Panamá
Nikéforos
Una vez finalizado el rito de paso y una vez concluidas las sagradas libaciones posteriores, llegan las bacanales y los tabúes y los estigmas quedan ocultos hasta la mañana siguiente. Se olvidan viejos rencores, se sanan antiguos amores y se festejan nuevas amistades.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 25/5/2022 - 12:00 am
Los fragmentos desperdigados por la imaginación se van convirtiendo en momentos con el paso de los segundos. Todos los sueños e ilusiones se materializan en la realidad revelada ante los ojos expectantes de aquellos que los esperan. Las visiones del futuro se cincelan en las pupilas de los que todavía están aquí. Y al llegar la emoción a su máxima expresión esta estalla en confeti y escarcha. La sonrisa se petrifica en el rostro, las piernas tiemblan, los dedos empiezan a enfriarse, la garganta se cierra y las revoluciones del corazón hacen temblar el pecho. Empieza el redoble de los tambores, luces, telón, explosión, gritos, aplausos y lloros. C'est fini. El momento culmen, el clímax, la cima de la alegría. Se vaporizan miedos y preocupaciones. Se canalizan todos los sentidos para magnificar la esencia viscosa y efímera que recubre al espectáculo. El alcohólico almíbar emborracha a los asistentes y su embriagante aroma envía a las masas hacia el cenit de la cúpula.
Una vez finalizado el rito de paso y una vez concluidas las sagradas libaciones posteriores, llegan las bacanales y los tabúes y los estigmas quedan ocultos hasta la mañana siguiente. Se olvidan viejos rencores, se sanan antiguos amores y se festejan nuevas amistades. Las pesadas cadenas de la apariencia, de las máscaras y de las mentiras se dejan en la entrada porque esa noche es la única donde aparece Nike. El grupo ganó, se pudo vencer a la hidra y ahora los dorados y blancos brazos del laurel abrazan a los campeones. La paz se asienta en donde una vez se sostuvo la alegría.
La saciedad es el primer pinchazo de realidad que aparece cuando todo el cristal del ahora se desempaña.
Surge la satisfacción de salir de una rutina bien conocida y enfrentarse al gigante del mañana solo con la espada de la esperanza. Satisfacción de haber hecho el trabajo. Satisfacción de saber que el futuro es moldeable y que está escondida en la voluntad del individuo la capacidad de hacer de él lo que uno quiera. Y uno, entre el caos de la velada, inhala entropía y exhala complacencia. El grupo se entiende y sabe que, este exiguo recuerdo será lo único que saldrá de la red del tiempo.
Pero la cabeza retumba y los párpados se cierran; la noche se acaba y Morfeo llama. El lento y movido retorno a casa es demasiado rápido. Con cada paso la mente te pide regresar, te implora sentir, una vez más, el extraño calor del grupo. Porque el roce crea el cariño y ese heterogéneo grupo de individuos crearon lazos entre ellos, lazos firmes que hacen mella en las distintas vidas de los integrantes de la saturnalia.
Te despiertas en la deriva de un océano de cuestiones y estrategias. Te planteas qué será lo siguiente y cómo llegarás ahí, porque ahora eres el único tripulante de este navío. Las preguntas siguen derramándose sobre la consciencia y entre más concisas las respuestas que quieres cazar más esquivas y abstractas se vuelven. Y las preguntas acerca de qué hacer brotan entre matorrales de dudas. El futuro ya era opaco y ahora se ha fundido el bombillo que lo iluminaba. Pesa mucho más la pregunta de haber estado luchando por una montaña de viento, la interrogante de si todo esto servirá para algo más que para una anécdota o la duda de si se está lo suficientemente preparado para abalanzarse sobre el hoy. Es ahí cuando empiezas a sentir lo rápido que va la vida. Pero no se avanza sin salir de la burbuja y aunque el adiós duela en el corazón, no se puede crear un mañana sin destruir el ayer.
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