Mi Puerto Armuelles
Puerto Armuelles acogió a muchos afroantillanos y con su descendencia crecimos como hermanos. Historia y cultura para relatar; nos quedaríamos cortos sí lo intentáramos.
- Ramiro Guerra Morales
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- - Publicado: 09/3/2020 - 12:00 am
Mi generación nació en un ambiente donde la discriminación se practicaba con grado de perfidia, que rayaba en lo inhumano. En mi Puerto Armuelles teníamos la zona, área residencial de los gringos, que gerenciaban la empresa 'yunai fruit company'; era un mundo aparte; escuelas, canchas de tenis, club social, lugar donde el resto de los mortales no teníamos acceso.
Muchas veces, los muchachos del barrio 'silver city' fuimos objeto de vejámenes y perseguidos, porque cruzamos a esa zona a buscar mangos y naranjas.
Los jefes de los policías estaban al servicio de míster Jolkon, creo que así se llamaba el gerente de la compañía. El comandante del cuartel vivía en esa zona. ¡Imagínese usted! Silver city, barrio de trabajadores resignados a vivir en barracones de madera, divididos en seis o más cuartos; baños comunes y sanitarios colectivos.
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Nunca he olvidado al señor Pinzón, tío de Aniano. Con él aprendimos que ningún trabajo deshonra. Teníamos un club social, que lo administraba un señor Herazo, un extraordinario activista. En ese ambiente crecimos en medio de una amalgama étnico social.
Puerto Armuelles acogió a muchos afroantillanos y con su descendencia crecimos como hermanos. Historia y cultura para relatar; nos quedaríamos cortos sí lo intentáramos. En ese Puerto Armuelles al que me refiero, nacieron glorias del deporte nacional; extraordinarios profesionales y científicos.
Cómo olvidar la estructura de la escuela número uno, Tomás Armuelles. En ese entorno se desenvolvió nuestra infancia. Cómo olvidar el alacrán, así llamábamos al carro de la policía y al policía que se paraba en una esquina de la tienda de don Ureña, a tocar un pito, 9: 00 p. m., todos los niños a acuertelarnos en nuestra casa.
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Recuerdo al sargento Conserva, que patrullaba montado a caballo cansado y también al cabo Pitti, que vigilaba lo poco que había de red vial y vehículos. Admirábamos su moto inmensa.
Eran tiempos donde se celebraban los carnavales en grande, las fiestas del santo patrono San Antonio. Igual de grande era la celebración de la semana mayor. Por alguna razón, que ignoro, le tenía un terror al santo sepulcro.
Puerto Armuelles, un libro de vivencias que no tiene fin; de gente trabajadora y buena.
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