Para escribir
- Alonso Correa
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Escribir es la materialización de nuestras verdades; es la explosiva reacción a una idea que se escapa de nuestro corazón. Escribir, escribir de verdad, es repetirle al infinito que somos humanos. La escritura es humanidad en estado puro.

Escribir, para algunos es como el mear, para otros es la libertad de la imaginación, para muchos otros es un talento divino, para unos pocos es una pérdida de tiempo y para los que tratan de dominar el arte literario es un oficio que no tiene descanso. Y es que no se necesita nada más que tener algo que decir para ponerse a escribir, como decía don Camilo José Cela.
Escribir es la materialización de nuestras verdades; es la explosiva reacción a una idea que se escapa de nuestro corazón. Escribir, escribir de verdad, es repetirle al infinito que somos humanos. La escritura es humanidad en estado puro. Porque nacimos de ella, salimos de su vientre y nos mantenemos dentro de su claustro a día de hoy. Estamos hechos de letras y símbolos, somos piezas de alfabetos y abecedarios.
Nos componemos de todos los trillones de combinaciones que pueden llegar a crear las letras de nuestro idioma. Y es que la escritura nos rodea, revuelvan la mirada a su alrededor y busquen todos los carácteres escondidos en su habitación, los miles que están expuestos a simple vista, escondidos en la cotidianidad de su uso, resguardados por el candado de la vulgaridad y la ordinariez.
Porque escribir es matemática y física, es filosofía y derecho, escribir es manejar las ideas de los lectores con el hechizo del interés. La escritura es metafísica y material, es etérea y efímera, es sólida y atemporal. El escribir es un billete a cualquier sitio, es un barco que navega por el mar de los sueños. Es la lanza que desangra al dragón del aburrimiento, quien escribe es esclavo de la escritura, porque se adueña de su subconsciente, manejando sus ideas para descubrir qué más va a escribir. Es una adicción y un antídoto. Escribir es bailar con las vetustas musas el vals de la fantasía. Escribir es soñar despierto, manejar la realidad a nuestro gusto y moldearla según nuestros deseos.
Pero escribir asusta, aterra no poder llenar el vacío que dejaron los grandes literatos, escribir da miedo cuando nos comparamos con Dostoievski, Quevedo, Bukowski, Grass o Alighieri, pero quién dice que ellos no sintieron el mismo temor. Quién nos dice que no fueron víctimas de las inseguridades y de la ansiedad, quién nos confirma que no tuvieron noches de insomnio porque el ayuno de las letras. Porque cuando se necesita escribir ni el miedo, ni el espanto, ni el hambre o el dolor pueden parar la insaciable necesidad de convertir en realidad los suspiros de un alma ardiente. Escribir es vaciarnos el interior, arrojar por la ventana de nuestras pupilas las más profundas aspiraciones de nuestro ser.
Para escribir solo se necesita ponerse a escribir, no hacen falta ni ecuaciones ni falacias. El único requerimiento es desafiar con valentía el asalto de las dudas y satisfacer el hambre por las letras que nos suplica nuestra esencia espiritual. Lo redundante de las isócronas palpitaciones de nuestro corazón se alimenta de la vitalidad que nos dan adiciones como el escribir. Porque la escritura no está reservada para los intelectuales, ni para los expertos en las reglas lingüísticas, no es una habilidad de los sabios ni una exclusiva de los escritores.
La escritura es universal, es un deber de todo hombre realizarla y es un derecho poder disfrutarla. Vivir sin la escritura es pasar por el mundo de los vivos tuerto, mudo, cojo y sordo y llegar al reino de los muertos con el sinsabor de no haber podido hacer de la vida una vida. Las letras no son más que la única salida que tenemos para despistar a la moribunda apatía y conseguir alcanzar la pradera de la ilusión.
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