Los últimos días del Libertador Simón Bolívar
Publicado 2005/12/17 00:00:00
Bolívar fue uno de los primeros en proclamar el ideal de una comunidad de naciones.
HOY, 17 de diciembre de 2005, conmemoramos el CLXXV aniversario de la muerte del Libertador Simón Bolívar. El hombre americano revolucionario y estadista por excelencia, concluyó su carrera política con las siguientes palabras: "La América es ingobernable. Los que han servido a la Revolución han arado en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Estos países caerán infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a los tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas, devorados por los crímenes y extinguidos por la ferocidad. Los europeos tal vez no se designarán conquistarlos. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de América".
Por primera vez en su vida, Bolívar estaba definitivamente resignado. Nada tenía significado; todo era fútil. Quizá todo el movimiento emancipador había sido prematuro. Algunas veces su aflicción lo llevaba a exagerar. Como cuando dijo que le pesaba haber emprendido la liberación de Sudamérica. ¿De qué habían servido veinte años de guerra y revolución? "Hemos arado en el mar", fue su amarga conclusión.
Por ironía del destino, Bolívar halló su último refugio en la casa de un español. Joaquín de Mier, admirador del Libertador, le ofreció como residencia su hacienda, San Pedro Alejandrino, en las cercanías de Santa Marta, y a principios de diciembre de 1830 Bolívar se embarcó rumbo a este último santuario. Parece ser que el mismo destino se encargó del arreglo de la última escena de la vida de Bolívar con mano de gran artista. La escenografía de Santa Marta era perfecta. Había una pequeña bahía, de aguas de azul zafiro, protegidas por las montañas; y a lo largo de la playa las altas palmeras se doblaban ante la voluntad de la brisa de diciembre.
Bolívar llegó a este refugio el 1 de diciembre y allí conoció a un médico francés, el doctor Reverend, que lo atendió hasta el fin. Ya para entonces no podía caminar; su voz era ronca y su estado general dejaba traslucir la presencia de la muerte. El doctor Reverend diagnosticó su enfermedad como un estado avanzado de tuberculosis y reconoció que no había esperanza de cura. Los momentos de agotamiento se alargaban hasta horas enteras y se hacían evidentes los síntomas de la euforia fatal de los tísicos. El 10 de diciembre el obispo de Santa Marta lo visitó y le amonestó para que pusiese todo en orden. Bolívar comprendió por fin que estaba perdido y redactó su testamento.
Fue pródigo con su mayordomo, que lo había servido durante muchos años; la espada de Sucre, regalo del mariscal, le fue devuelta a los herederos de éste, la medalla de oro recibida de Bolivia debía devolverse a la República de ese nombre. Ordenó que se quemaran todos los papeles que podían perjudicar a Urdaneta y su Gobierno. La mayor parte de su fortuna la legó a sus hermanas y a sus hijos. Expresó su deseo de ser enterrado en Caracas. Por último, se confesó y recibió el último sacramento. Puede decirse que Bolívar murió de acuerdo con los ritos y ceremonias de la Iglesia católica, como había vivido dentro de ellos.
Ya no quedaba por hacer sino una cosa: decir adiós a Colombia. Quizá sus últimas palabras, pronunciadas desde su lecho de muerte, podrían poner fin a la guerra fraticida. El 11 de diciembre escribió al general Briceño: "Escribo estas líneas en los últimos instantes de mi vida, para pedirle la única prueba de mi amistad y estima que todavía pueda darme. Le ruego que se reconcilie sinceramente con el general Urdaneta y que se una a él en apoyo del actual Gobierno de Colombia. Mi corazón me asegura que no me negará este último honor. Sólo sacrificando nuestros sentimientos personales podemos proteger a nuestros amigos y a Colombia de los horrores de la anarquía". El contenido de esta carta revela la magnanimidad que era parte inherente del carácter del Libertador Simón Bolívar y no requiere comentarios. El 17 de diciembre de 1830, a la una en punto, se embarcó en su viaje final a una tierra de gloria; una gloria que había crecido como crecen las sombras cuando el sol se pone.
Al contemplar la vida de Bolívar y buscar paralelos, pronto nos damos cuenta de que son muy pocas las comparaciones apropiadas, tal como lo afirma Gerhard Masur, en las siguientes interrogantes: " ¿Bolívar y Washington? ¿Bolívar y Napoleón? ¿Bolívar y Cromwell? Todas son insostenibles. Sin embargo existe una sorprendente analogía entre Bolívar y Winston Churchill: ambos son hombres de dificultades, de emergencia en la historia del mundo. Ambos provienen de viejas y nobles familias acostumbradas a mandar, y el arte de la guerra está en su sangre. Ambos son oficiales, aunque aficionados en materia de estrategia; pero, con todo, son receptáculos de esas profundas intuiciones que tan a menudo superan el conocimiento y la sabiduría de los expertos. Ambos enfrentaron circunstancias desesperadas con fe inconmovibles en la victoria. Ambos, al comienzo de sus carreras, cometieron equivocaciones trascendentes; Churchill, al igual que Bolívar, aprendió en la derrota el arte de la victoria. Ambos son maestros de la palabra y artistas por naturaleza. Sin embargo, todo un mundo separa al anglosajón del criollo, al parlamentario disciplinado del líder fanático de las naciones tropicales. Uno luchó por salvar un imperio; el otro, por destruir uno de cuyas ruinas surgiría un continente libre".
Bolívar fue uno de los primeros en proclamar el ideal de una comunidad de naciones. Por eso en Ginebra, hace muchos años, los delegados a una conferencia reconocieron que el Libertador de Sudamérica no podía seguir siendo considerado sólo como una personalidad americana; se había convertido en una figura universal, en uno de los fundadores de nuestro mundo.
Por primera vez en su vida, Bolívar estaba definitivamente resignado. Nada tenía significado; todo era fútil. Quizá todo el movimiento emancipador había sido prematuro. Algunas veces su aflicción lo llevaba a exagerar. Como cuando dijo que le pesaba haber emprendido la liberación de Sudamérica. ¿De qué habían servido veinte años de guerra y revolución? "Hemos arado en el mar", fue su amarga conclusión.
Por ironía del destino, Bolívar halló su último refugio en la casa de un español. Joaquín de Mier, admirador del Libertador, le ofreció como residencia su hacienda, San Pedro Alejandrino, en las cercanías de Santa Marta, y a principios de diciembre de 1830 Bolívar se embarcó rumbo a este último santuario. Parece ser que el mismo destino se encargó del arreglo de la última escena de la vida de Bolívar con mano de gran artista. La escenografía de Santa Marta era perfecta. Había una pequeña bahía, de aguas de azul zafiro, protegidas por las montañas; y a lo largo de la playa las altas palmeras se doblaban ante la voluntad de la brisa de diciembre.
Bolívar llegó a este refugio el 1 de diciembre y allí conoció a un médico francés, el doctor Reverend, que lo atendió hasta el fin. Ya para entonces no podía caminar; su voz era ronca y su estado general dejaba traslucir la presencia de la muerte. El doctor Reverend diagnosticó su enfermedad como un estado avanzado de tuberculosis y reconoció que no había esperanza de cura. Los momentos de agotamiento se alargaban hasta horas enteras y se hacían evidentes los síntomas de la euforia fatal de los tísicos. El 10 de diciembre el obispo de Santa Marta lo visitó y le amonestó para que pusiese todo en orden. Bolívar comprendió por fin que estaba perdido y redactó su testamento.
Fue pródigo con su mayordomo, que lo había servido durante muchos años; la espada de Sucre, regalo del mariscal, le fue devuelta a los herederos de éste, la medalla de oro recibida de Bolivia debía devolverse a la República de ese nombre. Ordenó que se quemaran todos los papeles que podían perjudicar a Urdaneta y su Gobierno. La mayor parte de su fortuna la legó a sus hermanas y a sus hijos. Expresó su deseo de ser enterrado en Caracas. Por último, se confesó y recibió el último sacramento. Puede decirse que Bolívar murió de acuerdo con los ritos y ceremonias de la Iglesia católica, como había vivido dentro de ellos.
Ya no quedaba por hacer sino una cosa: decir adiós a Colombia. Quizá sus últimas palabras, pronunciadas desde su lecho de muerte, podrían poner fin a la guerra fraticida. El 11 de diciembre escribió al general Briceño: "Escribo estas líneas en los últimos instantes de mi vida, para pedirle la única prueba de mi amistad y estima que todavía pueda darme. Le ruego que se reconcilie sinceramente con el general Urdaneta y que se una a él en apoyo del actual Gobierno de Colombia. Mi corazón me asegura que no me negará este último honor. Sólo sacrificando nuestros sentimientos personales podemos proteger a nuestros amigos y a Colombia de los horrores de la anarquía". El contenido de esta carta revela la magnanimidad que era parte inherente del carácter del Libertador Simón Bolívar y no requiere comentarios. El 17 de diciembre de 1830, a la una en punto, se embarcó en su viaje final a una tierra de gloria; una gloria que había crecido como crecen las sombras cuando el sol se pone.
Al contemplar la vida de Bolívar y buscar paralelos, pronto nos damos cuenta de que son muy pocas las comparaciones apropiadas, tal como lo afirma Gerhard Masur, en las siguientes interrogantes: " ¿Bolívar y Washington? ¿Bolívar y Napoleón? ¿Bolívar y Cromwell? Todas son insostenibles. Sin embargo existe una sorprendente analogía entre Bolívar y Winston Churchill: ambos son hombres de dificultades, de emergencia en la historia del mundo. Ambos provienen de viejas y nobles familias acostumbradas a mandar, y el arte de la guerra está en su sangre. Ambos son oficiales, aunque aficionados en materia de estrategia; pero, con todo, son receptáculos de esas profundas intuiciones que tan a menudo superan el conocimiento y la sabiduría de los expertos. Ambos enfrentaron circunstancias desesperadas con fe inconmovibles en la victoria. Ambos, al comienzo de sus carreras, cometieron equivocaciones trascendentes; Churchill, al igual que Bolívar, aprendió en la derrota el arte de la victoria. Ambos son maestros de la palabra y artistas por naturaleza. Sin embargo, todo un mundo separa al anglosajón del criollo, al parlamentario disciplinado del líder fanático de las naciones tropicales. Uno luchó por salvar un imperio; el otro, por destruir uno de cuyas ruinas surgiría un continente libre".
Bolívar fue uno de los primeros en proclamar el ideal de una comunidad de naciones. Por eso en Ginebra, hace muchos años, los delegados a una conferencia reconocieron que el Libertador de Sudamérica no podía seguir siendo considerado sólo como una personalidad americana; se había convertido en una figura universal, en uno de los fundadores de nuestro mundo.
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