Orgullo panameño
- REDACCION
Cuán doloroso es percatarse de que las fiestas patrias han devenido en meros días de asueto y no de reflexión y emoción por la panameñidad. Pregúntele qué celebramos hoy a cualquier mozalbete entorchado, de esos que desfilan en las avenidas principales, y prepárese para escuchar un rimbombante disparate. Una vez más lo superficial se ha tragado a lo esencial. Los tambores, los uniformes satinados, las cornetas y los "kepis" son lo único que parece importar; la visión, el heroísmo, el esfuerzo de liberación constante que aportaron nuestros antecesores, no tienen ningún significado para las nuevas generaciones.
Algunos sostienen que Panamá fue desafortunado porque su independencia y su separación fueron gestas incruentas. Es como si fuera malo haber nacido sin hechos sangrientos. Hoy en día, cuando el mundo parece acercarse a una nueva era en la que se aborrece la guerra, aun por las causas más nobles, lograr grandes cosas pacíficamente es el modelo a emular.
Pero hagamos un alto evaluativo: Por lo menos la separación de Colombia tuvo un antecedente en la Guerra de los Mil Días que, aunque de factura extranjera, tuvo como principal escenario Panamá, y la sangre que corrió a raudales fue, en alguna medida, la de nuestros compatriotas. Lo mismo puede y debe decirse de las gestas nacionalistas desde 1903 a 1977, y aún después. Panamá pagó con sangre su derecho a la soberanía sobre el Canal, y es injusto que hoy se olvide eso por el afán de vanidad y poco importa que hemos sembrado en las nuevas generaciones. Sintámonos orgullos de ser libres y prósperos, ¡pero no olvidemos de dónde venimos!
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