Alemania
La quema de los libros, preludio del horror del nazismo
El 10 de mayo de 1933, hace 80 años, las juventudes hitlerianas, instigadas por el ministro de Propaganda Joseph Goebbels, quemaron unos cuarenta mil libros cuyas ideas
El 10 de mayo de 1933, hace 80 años, las juventudes hitlerianas, instigadas por el ministro de Propaganda Joseph Goebbels, quemaron unos cuarenta mil libros cuyas ideas no condecían con el totalitarismo de Estado que los nazis comenzaban a poner en práctica: esa intolerancia fue el prenuncio del horror que luego devastaría a la Europa libre. Este hecho anticipaba la siniestra Conferencia de Wannsee, del 22 de enero de 1942, en la que miembros de alto rango de las SS -Guardia personal de Hitler- organizaron la "Solución Final al Problema Judío”.
La quema, un acto demencial, de barbarie, de xenofobia, se dio en varias ciudades alemanas, pero el epicentro fue Berlín, en Opemplatz, actual Bebelplatz, la plaza que hoy recuerda al líder August Bebel. Fue Joseph Goebbels uno de los más despiadados del Tercer Reich y colaborador íntimo de Adolfo Hitler, quien en abril de ese año ordenó a todas las bibliotecas públicas, oficiales y privadas, seleccionar los libros de ideología judía y marxista para su posterior incineración, y bajo el lema: Que el espíritu anti- alemán sea eliminado de las bibliotecas públicas, se crearon los comités encargados de la limpieza de las mismas, y estos comités ciudadanos prepararon la incineración de toda la literatura indeseable y luego la depuración de los planteles académicos de todo el país. Algunos valientes que se opusieron a tal cremación recordaron los versos del poeta Heinrich Heine, que cien años antes escribió: Donde se queman libros, quemarán, finalmente, también seres humanos. Esto fue el preludio del Holocausto (Shoá).
Obras de Freud, Marx, Brecht, Heine y, entre otras, las de los hermanos Mann fueron pasto de las llamas. Se trató de un acto simbólico y a la vez, político, que marcó el comienzo de la persecución de los judíos. Cito, al pasar, el caso de Edmund Husserl, expulsado de la Universidad de Friburgo dada su condición de hebreo, permitida por Martin Heidegger cuando era rector en el periodo 1933-1934. De ese hecho, Heidegger nunca se retractó, lo que es más grave que la expulsión misma. Para una revisión del pasado, pensemos en la conmovida dedicatoria a Ser y Tiempo de 1927: “A Edmund Husserl en señal de veneración y de amistad”. A partir de la quinta edición, de 1941, y por consejo de su editor, Heidegger la suprimió.
Esa plaza, desde 1995, ofrece un pequeño memorial subterráneo De Bibliothek (La Biblioteca) obra del artista plástico israelí Micha Ullman, que consiste en un espacio cuadrangular de 1.25 metros por lado, protegido por un cristal cuya transparencia permite ver bancos estantes para libros, vacíos. Todo un símbolo. Junto a él, una pequeña placa ostenta visionarias palabras de Heine: Eso fue solo un preludio, ahí donde queman libros, se termina quemando también personas.
Ese recordatorio, al igual que otros elegidos en memoria de la Shoá, además de evocar el horror, invita a la convivencia pacífica de diferentes culturas, fundada en el respeto y la comprensión. Silencioso se impone como una alerta para velar por la libertad, el bien supremo.
Al verla hay junto a él un inmenso afiche con el rostro del eminente músico judío Daniel Barenboim promoviendo un festival en homenaje a Wagner: esa pluralidad de valores culturales, identidades e ideas se erigen hoy como imagen de tolerancia y libertad.
La ceremonia macabra de la quema de libros estuvo precedida por la falaz interpretación que el nazismo dio al incendio del Reichstag, el Parlamento, el 27 de febrero de 1931. Esa lectura malintencionada bastó para que pensadores judíos intuyeran el infierno que se les avecinaba, por lo que algunos marcharon al exilio, entre ellos, Zweig, Benjamin, Celan. La realidad terminó por confirmarles un futuro de muerte más siniestro que el que habían imaginado.
Diez años después de la quema, los norteamericanos tapizaron paredes con carteles de contra propaganda en los que se leía: Hace 10 años los nazis quemaron libros, pero los americanos libres todavía pueden leerlos, proclama respetable; salvo que omitieran referir que ellos mismos en 1922 quemaron 500 ejemplares del Ulisses de Joyce, por juzgarlo “inmoral”.
Pese a esos actos de salvajismo, la realidad muestra que no se pueden matar las ideas. Así lo señaló Sarmiento cuando, en épocas de Rosas, al marchar al exilio Chileno, en los Baños de Zonda, siguiendo el ideario de Fortoul- o de Volney, según observa Groussac, consignó: “On ne tue point des idées”. Las ideas no se matan. Sigamos teniendo conciencia de lo importante que son las ideas y los libros.
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