Rescatados de la muerte: El pagó la deuda
Publicado 2003/04/17 23:00:00
- Mileika González
Cuando Dios colocó a Adán y a Eva en el Jardín del Edén, lo hizo con la intención de que ellos y sus descendientes fueran eternamente felices; sin embargo, éstos, al extender su mano y tomar el fruto, desobedeciendo las instrucciones divinas, pecaron, y entró a la tierra el pecado y la muerte: estábamos condenados.
Fue en ese momento en que comenzó a operar el plan de Dios para salvar al ser humano, plan concebido desde antes de la fundación del mundo. Para redimir a la raza humana debía derramarse sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Pero, ¿quién podía llenar los requisitos para ocupar nuestro lugar, y que derramando su sangre obtuviéramos salvación y vida eterna? ¿Quién podía justificarnos ante Dios? Sólo alguien igual a Dios, en quien existiera la vida eterna, no prestada ni derivada de otro; sólo alguien que hubiese sido tentado en todo y sin cometer pecado alguno podía pagar el rescate requerido para librarnos de la deuda que teníamos con la Ley. Ese era Jesús. Sí, fue Jesucristo quien murió por ti y por mí, movido por el más sublime amor, con el objetivo de darnos salvación eterna.
¡Qué Cristo tan excelso y misericordioso: quiso sufrir una muerte tan dolorosa y soportar el peso de los pecados del mundo! ¡Qué Dios tan amoroso: siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros! Esto es algo que nuestros pensamientos e imaginaciones nunca podrán comprender plenamente.
222Sí, fue Jesucristo quien murió por ti y por mí, movido por el más sublime amor, con el objetivo de darnos salvación eterna.
Sin duda, no podemos medir la longitud, la anchura, la altura y la profundidad de un amor tan asombroso. No obstante lo anterior, en esta Semana Santa, en que recordamos ese incomparable sacrificio realizado por el Ser más sublime del Universo -explicado únicamente en función de su esencia: el amor-, sí podemos hacer algo: ¡Exaltemos a Jesús!
Aunque a veces sea fácil olvidar lo que la vida de Cristo en la Tierra significa para nosotros, abrumados como estamos por las tareas de la vida, Cristo debería ser el tema de nuestros pensamientos, el objeto de nuestros más tiernos afectos.
Recordemos que fue Jesús quien nació en un pesebre para que nosotros pudiéramos nacer a la vida eterna. Se hizo parte de la familia humana para que nosotros llegáramos a ser parte de la familia celestial. Vivió en medio del polvo y la pobreza para que nosotros pudiéramos vivir en medio de riquezas indescriptibles. Pasó largas horas en oración para que nosotros pudiéramos pasar las edades eternas en la presencia de Dios. Aceptó por nosotros la corona de espinas con el fin de colocar sobre nuestras cabezas las coronas de victoria. Murió la muerte que a nosotros nos correspondía para que en lugar de ella pudiéramos vivir eternamente la vida que es suya.
Sí, exaltemos a Jesús. ¿Cómo? Valoremos la muerte de Cristo en la Cruz del Calvario, reconociendo que nos rescató de la muerte y pagó nuestra impagable deuda; renovemos nuestro pacto con Dios -ese pacto que nos hace seres justos a la vista del Padre- y permitamos que la contemplación de las profundidades inconmensurables del amor del Salvador llenen nuestra mente, conmuevan y enternezcan nuestro espíritu, refinen y eleven nuestros afectos y transformen completamente todo nuestro carácter.
(isamon19@hotmail.com)
Fue en ese momento en que comenzó a operar el plan de Dios para salvar al ser humano, plan concebido desde antes de la fundación del mundo. Para redimir a la raza humana debía derramarse sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Pero, ¿quién podía llenar los requisitos para ocupar nuestro lugar, y que derramando su sangre obtuviéramos salvación y vida eterna? ¿Quién podía justificarnos ante Dios? Sólo alguien igual a Dios, en quien existiera la vida eterna, no prestada ni derivada de otro; sólo alguien que hubiese sido tentado en todo y sin cometer pecado alguno podía pagar el rescate requerido para librarnos de la deuda que teníamos con la Ley. Ese era Jesús. Sí, fue Jesucristo quien murió por ti y por mí, movido por el más sublime amor, con el objetivo de darnos salvación eterna.
¡Qué Cristo tan excelso y misericordioso: quiso sufrir una muerte tan dolorosa y soportar el peso de los pecados del mundo! ¡Qué Dios tan amoroso: siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros! Esto es algo que nuestros pensamientos e imaginaciones nunca podrán comprender plenamente.
222Sí, fue Jesucristo quien murió por ti y por mí, movido por el más sublime amor, con el objetivo de darnos salvación eterna.
Sin duda, no podemos medir la longitud, la anchura, la altura y la profundidad de un amor tan asombroso. No obstante lo anterior, en esta Semana Santa, en que recordamos ese incomparable sacrificio realizado por el Ser más sublime del Universo -explicado únicamente en función de su esencia: el amor-, sí podemos hacer algo: ¡Exaltemos a Jesús!
Aunque a veces sea fácil olvidar lo que la vida de Cristo en la Tierra significa para nosotros, abrumados como estamos por las tareas de la vida, Cristo debería ser el tema de nuestros pensamientos, el objeto de nuestros más tiernos afectos.
Recordemos que fue Jesús quien nació en un pesebre para que nosotros pudiéramos nacer a la vida eterna. Se hizo parte de la familia humana para que nosotros llegáramos a ser parte de la familia celestial. Vivió en medio del polvo y la pobreza para que nosotros pudiéramos vivir en medio de riquezas indescriptibles. Pasó largas horas en oración para que nosotros pudiéramos pasar las edades eternas en la presencia de Dios. Aceptó por nosotros la corona de espinas con el fin de colocar sobre nuestras cabezas las coronas de victoria. Murió la muerte que a nosotros nos correspondía para que en lugar de ella pudiéramos vivir eternamente la vida que es suya.
Sí, exaltemos a Jesús. ¿Cómo? Valoremos la muerte de Cristo en la Cruz del Calvario, reconociendo que nos rescató de la muerte y pagó nuestra impagable deuda; renovemos nuestro pacto con Dios -ese pacto que nos hace seres justos a la vista del Padre- y permitamos que la contemplación de las profundidades inconmensurables del amor del Salvador llenen nuestra mente, conmuevan y enternezcan nuestro espíritu, refinen y eleven nuestros afectos y transformen completamente todo nuestro carácter.
(isamon19@hotmail.com)
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