, el alemán, el australiano, el inglés y el francés entre otros. Llama especialmente la atención la toma de posición de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos desde el 13 de noviembre de 2002, puesto que su gobierno ha sido el principal promotor de un ultimátum al Gobierno de Sadam Hussein, que conduciría a una guerra en su contra.
Las opciones de guerra o paz, afirmaron los obispos de EU, no son sólo militares y políticas, sino también son morales puesto que involucran asuntos de vida y muerte. Dos meses antes, el Presidente de la Conferencia de Obispos había escrito una carta al presidente Bush, en la cual formulaba preguntas muy serias acerca de la legitimidad moral del uso preventivo y unilateral de la fuerza militar para derrocar al gobierno de Irak.
Evidentemente, los obispos de EU, como cualquiera persona civilizada, no han tenido ninguna ilusión sobre el comportamiento o las intenciones de Sadam Hussein. Según ellos, el Gobierno que él encabeza "tendría que ponerle fin a la represión interna, parar las amenazas a sus vecinos, cesar su apoyo al terrorismo, abandonar sus esfuerzos por desarrollar armas de destrucción masiva y destruir todas las armas semejantes que tenga". Los obispos apoyaron el trabajo de EU por lograr nuevas medidas del Consejo de Seguridad para asegurarse que Irak cumpla con la obligación de desarmarse y se unieron a otros en insistir que Irak cumpla con la última resolución del Consejo (No. 1441 del 8 de noviembre de 2002), considerada no como un preludio a la guerra, sino como un medio de evitarla.
Sin llegar a una conclusión definitiva en este caso, los obispos de EU admitieron que gente de buena fe puede discrepar acerca de la manera de aplicar las normas de la guerra justa en casos particulares. Pero sobre la base de los hechos que ellos conocen, continuaron a encontrar difícil la justificación del recurso a la guerra contra Irak, en la ausencia de una clara y adecuada evidencia de un ataque inminente de naturaleza grave. Y enumeraron las condiciones de una guerra justa, según la enseñanza de la Iglesia, que a su juicio este recurso a la guerra no satisface:
1. Que la causa sea justa. Desde este punto de vista les ha preocupado el recurso preventivo a la fuerza militar, en vez de su recurso en respuesta a un daño duradero, grave y seguro por parte de un agresor.
2. Que la declare una autoridad legítima. Desde ese punto de vista se requiere el cumplimiento de las exigencias constitucionales de los EU, un amplio consenso dentro de la nación estadounidense y alguna forma de sanción internacional, razón por la cual es tan importante tanto la acción del Congreso de los EU como la acción del Consejo de Seguridad de la ONU. Y en esta perspectiva es necesario distinguir el esfuerzo por cambiar los comportamientos de un gobierno del esfuerzo por ponerle fin a la existencia de un gobierno.
3. Que tenga probabilidad de éxito y sea proporcional a su objetivo. La seria probabilidad de éxito incluye no producir más males que los que se pretenden eliminar. Si bien no tomar acción militar puede tener consecuencias negativas, les ha preocupado que una guerra contra Irak podría tener impredecibles consecuencias para la paz y la estabilidad. Puede provocar el tipo de ataque que pretende prevenir.
4. Que se apliquen las normas que deben regir la conducta de guerra. Desde este punto de vista son decisivas las normas de inmunidad de los civiles y de proporcionalidad de la acción. Aunque se ha mejorado la capacidad de evitar que los civiles sean blancos en la guerra, el uso de la fuerza militar puede infligir daños incalculables a una población civil que ya ha sufrido guerra, represión y un embargo debilitador. "Al evaluar si el daño colateral es proporcional, la vida de hombres, mujeres y niños de Irak debe ser evaluada igual que la vida de miembros de nuestra propia familia y de los ciudadanos de nuestro propio país."
La evaluación general que hicieron los obispos de EU, los ha conducido a urgir a su nación a que prosiga activamente las alternativas a la guerra y persista en legítimas maneras de contener y disuadir acciones agresivas por parte de Irak, para lo cual se puede recurrir a un embargo militar, a sanciones políticas y sanciones económicas mejor enfocadas de manera que no pongan en peligro la vida de habitantes inocentes de Irak. Por lo demás, la preocupación por las armas de destrucción masiva de Irak debe acompañarse de medidas más amplias y fuertes de no-proliferación de tales armas, incluyendo más apoyo para programas de protección de dichas armas en todas las naciones, controles más estrictos en la exportación de misiles y de tecnología de armamento y mejor aplicación de las convenciones sobre armas biológicas y químicas.
Terminaron los obispos afirmando que "rezan por el presidente Bush y por los otros líderes mundiales para que encuentren la voluntad y las maneras de retroceder un paso del borde de la guerra con Irak y para que trabajen por una paz que sea justa y duradera."
Aunque la conclusión de los obispos de los EU adopta un tono formalmente tentativo, el análisis de las condiciones que una guerra ha de cumplir para ser justa de acuerdo con la doctrina católica, no deja la menor duda que para ellos el recurso a la guerra preventiva contra Irak no las cumple.
Cabe destacar la madurez del pueblo norteamericano en el ejercicio de la libertad, ya que la política seguida por el Gobierno en materia que es de gravedad para el país puede ser abiertamente enjuiciada por diversos sectores, lo cual es imposible hacer en países que hacen gala de su oposición a todo lo que representa o simboliza a los EU. Vale, por ello, la pena tener presente las palabras del escritor Humberto Ecco: "Se puede amar a los Estados Unidos, como tradición, como pueblo, como cultura y con el respeto que se debe a quien ha ganado a pulso los galones del país más poderoso del mundo, se puede haber estado golpeado en lo más íntimo por la herida que sufrió hace más de un año, sin por ello eximirnos de advertirle que su Gobierno está tomando una decisión equivocada y debe sentir no nuestra traición, sino nuestro franco desacuerdo. De otro modo lo que se habría conculcado sería el derecho al desacuerdo."
Fiel a su misión religiosa, el Papá y varios episcopados, sobre todo el de los EU, han proyectado valores y principios morales sobre la realidad de una guerra preventiva preconizada por la única superpotencia mundial contra un gobierno cuyo líder es moralmente condenable por una conducta criminal contra su pueblo y contra los pueblos vecinos, y por una actividad armamentista sumamente peligrosa para su región e incluso para el mundo. Y con extraordinario coraje han concluido, en desacuerdo con el gobierno de EU, que una guerra semejante sería inmoral por gravemente dañina tanto física como espiritualmente.
En el proceso han demostrado cuán insustituible puede ser su magisterio, incluso cuando la primera potencia del mundo le hace frente a una figura nefasta, pero en el proceso pierde su equilibrio y compromete su humanismo. En tales circunstancias se comprende que el Concilio Vaticano Segundo, al redactar la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, para iniciar su texto haya querido asociar la Iglesia a la función de Cristo como "Lumen Gentium", Luz de los Pueblos.
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