Panamá
La soledad
- Alonso Correa
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La soledad llega, como cualquier invitado, y se sienta paciente a que se le atienda.
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Parece eterna a pesar de ser, muchas veces, efímera y etérea. Su grandeza, infravalorada en múltiples ocasiones, es tal que hace convertir los segundos en horas, los días en prisiones y las noches en pesadillas, su inmensidad es tanta que te persigue hasta en la más abultada multitud. Su aroma a tela y olvido tiñe de gris el vacío de un cuarto. Sosegada y tranquila se sienta junto al que, como la maldición de una promesa jamás cumplida, tiene que vivir encerrado en ella. La soledad no se manifiesta, no aparece, no tiene esa cualidad.
La soledad llega, como cualquier invitado, y se sienta paciente a que se le atienda. La soledad, esa soledad de las que hablaban los poetas románticos; esa soledad que, como la cura para todas las dudas filosóficas, manejaba las ideas y llenaba el alma. La soledad, terror de vanidosos y egocéntricos, está mal entendida, mejor dicho, está entendida a medias.
Porque la soledad es más que sentirse solo, es más que estar solo. La soledad supera la idea del abandono social, eso que nos encadena a la rutinaria asfixia del rebaño, al sofocante calor de la muchedumbre.
La soledad está lejos de la tristeza que atrae la apatía, si se conocen sus cualidades. Porque la soledad no está atrapada en la apesadumbrada idea del más solitario aislamiento, aunque se asemeje. Porque es verdad que el humano, además de codicioso y deshonesto, es un bestia comunal. Es en la fortaleza del grupo de donde brotan los más grandes éxitos de la colonia Homo sapiens. Somos una manada, para bien y para mal.
Estamos codificados para encontrarnos perdidos en el gentío. Dentro del corazón de la sociedad nos sentimos seguros, resguardados, aferrados a la idea de la pertenencia. La soledad va contra natura, algunos sentirán que la soledad es el núcleo más puro de todos sus miedos, pero la verdad es que la soledad es, igual que la melancolía y la euforia, es una mera estación del recorrido de un tren que no se detiene.
La soledad, dada vuelta, funciona como una válvula, una vía de escape del tóxico humo de aduladores y difamadores. La soledad, vista como una acompañante y no como un verdugo, es una herramienta, una linterna para iluminar tu verdadero 'yo'. Con ella hallas, encuentras, las verdaderas vías que tiene tu alma para despejarse de dudas y revelar los caminos que más agraden a tu corazón. Porque la soledad bien entendida es la panacea, la cura de todos los males que la vida en sociedad desarrolla en la psique de los individuos.
La sociedad añora la soledad, eso solo lo saben todos. No existe nadie que no le haya pedido un momento a la vida donde todos y todo le dejen ordenar todo el pesar que tiene encerrado en su cabeza. Pero es que ese tiempo nunca llega cuando uno lo desea, ese momento llega cuando le es conveniente, cuando te tenga que enseñar algo.
La soledad para el que la sufre es una bestia que se alimenta de su bienestar, es una cueva de la que solo se puede salir, pero el que la acepta es porque entiende que en ella se puede encontrar la más preciosa sabiduría y la más pura ilusión, la abraza porque sabe que su vida siempre es corta pero su impacto es eterno. La soledad para el que sabe qué es lo que busca es la piedra angular de la construcción de una vida, porque en ella todos los planes son posibles, todas las opciones son correctas, en la soledad está escondida la llave de los deseos propios.
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