Panamá
La profesión más noble: ser abogado

La formación de los juristas, los que procuramos serlo a carta cabal (Si por cabal es tener plena conciencia de nuestra profesión y su importancia singular en toda sociedad, así como la de tener los conceptos y las instituciones del Derecho, de sus ramas, en claro dominio, análisis, interpretación, funcionamiento y aplicación para la solución de la consulta o del caso concreto), conlleva a una preparación y formación integral del derecho y para ello, siempre he considerado, la singular importancia que entrañan el dominio de materias tales como: Filosofía del Derecho, Teoría General del Derecho, Ciencia Jurídica, Sociología Jurídica, Teoría del Estado y de las formas de los gobiernos.
Este señalamiento, en cuanto al dominio de estas materias, no es numerus clausus, al contrario, sirven ellas para abrir la puerta a cuestiones de no menos importancia, como lo son: Teoría de los Valores Jurídicos, una Axiología Jurídica, la Axiosofía de los Valores Jurídicos, la cuestión relevante al dominio de la norma jurídica, los ámbitos de validez de la norma jurídica, lo concerniente a las antinomias jurídicas y los principios lógicos normativos que las resuelven, lo relativo al surgimiento del Estado, el Estado de Derecho, la retorica jurídica, la teoría de la argumentación jurídica, etc.
Se trata, en la formación de los juristas, de abordar estos temas y conceptos, las instituciones del Derecho, con claridad meridiana, conociendo, de antemano, sus contenidos precisos, la oportunidad en que deben ser aplicados, sugeridos; también conlleva a que la inteligencia del jurista sea amplia dado que en cuanto más conocimientos jurídicos tiene, mayor es su campo visual del contexto del problema legal que se somete a su consulta o asesoría.
No puede ser cierto que un jurista, o quien se repute como tal, ni siquiera se haya asomado a los albores de la sociología jurídica, de la tópica jurídica, o que ni siquiera tenga aproximación alguna al sentido psicológico o comportamiento del ser humano y que, lejos de todo análisis, vislumbre la norma jurídica a secas, como quien encierra el hecho (Tramo de la conducta humana metido en una prisión del cual hablaba Cossío en clara censura a Kelsen y su positivismo jurídico).
Un jurista debe estar impregnado de las distintas escuelas jurídicas, de las formas o pensamientos que presentaron. No se trata tan solo de hablar por hablar, sino de hablar con fundamento y con sentido de razonabilidad de las cosas, de la correcta lógica y raciocinio
que alientan a las argumentaciones. Al final de cuentas el Derecho como tal debe estar siempre al servicio del hombre, de la humanidad. Toca a los juristas que ello, cada día, sea una realidad.
Siendo así las cosas, corresponde preguntar: ¿Esta prostituida la profesión de los abogados?. Con ello abordo, directamente, un reciente articulo de opinión que circulara en algún medio de comunicación social y del cual no pocos abogados se hicieron eco como dando con ello legitimidad y veracidad al artículo y a su título. No, mi respuesta es categórica con un rotundo “No”. No es la profesión la que esta prostituida. Ninguna profesión se prostituye per se.
Se prostituyen algunos hombres y algunas mujeres. Se prostituye quien se hace un profesional venal, corrupto, deleznable, con una inteligencia y un alma putrefactas, corrompidas, corroídas en sentimiento y en amor al semejante, con inclinaciones y actuaciones al margen de la moral y del Derecho, del temor a Dios. Quien tal actúa, de tal o cual modo, nunca ha conocido el vasto universo del Derecho. Nunca ha interactuado con los principios de nuestra profesión, tanto éticos como morales; jamás ha subido o ha escalado a las alturas esplendorosas y sublimes de nuestra profesión y menos, jamás, ha convivido con la elegancia y profundidad del mundo jurídico.
Bien le contestaba Don Ángel Osorio a Pío Baroja, quien decía, criticando a nuestra grandiosa profesión que: “Sino sirves para nada estudia para abogado”. El maestro Osorio, con esa lucidez e inteligencia natural con que plasmó cada línea del Alma de la Toga, le ripostaba, parafraseándolo: Ser abogado, ser jurista diría yo, es algo que va mucha más allá de la mera profesión de ser un letrado de las leyes: Se requiere ser un arquitecto para presentar el diseño de una buena defensa, estrategias delineadas para proyectar el argumento jurídico con elegancia, buen garbo y belleza; ser médico, para sanar, con inyecciones de razonabilidad, el malestar jurídico de quien solo confía en nuestra inteligencia y cultura jurídica; se requiere ser psicólogo, psiquiatra, para ingresar a los trillos de dudas e incertidumbres del alma oscura o apaciguada por el problema que tan solo busca en nosotros una defensa, un escudo de protección y de apoyo; se requiere ser pastor o cura, y así dar el mejor consejo que podamos brindar al afligido que anda en búsqueda de justicia: el Seno de Dios en quien podemos tener paz, seguro refugio y seguridad. Es estar, como dice la Palabra de Dios, bajo la sombra de sus Alas de Amor y Seguridad.
¿Es la abogacía una profesión prostituida?. No, pues de seguro es la más noble, entre las nobles, de las profesiones que entongan el alma y al espíritu de los buenos hombres. Que hayan piratas y filibusteros metidos en esta profesión haciéndose llamar “abogados”, cuando realmente no lo son, jamás, y quienes por ostentar solamente un título de “Licenciado en Derecho”, piensan que ya son abogados, pero careciendo ellos del espíritu del Alma de la Toga, estando huérfanos de la más encumbrada pasión que impregna a nuestras almas de ser auténticos abogados al servicio de la paz, de la justicia, del orden y de la solidaridad social; pues se trata de que cada vez que se ataca la alta alcurnia de la profesión de abogados o de juristas, salgamos al paso oponiéndonos a todo intento de denigración de nuestra aristocrática profesión de abogados.
Finalmente, debo expresar que “prostituidos” estarán, de seguro, todos aquellos a quienes aún no les ha amanecido el Derecho ni la esencia de éste: La Justicia; pero no lo estamos quienes, con absoluta humildad, en postración ante el Altar de Dios, expresamos que somos apóstoles del Derecho y de la Justicia. ¡Dios bendiga a la Patria!
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