Mandatario o mandamás
- VÃctor A. Santos J.
El mandato es un contrato entre dos partes: mandante y mandatario; el mandante otorga el mandato y al mandatario le corresponde cumplirlo y rendir cuentas de su gestión. Sin embargo, en Panamá muchos, comenzando por Torrijos, entienden que mandatario es sinónimo de mandamás o de dictador.
Trasladado a la política, el mandante es el pueblo, único titular de la soberanía; el mandatario es el gobernante, a quien el pueblo le concede el poder para gobernarlo, durante un período determinado y sujeto a condiciones específicas, impuestas por la Constitución y las leyes vigentes.
En los países regidos por sistemas democráticos, quienes aspiran a gobernar presentan a los electores sus propuestas, en la forma de un programa de gobierno o promesas electorales, que asumen el compromiso de cumplir a cambio del voto que piden. Por tanto, el candidato victorioso, al recibir del pueblo el mandato para gobernar, también asume la obligación de cumplir lo que ha prometido. Y el pueblo, el derecho a exigerle que cumpla sus promesas electorales, respetando la Constitución y la Ley.
A estas alturas de su incompetente gestión, no es necesario demostrar que el señor Torrijos ha fracasado en el cumplimiento de sus promesas electorales. La corrupción es rampante; la inseguridad amenaza gravemente la estabilidad y la paz social; la deuda pública alcanza límites alarmantes; se estrangula el ingreso de la clase media y de los sectores más pobres con más impuestos y aumentos incontenibles de los servicios públicos, del combustible y de la canasta familiar; y aumenta la pobreza y la desigualdad, mientras el gobierno, irresponsablemente, despilfarra los dineros públicos.
Pero el gobernante de turno no sólo ha fallado estrepitosamente en el cumplimiento de sus promesas electorales; tampoco ha honrado su obligación de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, sino que ha violado flagrantemente el juramento que hizo cuando asumió el cargo. La separación de los poderes es un mito. El centralismo y el culto a la personalidad se han impuesto como forma de gobierno. Se ha institucionalizado el desorden presupuetario y la asignación por capricho presidencial de los recursos públicos. No hay intención de implementar y respetar la Carrera Administrativa y los cargos públicos se utilizan para clientelismo político y para satisfacer los intereses del partido en el poder.
Y como si no fuera suficiente tanto desmadre, malversando dineros públicos, descarada y vergonzosamente se abanican ambiciones reeleccionistas y se concentra el poder con legislaciones amañadas, madrugonazos legislativos y se prostituye el proceso democrático de elaboración de las leyes.
El gobernante de turno, nunca se ha considerado un mandatario obligado a rendir cuentas. Intencionada y planificadamente, ha decidido erigirse en dictador y prolongarse en el poder. Y lo hará si los partidos de oposición, la llamada sociedad civil y el pueblo renunciamos a nuestra condición de soberanos. Todos los pueblos que demoraron en despertar de su indolencia lo pagaron caro. Así lo enseña la historia y no debemos olvidar sus lecciones.
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