Panamá
Sobre la importancia de tomar control del día
Ese cofre de vivencias, de todo tipo y clase, debemos revisarlo siempre y con frecuencia, pero como quien observa cosas sin juzgar, como el que las estudia, y así posiblemente sacaremos más que el arrepentimiento de lo hecho o la excesiva gloria de lo que se ha logrado. Esa observación, nos hace detenernos y aprender una muy válida lección.
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 28/6/2022 - 12:00 am
A veces nos debemos preguntar si es que las lecciones se aprenden de una sola vez o si jamás se dejan de aprender. El curso de la vida está atestado de experiencias que van desde la cuna hasta la tumba; lo que hacemos, al final, con esas experiencias es una decisión completamente nuestra. A nadie más le atañe y nadie más podrá aprender realmente de ellas.
Ese cofre de vivencias, de todo tipo y clase, debemos revisarlo siempre y con frecuencia, pero como quien observa cosas sin juzgar, como el que las estudia, y así posiblemente sacaremos más que el arrepentimiento de lo hecho o la excesiva gloria de lo que se ha logrado. Esa observación, nos hace detenernos y aprender una muy válida lección.
El pasado ya se fue. Nada, absolutamente, podrá traerlo nuevamente hasta nosotros, ni cambiarlo; pero lo que se ha vivido, nadie no los quita. Esas memorias del pasado, revisadas de manera escrupulosa, nos hacen meditar sobre la única orientación que en realidad necesitamos: la orientación para vivir en el presente. No se puede comer el pan de ayer, ayer; que sería lo mismo que decir que todo tiene su momento en esta vida y que ese momento no podría ser otro que el presente. Un presente que se ve vaciado, muchas veces, por largas horas de consumo de lo que se ha ido o por inútiles angustias de lo que será.
Nada más tenemos que el momento, y esa realización iluminada hará que ese momento se haga eterno. Siempre es, nada podrá estirarlo como un hule, porque es como un cristal forjado para la conciencia de los hombres. Toma el día; tómalo y apodérate de él como si fuera todo lo que la vida puede darte. Ni el rayo advierte cuando cae, ni la catástrofe toca el timbre de la puerta, ni el accidente errático levanta las banderas de advertencia o de premonición. Cuando llegan, y si llegan, lo harán sin anunciarse y es allí donde el hombre, que ha sido prudente, podrá tomar esas palabras de Epicteto para hacerlas suyas: que solo será feliz aquel que se ocupa de lo que está a su alcance y bajo su control.
En otras palabras, si alguien me odiara, ¿por qué debo hacer mío ese odio que es ajeno?; si, luego de una ardua faena no lograra mi objetivo por razones que se escapan a mi voluntad, ¿debo yo sufrir por eso?; si sucede aquello que no puede prevenir, ¿habrá otro remedio u otro alivio que pueda ser distinto al de la aceptación calmada?; si el amor que yo profeso a otros no encontrara un eco de cariño, ¿debo yo cesar mi sentimiento porque no es correspondido? Nos ocuparemos, pues, solo de aquello que puede ser modificado, mejorado o detenido por nosotros mismos; lo demás no es muy distinto a la escritura de los epitafios, que no serán leídos nunca por aquellos mismos a los que fueron dedicados.
Una y otra y otra vez sabios del pasado nos recetan la importancia de hacerse del dominio del presente, pero ¿cuántos de nosotros nos empeñamos en hacerlo?. ¿No vivimos, acaso, esperando siempre en el futuro y con un pie atrapado, dolorosamente, en la trampa de oso del pasado? Cuántas enfermedades serias no encontrarían algún alivio milagroso que hagan al enfermo pronunciarse en los siguientes términos: "en este momento todavía respiro"; en ese permanente
estado de conciencia del momento, no se adentraría la daga fina del futuro incierto en el convaleciente. Tenía un apreciado primo que, por años, pasó convaleciente con un serio grado de enfisema pulmonar que finalmente se hizo terminal; cuando lo llamaba y le preguntaba sobre su estado de salud, solo decía, con energía, "¡estoy vivo!". Pero para la mayoría de nosotros "estar vivo" no parece suficiente. Se quiere estar vivo para preocuparse, para abandonar el cuerpo y dejar que sea la mente negativa y ansiosa la que nos domine, una y otra vez, haciendo de nosotros una especie de animales sin quietud, desbocados por el látigo descontrolado de un cochero que no sabe a dónde se dirige. Para todas estas cosas no hay otro remedio que la reflexión sabia y detenida; la que hace un alto en la carrera ansiosa y se da cuenta de que, a pesar de todo, hoy estamos vivos.
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