Si no educamos en valores democráticos, damos paso a autoritarismos
¿Enseñamos realmente ética en la familia, en la escuela, en la universidad? El problema presenta un abismo de forma. La educación de la ética apenas se sostiene con una metodología desconectada del interés y realidad del estudiante.
De nada sirve una sociedad con un laberinto de leyes sobre la libertad y derechos múltiples – algunas veces solapados– si no se establecen los valores que la rigen. Foto: EFE.
"[El hombre] es lo que la educación hace de él". En la sabia frase, Kant incide en que la educación consiste en la formación del carácter. En este espíritu de transformación social, la educación es formar individuos verdaderamente auténticos mediante la instrucción de un pensamiento crítico, innovador y "cuidadoso".
Esto, a su vez, es reconocer que la educación es la creación de posibilidades para que los estudiantes, que no son una estructura insular, cambien aquello que hayamos hecho mal o aquello que sea necesario mejorar, de lo contrario se exime del progreso. Y es en esta relación con la sociedad que el sentido intersubjetivo de la educación adquiere dimensión especial y donde la ética toma trascendencia.
Desde hace mucho tiempo, las instituciones educativas –en las que incluyo a la familia– se han enorgullecido de crear individuos competidores, consumidores y contribuyentes.
¡El mantra utilitarista de la educación! Sin embargo, importantes injusticias étnicas, políticas y económicas dan forma a nuestra sociedad. Por eso, quizá, no debe sorprendernos escuchar discursos de odio, determinismo cultural, bulos, discriminación, xenofobia, etc.
La aceptación del relativismo epistémico alardea de la corrupción como forma de crecimiento personal, y de la supremacía de la ganancia exponencial empresarial a costa del medio ambiente y de unas justas condiciones laborales.
Una débil –por no decir ausente– educación ética que se relaciona con la educación ya que significa la forja del "carácter", es un indicador de la existencia de dichos comportamientos.
¿Enseñamos realmente ética en la familia, en la escuela, en la universidad? El problema presenta un abismo de forma. La educación de la ética apenas se sostiene con una metodología desconectada del interés y realidad del estudiante.
Los clásicos siguen ofreciendo una comprensión de nuestros problemas, pero en lugar de darles información sobre ellos para así mostrarles la presencia innegable de la ética en nuestros días –como en la inteligencia artificial, el mal en el mundo, el "bullying", el amor, la igualdad de género, el medio ambiente, la justicia, etc., – se deben plantear preguntas y debatirlas para que el estudiante, con el acompañamiento del profesor, busque respuestas a los problemas que ellos enfrentan.
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Pero el aprendizaje pasivo convierte la pasividad en una costumbre más allá de la escuela y suprime la iniciativa y la capacidad de acción en los estudiantes haciéndolos meros receptores, lo que a su vez trae a colación un segundo problema: la ausencia de argumentos.
"Ya no sabemos en lo que creemos", no estamos ofreciendo argumento del porqué es importante ser justos, solidarios, respetuosos, tolerantes, inclusivos o actores sociales responsables. Sin dar la razón argumentativa del porqué la sociedad requiere de tales virtudes, las formas de comunicación modernas, aprovechándose de estos sesgos –de lo que preferimos no pensar– hacen uso de lo identitario, emocional e intuitivo, y de lo subjetivo sobreponiéndolo a lo objetivo, dando de esta forma paso a fundamentalismos y dogmatismos.
Educar en la ética no es cosmética, ni idealismo ni una utopía, es la herramienta para ir más allá de la mera observancia de comportamientos y valores aprehendidos para indagarlos, escudriñarlos y darles argumentos finos, reflexivos y sopesados.
La escuela, la universidad, no pueden ser neutras. No puede haber una sociedad aporófoba, con discursos excluyentes y de odio que sea a la vez democrática.
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De nada sirve una sociedad con un laberinto de leyes sobre la libertad y derechos múltiples – algunas veces solapados– si no se establecen los valores que la rigen.
El fortalecimiento de la convivencia de una sociedad diversa no puede ser sino educando en "valores": compasión, respeto, solidaridad, no-violencia, cooperación, igualdad de género, equidad, diálogo constructivo, y confianza en el otro y en las instituciones, etc… y la ética es la respuesta positiva y constructiva.
George Orwell y Hannah Arendt hacían alegoría de un Estado totalitario y ambos atinaron en que el cumplimiento del deber sin ser "consciente" de ello, de ese argumento de los valores, deja a los ciudadanos adormecidos y a punto para que les caiga un gobierno totalitario.
Doctora en Relaciones Internacionales.